El niño dormido en mí

Recuerdos

   Es sábado por la mañana, apenas medio abro los ojos y veo en el reloj despertador, que son las 6:00 am, que pereza, ya casi me tengo que levantar para ir al trabajo. Al parecer, Eva María ya se levantó, pues no está en la cama. Yo me quedo un poco más y me vuelvo a dormir. 

  —  Hey! Amor, despiertese. Qué tiene que ir a trabajar  —  me dice mi amada esposa, a la vez que me sacude un poco el cuerpo  —  ya son las 6:15 de la mañana. —

  —  Ahí voy  —  le contesto y me levanto medio dormido con rumbo directo al baño. Empiezo a ducharme y me tardo unos 15 minutos, me dirijo ahora hacia el cuarto para ponerme el pantalón, la camisa y los zapatos. Cuando salgo, Eva María ya me tiene servido el desayuno, gallo pinto tostado, como a mí me gusta, junto con un huevo frito y tres tajadas de maduro, ah claro y no puede faltar la jarra de café, este es delicioso, aunque quizá no tanto como el que prepara doña Belén, pero no importa, porque la verdad prefiero el que me hace mi bella dama, por el solo hecho de que es ella. Cada sorbo de café me sabe a amor, ternura y calor de hogar. Y agradezco al cielo por haberme brindado tan maravillosa mujer como esposa, ella no tiene ningún otro trabajo adicional aparte de los quehaceres de la casa, pero no porque yo sea un machista que no le permita trabajar fuera, simplemente los dos llegamos a la decisión de que sería mejor que ella se quedara en casa, ya que mi salario, si bien no es el de un millonario, pero si me permite atender todas las necesidades de nuestra familia y hasta un poquito más.

  Son las 7:00 am y ya estoy listo para irme, hace tan solo unos minutos que se despertó Helen, todos los días se levanta a la misma hora, es como si tuviera un reloj interno que le indicara que ya estoy por irme, los otros dos siguen durmiendo, así que los dejo que descansen, solo me despido de Helen con un abrazo y un beso en uno de sus ricos cachetes, luego se sienta en el sillón de la sala y enciende el tele, finalmente me despido de Eva María con un apasionado y ardiente beso, como si no la fuera a volver a ver.

  —  Hasta luego cariño!  —  me dice ya cuando nos apartamos.

  —  Hasta luego!  —  le contesto de manera fría, como es mi costumbre. Nunca le he dicho palabras dulces, mucho menos un te quiero o un te amo, pero creo que ella ha aprendido a leer mis sentimientos e incluso hasta lo que  estoy pensando. Siento un fuerte deseo de quedarme a su lado, pero no puedo, tengo que tomar el bus que pasa a las 7:10 am hacia Heredia y luego el que sale a las 7:30 con dirección a San José, mi hora de entrada es a las 9:00 am, pero debo irme temprano por motivo de las presas que se hacen día con día en la carretera. Ya una vez en el bus, me dejo llevar nuevamente por mis pensamientos, recordando el tiempo en el que aún no teníamos tantos años de vida matrimonial. . .

  Hace un rato ya que ha amanecido, los rayos del sol atraviesan las traslúcidas cortinas que cuelgan por dentro de la ventana, lentamente abro los ojos y ahí está ella mirándome fija, sin pestañear y con un rostro angelical que emana ternura, dulzura y amor.

  —  Llevas rato ahí viéndome?  —  le pregunto.

  —  Unos 15 minutos  —  me responde en un tono cálido y a la vez travieso, cuando de repente siento los dedos de sus manos en mis costillas.

  —  Hey. Es qué acaso no tienes cosquillas?  —  me pregunta ella.

  —  No  —  le contesto con un tanto de disgusto, pues no soporto que me quieran hacer cosquillas. Sin embargo, no puedo enojarme con ella, de modo que no le impido seguir con sus constantes ataques a mi persona y al cabo de un rato llega a un punto muy sensible en mis costados, por lo que no puedo evitar soltar una carcajada, a la vez que le suplico que se detenga. Luego de sacarme las lágrimas a punta de cosquillas, se detiene recostandose en mi brazo, me vuelve a ver con sus hermosos ojos azules, levanta despacio su mano derecha y la dirige con delicadeza hacia mi embrutecida cara, su penetrante mirada sigue clavada en mi.

  —  Te amo!  —  exclama Eva María, mientras sigue atravesandome con sus azulados y brillantes ojos, como si estuviera esperando que yo le respondiera de la misma manera.

  —  Yo también!  —  le contesto, creyendo que eso es suficiente para satisfacer su necesidad de afecto verbal. Pero, drásticamente le cambia el semblante y ahora se ve algo molesta.

  —  Es eso todo lo qué me vas a decir?  —  me pregunta.

  —  Y qué más voy a decir?  —  le respondo yo, con otra pregunta sin saber que hacer.

  —  Por Dios, Luis Ángel!  —  me dice ya enfurecida  —  en todo el tiempo que estuvimos de novios y en los más de dos años que tenemos de casados, nunca me has dicho te amo.

  —  Pero qué puedo hacer, así soy yo?  —  le pregunto perplejo.

  —  Mira, sabes qué, no digas nada más. Estoy cansada de ti, por lo que veo, nunca voy a escuchar de tu boca decir esa frase tan sencilla  —  me dice ya llorando de rabia y dolor a la vez  —  es cierto que me consientes y me tratas muy bien. Pero también necesito escucharte decir que me amas. O es que acaso no es así? Acaso no sientes amor por mi?  —  Vaya, realmente se siente molesta.

  —  Eva María yo. . . —  trato de decir algo, pero no me salen las palabras.

  —  Basta Luis Ángel, me voy y no me esperes esta noche  —  me dice mientras abre la puerta del cuarto, para marcharse.




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