Blake
Preparé una mochila con provisiones de alimentos, algunas prendas de vestir y todo lo que creí que podría llegar a necesitar durante la travesía con mis amigos. Mientras contaba los días que restaban para iniciar el viaje, revisé el equipaje cada noche antes de dormir, y cada vez que lo hacía, agregaba nuevos objetos a la lista mental.
En el otro extremo del poblado, en la vivienda junto a la costa, Carol y Cinthia Silverymoon hacían lo mismo. Cada una llenaba su bolso de suministros, ropa de abrigo y varios frascos con brebajes que había preparado la señora Silverymoon para combatir malestares de todo tipo. Pol, como era de esperarse, tenía su bolso preparado desde hacía varios meses. Conociendo su temperamento, nunca hubiera esperado que tome algo a la ligera.
Transcurrió una semana completa, en la que tuve que entrenar el doble de veces para aminorar la tensión. Me proponía finalizar el día exhausto, aunque pese a los intentos, ningún cansancio era suficiente para permitirme conciliar un sueño reparador. Desde el ventanal de mi habitación observaba la negrura de la noche, y cada vez que me vencía el sueño, y cerraba pesadamente los parpados, recordaba que el bosque se encontraba allí mismo, oculto detrás de aquel eterno vacío, y la consciencia me traicionaba mil veces al convocar a la lejanía un par de ojos que me observaban refulgiendo como el fuego.
Aquella noche, antes de dormir, deposité la espada justo debajo de la cama. La seguridad que me brindaba la cercanía del arma me permitió dormitar de a momentos, pero siempre despertaba a causa del mismo sueño, una y otra vez. En el claro del bosque perfectamente delineado, Luke Becher me decía que era yo mismo el que provocaba que las nubes se arremolinen sobre nuestras cabezas. La certeza en el rostro de Luke me provocaba un enfado incontrolable, y mientras me empeñaba en desmentir sus palabras, un hilo de humo negro se extendía desde mis manos y se arremolinaba en torno a mí, como si obedeciese las órdenes de una parte de mi mente que no estaba bajo mi propio mando, y que hasta ese momento, desconocía.
Unos golpecitos en la ventana hicieron que despierte sobresaltado de aquella pesadilla. El primer instinto que tuve cuando me hallaba todavía aturdido fue desenvainar la espada. La oscuridad era total, pero la voz que susurró por detrás del vidrió logró despojarme al instante de mis peores temores. Se trataba de Pol Alfarin, y de no haber perdido la noción de los días, hubiera sabido que había llegado el momento de partir. Mi amigo llevaba un grueso tapado forrado con piel de cordero, y en su espalda, un enorme bulto que parecía pesar una tonelada.
Precipitado, tomé el tapado más grueso que había en el armario y abrí la ventana con precaución, ya que muchas veces producía un chirrido. A continuación, empujé todas mis pertenencias por el orificio y por último me deslicé a través de él. Me sentía débil, y a juzgar por la mirada preocupada que me dirigió Pol, mi aspecto exterior reflejaba mi estado interno. Mi amigo colocó su mano en mi hombro y asentí ligeramente, entonces emprendimos la caminata en dirección al camino viejo, sitio donde nos encontraríamos con Carol y Cinthia Silverymoon.
Los pastizales estaban húmedos por el rocío y el plenilunio refulgía en el cielo, descubriendo la neblina plateada que se extendía por los alrededores. Casi todos los terrenos que había de por medio eran baldíos, por lo que no tuvimos inconveniente alguno en mantenernos ocultos de cualquier vagabundo de la noche. La tranquilidad reinante se asimilaba a una melodía dulce y encantadora… Se apreciaba el débil rugido del viento que hacía mecer las ramas de los árboles, y entre la oscuridad, pareciendo flotar por encima de los grandes pastizales, centellaban cientos de luciérnagas.
Los yuyos crujían por debajo de nuestros pies, y a la lejanía todo el paisaje se fundía entre la bruma y la mismísima noche. Algunos cientos de metros más adelante, en la intemperie, reconocimos dos siluetas que parloteaban sin cesar. Una de las voces hacía mención sobre una extraña estrella que se avistaba en el cielo cada veinticinco años, y que producía un efecto metamorfosis en varios tipos de personalidades… No podía tratarse de otro par de persona.
Anteriormente, mientras trazábamos el plan, le había sugerido a Pol tomar cualquier otra dirección, evitando a toda costa acercarnos al camino viejo. Pero como siempre, mi amigo se empeñó en defender su plan, aludiendo que las ventajas de tomar un camino que le era conocido bastaba para suplantar cualquier otra desventaja. Sabía de antemano que no podía luchar contra la terquedad de Pol, y sintiendo una opresión en el pecho, producto de aquellos temores que no podía liberar, decidí que lo mejor que podía hacer era proteger a mis amigos si algo malo nos importunaba.
Pol tomó una cerilla y encendió su lámpara de aceite. Fue entonces cuando retomamos la marcha y nos dirigimos a la entrada del viejo camino. El sitio seguía siendo tan lúgubre como lo recordaba en mi memoria, pero ninguno de mis amigos pareció notar nada aterrador más allá del descuidado aspecto del sendero. Pol se ubicaba en la delantera, guiando el camino, y yo me encontraba en la retaguardia, con la mano fuertemente aferrada al arma que llevaba en el tahalí.
Al principio, cualquier sonido bastaba para precipitarme, pero a medida que Esgolia quedaba atrás, fui aprendiendo a dominar mejor cualquier instinto. El terreno se cubría por todo tipo de yerbajo silvestre, al mismo tiempo que el cielo dejaba de existir, ocultándose detrás del intenso techo de follaje. Los troncos de las coníferas eran gruesos y denotaban al menos un siglo de existencia. La gama de colores del gran bosque Madinor se caracterizaba por ser mucho más oscura que en cualquier otro bosque en todo Máreda; aun así, para mi propia intranquilidad, no distinguí rastro alguno del claro, ni de la vegetación ennegrecida, que hubiera sido reconocible a pesar de la pobre luz de una lámpara que apenas nos servía para ver por donde pisábamos.