ELIZABETH
Sentí que se me bajaba la presión en un momento y las palabras de la enfermera se repitieron en mi cabeza como un eco insufrible.
—Entiendo… iré enseguida.
Colgué y encontré el mirar preocupado de Luka.
—¿Qué ocurre? Te angustiaste de repente.
Apreté los labios y recordé de pronto que estaba enfundada en un vestido caro y unas joyas y zapatos que también eran carísimos, en un mundo que no era el mío.
—Tengo que irme. Dayan… el niño del que estoy a cargo… sufrió una recaída y me necesitan ahora mismo en el hospital.
Él puso cara de sorpresa y espabiló.
—De acuerdo. Ve a cambiarte la ropa, te llevaré.
Asentí, agradecida de que se ofreciera a llevarme, y corrí al vestidor para quitarme todo, terminando en un santiamén con la ayuda de la vendedora.
Salí de ahí a toda prisa, y encontré a Luka en la caja, al parecer guardando su celular. Le toqué el hombro y salimos a toda prisa.
—¿En qué hospital está? —preguntó apenas subirnos al auto.
—En el San Barnabas, en El Bronx.
Él metió las coordenadas en el GPS, y pude ver que la comprensión llegó a su cerebro.
—Así que por eso te quedas ahí, queda cerca de tu edificio.
Encendió el motor y partimos, aunque no pude ser para nada una buena conversadora, pues la ansiedad me estaba matando. Dayan había tenido una crisis la semana pasada, y otra diez días antes. Su estado empeoraba y… ¿y si estaba llegando al final?
Sentí que el cuerpo me temblaba por la angustia, y de repente una mano se posó sobre mi hombro y volteé. Luka me miraba con unos ojos que parecían un claro mar de tranquilidad, y me ofreció una sonrisa consoladora.
—Tranquila. Llegaremos pronto. Todo estará bien.
Su voz resonó como el cántico de un ilusionista, y de alguna manera me tranquilicé con el correr de los segundos y asentí con la cabeza.
Él aumentó la velocidad, cual loco del volante, y llegamos en nada al hospital. Casi corrí hasta el ala donde estaba Dayan, y al llegar al pasillo me encontré con la enfermera.
—¡Enfermera Rose, ¿cómo está Dayan?!
Al verme, la cara de la mujer se iluminó.
—¡Qué bueno que llegas, Elizabeth! Dayan tuvo un episodio grave de anemia esta vez y necesitamos hacerle una transfusión, pero no hay sangre compatible con la suya en nuestro banco y…
—¡Lo entiendo! —espeté y la miré con seriedad.
Ella tragó entero, dudosa.
—Donaste hace menos de dos semanas, pero…
—Es una emergencia, enfermera. Dayan necesita la sangre, ¿no es así? Yo estaré bien. Como y me ejercito para estar bien por si acaso, así que no se preocupe.
Las dudas persistieron unos segundos, pero se calmó y fue a hablar con la doctora. Diez minutos más tarde, en compañía de un Luka que fungía como espectador, y sin siquiera ver a Dayan, ya estaba donando una bolsa de 400 c.c. de sangre, aunque tenía la mente en otro sitio.
—¿Por qué tienes que donarle sangre al niño? ¿Acaso tienes una sangre especial y él también?
—Dayan tiene sangre AB-, que al parecer por aquí es un poco rara. Mi tipo de sangre es A-, así que dono regularmente sangre para él. Tiene anemia crónica y con frecuencia necesita transfusiones; en parte por eso mi jefa me asignó su cuidado. En realidad, siempre que le pase algo debo estar ahí para él, ya que no tiene a nadie más…
Él asintió en silencio y lo oí suspirar, pero no se movió de mi lado, escrutando curioso los derredores.
Media hora más tarde, la donación terminó y se llevaron la sangre para prepararla, en tanto yo me encaminé a la habitación de Dayan junto a Luka.
Dayan compartía habitación con otras dos camas, esas que ahora se hallaban vacías porque, como siempre, los niños llegaban y se iban, pero él se quedaba.
Al llegar al cuarto, lo encontré recostado en la cama. Le pasaban suero y se veía muy pálido, pero su semblante se alegró apenas verme, y sus ojitos brillaron de alegría.
—¡Dizzy! —exclamó con todo lo que pudo y me acerqué a su cama.
—Dayan, ¿cómo estás? Me dijeron que volviste a dormirte de pronto… ¿te sientes mejor?
—Leía el libro que me tajiste y de repente me do sueño y… —Echó la cabeza a un lado y sacó la lengua con gracia, indicativo de desmayo, lo que casi me hizo reír, pero me contuve.
Miré a un lado y vi el libro que le traje el día anterior a un lado. Llevé la diestra a acariciar su cabecita, que no tenía ni un solo pelo porque sufría de alopecia areata y suspiré.
En eso entró la enfermera, complacida al ver al nene más o menos animado.
—Day, tenemos que hacer el juego del vampiro otra vez —anuncié y él arrugó la cara.
—Dizzy, ¿voy a volvé a chupar tu sangre para ponedme fuerte?
Su pregunta inocente me calentó el corazón en el pecho y asentí con la cabeza.
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Editado: 30.10.2024