ELIZABETH
«¡Tienes que hacerlo bien, Dizzy!». Las suavecitas palabras de Dayan rebotaron en mi cabeza y respiré hondo. Una mujer como yo en un lugar como este… ¡lo que hacía para que los niños recibieran lo que se merecían!
En medio de una música estridente y de gente que andaba como Dios los trajo al mundo, y se pegaban como conejos, apreté los labios y los dedos de los pies mientras caminaba a una de las barras del Zero Bond, un club de clase alta de la ciudad, y miré al lado.
—Señor Spencer… ¿por qué vinimos a esta parte? ¿Cómo podremos hablar sobre su contribución aquí?
Miré alrededor y luego a él. No era tan puritana como para sentir vergüenza o asco de los cuerpos sin nada de ropa alrededor, pero me incomodaba. Simplemente no era mi ambiente.
Dylan Spencer era un pez de media tabla en la ciudad, pero tenía el suficiente dinero para ayudar a los niños por un buen tiempo, y Olivia, mi jefa, me había dicho que necesitaba garantizar esa contribución o el bienestar de los niños estaría en peligro.
Él, cincuentón y no particularmente agraciado en físico debo decir, me miró con ojos brillantes y sonrió.
—Vinimos a divertirnos, señorita Jones. Esto es Nueva York, ¿nunca ha salido de fiesta?
Quiso acercárseme y tomarme el hombro, pero me alejé, lo que pareció encender su astucia, porque entornó los ojos y trató de tomarme de nuevo, y volví a alejarme.
—¿Qué cree que hace? —espeté con el ceño fruncido y me crucé de brazos.
La obviedad pintó su cara y rodó los ojos.
—Vamos a bailar, ¿no? Y luego tengo un sitio para los dos arriba en un reservado que me prestó un amigo. Ya sabes… este es el club de los placeres…
Se acercó y me puso una mano en el hombro, lo que me hizo crisparme y quise alejarme, pero terminé chocando con la barra, por lo que sonrió.
—Estoy seguro que bajo esas ropas tan recatadas se esconde un buen cuerpo… Está a la vista.
Me miró directo a los pechos y estiró la mano para tocarme, pero enseguida se la saqué de un manotazo.
—¡Qué demonios te pasa! —exclamé, mirándolo con dureza.
Él arrugó la cara y vi la ira pintar su cara.
—¡Cuidado con lo que haces o dices, chiquilla! Recuerda que necesitas mi dinero para tus malditos mocosos —protestó y buscó ponerme una mano encima, pero volví a empujarlo, lo que lo molestó todavía más—. ¡Maldita perra, quédate quieta!
Tiró la mano y me agarró por el pelo; chillé pues fue doloroso y miré a un lado en busca de ayuda, pero nadie parecía tener ganas de meterse. Todos parecían tener mejores cosas de las que ocuparse.
Dylan me atrajo hacia él, y lo vi queriendo meterse en mi cuello. Sentí su aliento sobre mi piel mientras me acorralaba entre la barra y su asqueroso cuerpo, y se me erizaron todos los vellos a la par que las arcadas se gestaban en lo profundo de mi estómago.
Intenté empujarlo, pero fue imposible; sin embargo, de pronto, cuando más sentía su peso sobre mi cuerpo y cerraba los ojos para ahorrarme tan espantosa vista, solo desapareció, como si lo hubieran jalado, y escuché un quejido doloroso.
Abrí los ojos y encontré a un hombre pelinegro bien vestido confrontándolo con el ceño fruncido.
—¡Suéltala! —clamó, enfureciendo de inmediato a Dylan
No me pasaron desapercibidos sus perforaciones ni los tatuajes de sus brazos; sin embargo, fue su intensa mirada hacia Dylan lo que llamó con más fuerza mi atención. Era como si estuviera protegiendo algo que era importante para él, en este caso yo, y eso me sacó de sitio.
¿Yo era importante para alguien?, ¿un desconocido, además?
—¡Jódete, yo la vi primero! ¡Si quieres hacerlo con alguien aquí tienes una gran oferta, pero ella es mía! —chilló Dylan, cosificándome, y apreté los labios.
Él intentó avanzar, pero el desconocido se lo impidió, lo que lo molestó aún más.
—Déjala en paz —espetó este con voz grave, y se paró ante mí como escudo—. ¿Eres de los que no entiende que no es no?
Dylan soltó una carcajada y negó con la cabeza.
—Eso me vale un pepino. Ahora, apártate… —De pronto, pareció ver algo en el desconocido y volvió a reír—. No eres más que un visitante… Si yo fuera tú cuidaría mis palabras. —Se paró ante el otro con gallardía, como si tuviera el toro por los cuernos—. ¿Es que no sabes quién soy? Yo que tú me la pensaría mejor hacerme molestar.
—¿Ah, sí? —desafió el desconocido, en su tono una nota de sarcasmo que me tomó desprevenida.
—¡Por supuesto! —clamó Dylan, tras él se formaba ya un grupo de curiosos, aunque la música seguía a todo volumen—. Soy Dylan Spencer, el director de operaciones de la Corporación BDB, una de las empresas más…
—Sí, sí, sí, sigue recitando toda esa mierda para sentirte importante, me vale. —El extraño hizo un gesto desdeñoso con la mano y se giró para mirarme—. Señorita, ¿está bien? —No pude decir nada, sino apenas asentir con la cabeza—. Perfecto. ¿Le parece si vamos a un lugar más tranquilo para que se calme?
Extendió la mano y, aunque dudé un par de segundos, enseguida la tomé, buscando una salida.
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Editado: 30.10.2024