El mundo después de Máreda

Capítulo siete

Luke

 

         No me sentía contento con la situación recientemente vivida. Hubiese sido más conveniente que descubran mi presencia algunos días más tarde, cerca de la bruma fronteriza. De ese modo hubiera podido evitar revelar ciertas explicaciones que ahora estaría obligado a dar. Por desgracia, los visitantes nocturnos arruinaron mis planes… Siempre lo habían hecho. Es por eso que nunca podré perdonarlos ni volver a confiar en ellos.

         No estaba de humor para correr; aquello siempre me retrasaba. La vegetación espesa del bosque lo hacía todo más molesto, y además, necesitaba obtener un mejor campo de visión panorámico. Tomé carrera y salté a la plantación que tenía en frente, un monumental roble de corteza plateada, el árbol típico de la región. Me aferré al tronco sin esfuerzo y escalé hasta llegar a las ramificaciones más altas. Aquella descarga de adrenalina que experimentaba cuando me deslizaba por las alturas era lo único que podía combatir desde un arrebato de ira hasta un impulso asesino.

         La sensación era similar a volar y me agradaba por muchas razones… La principal era que me traía recuerdos de mi antigua vida. De otro modo no podía recordar nada, ni siquiera en sueños, si es que alguna vez los tenía. La brisa nocturna abriéndose a mi paso era una grata compañía… En otros tiempos habíamos sido inseparables; podía sentirlo porque ni la tierra ni el agua me recibían con tanto ahínco.

         Me había aferrado tanto a mi propósito, que había llegado a olvidar quién era. Me llevó algunas vidas desarrollar la memoria; aunque en cada arrebato violento muchos detalles relevantes se perdían conmigo. Pero creo que finalmente comenzaba a comprender algo más sobre mí mismo… El viento y el cielo se relacionaban conmigo, del mismo modo que yo me relacionaba con ellos. Y eso me bastaba. Hubo un tiempo en el que habíamos estado tan unidos, que ahora cada brisa parecía susurrarme al oído un lamento.

         No me tomó mucho tiempo encontrar al grupo de visitantes nocturnos. Habían cumplido su palabra y se habían alejado del campamento de los Humanos, pero sabía que no bajarían la guardia hasta que los jóvenes excursionistas se hubiesen marchado. Los observé un rato desde la lejanía. Sabía que sus sentidos estaban tan bien desarrollados como los míos, o casi, y probablemente alguno de ellos ya había reparado en una presencia extraña.

         Al menos una docena de veces me dije a mí mismo que debía tranquilizarme, y al menos otras cien juré que no dejaría emerger el rechazo que claramente sentía hacía todos los de su tipo. Escuché que el sujeto que se había presentado como Andrew le encomendó a sus compañeros una rápida revisión por la región de las ciénagas, y una vez que estos se fueron me fui acercando, al mismo tiempo que cavilaba y me maldecía una y mil veces por lo que estaba a punto de hacer…

—Ya puedes bajar, no regresarán hasta dentro de algunas horas —dijo el sujeto que se encontraba de espaldas.

A pesar de que aún nos separaba una gran distancia, él susurró las palabras en tono bajo, como si me encontrara justo a su lado. La desconfianza me hizo dudar por un breve instante, pero inmediatamente después resolví acercarme. Me deslicé unos cuantos metros por las ramificaciones y cuando estuve más cerca salté y aterricé en el suelo con la elegancia de un depredador silencioso.

— ¿Realmente es posible que seas quién creo que seas? —En cuanto volteó, Andrew me examinó con el mismo aire de perplejidad que había expresado tiempo atrás.

—No puedo leerte el pensamiento —gruñí—. Pero pareces estimarme mucho más de lo que deberías.

—No lo has negado —replicó el sujeto riendo con nerviosismo, y luego continuó—: Si hay algo que pueda hacer por ti, entonces sólo tienes que pedírmelo…

— ¿Qué te hace pensar que necesito tu ayuda, joven infiltrado? —repuse con desdén.

—Nos has seguido —objetó Andrew sin dejarse intimidar—. Y estás aquí...

—Es usted muy observador —puntualicé, y mis labios se curvaron en una sonrisa irónica.

—Mi vista es muy buena, sí… Pero por fortuna mi conocimiento es mucho más amplio que mi visión —el joven infiltrado ajustó el nudo de su capa y luego continuó—: Sabes muy bien que no me refería a su presencia aquí y ahora. Alguien como usted no ronda por el mundo a menos que tenga un objetivo muy claro, y a menos que se avecine algún hecho calamitoso.

—El conocimiento no se presume, joven infiltrado, se demuestra… Y usted lo ha demostrado con creces —contesté—. Habla de calamidades con la inocencia de quien jamás ha visto ninguna, y sabe que mi llegada no puede presagiar nada bueno, menos aún para los que estarán a mi lado… Pese a todo se empeña en ofrecerme su ayuda. Agradezco su nobleza pero mucho más su valentía, joven muchacho, porque pocos se atreverían a hacerlo poseyendo su sabiduría.

         El sujeto no dudó cuando le comenté brevemente el plan que me proponía. Lo animé a permanecer cerca de los Humanos, a escondidas del resto de los suyos, ya que sabía por experiencia que un secreto compartido con una muchedumbre tenía el mismo futuro que un trozo de carne en una jaula de hipogrifos. Era cierto que no podía leer el pensamiento; pero lo que Andrew no sabía, es que poseía un sinnúmero de otras herramientas que me permitían descifrar si la persona era de fiar o no. Y aquel individuo, aunque hubiese preferido morderme la lengua antes que admitírselo en la cara, era uno de los más honestos que había conocido de toda su especie.




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