Tres años antes…
Julián estaba preparado para abrir su estudio de fotografía. Antes de tomar esa decisión había trabajado como fotógrafo documental y en algún momento también había ejercido como fotógrafo de guerra. Sin embargo, no había durado mucho dedicándose a lo último, pues el conflicto bélico le había desgastado más de lo que pensó en principio. Y aunque seguiría dedicándose a la documental, prefirió descansar haciendo retratos de todo tipo. Sabía que al principio le costaría, pero en cuanto tuviera a unos cuantos clientes confiaba en que todo fuera a mejor.
Después de guardar todo lo necesario, así como la llave del local, abrió la puerta de su casa y salió, cerrándola tras él. A su izquierda oyó voces de mujeres y se giró para mirarlas. Una mujer de pelo castaño hablaba con una chica con el pelo algo más oscuro. Como esta estaba de frente a él pudo observar en la distancia sus ojos azules y su tez clara. Levantó los brazos y simuló con los dedos que estaba viendo a través de un objetivo. ¿Podría fotografiarla alguna vez? Estaba seguro de que la cámara la adoraría. Con una sonrisa, las saludó y, cuando ellas hicieron lo mismo, se fue hacia el ascensor. Pulsó el botón y esperó a que las puertas se abrieran. Cuando entró y se giró, vio de nuevo a sus vecinas hablando. La última imagen que quedó grabada en su memoria fue la sonrisa de la más joven. Una sonrisa genuina. La puerta se cerró y él bajó la mirada hacia la cámara que llevaba colgada del cuello. De aquel gesto viajó a otro muy parecido de una niña de Siria a la que había fotografiado en un campo de refugiados. No obstante, esa sonrisa que consiguió inmortalizar no era tan amplia ni tan alegre como la que había visto segundos antes. Cerró los ojos y los volvió a abrir justo cuando el ascensor anunciaba con un sonido corto que ya había llegado a su destino.
Fue caminando hacia su estudio, pues había conseguido alquilar un local cerca del lugar donde vivía. Mientras tanto, siguió pensando en ambas sonrisas y en lo que había provocado en él la de la niña siria. Se detuvo ante la puerta de su estudio fotográfico y entró tras abrir la puerta. Cerró con llave después y preparó todo antes de inaugurarlo oficialmente. Tras encender el ordenador y entrar en la aplicación de Play Your Music, seleccionó una de las canciones de una lista que había creado exclusivamente para el lugar. La puerta ya tenía el cartel que indicaba que estaba abierto y el espacio estaba bien ambientado gracias a la música. No obstante, la primera hora solo se dedicó a observar a través del escaparate a la gente pasar. Algunas personas giraban la cabeza para mirar con curiosidad, pero otros ni siquiera se percataban de que estaban pasando por ese lugar. Solo miraban hacia delante.
Volvió a recordar a esa niña siria y a todos los refugiados que la acompañaban. Algunos no habían perdido la sonrisa ni la inocencia, mientras que otros lucían rostros tristes o atormentados debido a la guerra y las pérdidas que habían sufrido. Las fotos que había hecho seguían expuestas en su página web, salvo unas pocas que había conseguido vender. No obstante, guardaba con especial cariño esa sonrisa inocente, aunque triste a la vez. Una especie de pequeña Mona Lisa. No había sido capaz de deshacerse de ese recuerdo preciado, aunque la mantuviera expuesta en su catálogo con orgullo. Seguía teniéndola porque le recordaba a algo que se había prometido a sí mismo al volver.
Cuando volvió al presente, sus ojos seguían fijos en el mismo sitio y nadie había parecido mostrar interés por saber qué tipo de fotografías y sesiones era capaz de hacer. Y entonces una sonrisa que también había quedado grabada a fuego en su memoria apareció tras el cristal. ¿Acaso era un espejismo? ¿Sus ojos le estaban mintiendo? Salió del mostrador y se acercó a la puerta, pero antes de tener la oportunidad de decirle algo, ella se marchó manteniendo la sonrisa en su rostro. Julián volvió sobre sus pasos y de nuevo pasó las horas tras el mostrador.
Cuando cerró el local y volvió a su casa, lo hizo con la alegría de haber recibido a dos personas interesadas en su trabajo. Pero su mente regresaba una y otra vez a los mismos recuerdos relacionados con la sonrisa. Aunque, en esa ocasión se centró en la más reciente. Si tan solo fuera capaz de hacer feliz a alguien de forma que consiguiera sonreír así, se sentiría el hombre más feliz y afortunado del mundo. Sobre todo, porque así cumpliría su promesa hacia sí mismo.
Esa noche se quedó dormido con el recuerdo de esa sonrisa genuina que esperaba volver a ver algún día.
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Editado: 17.06.2020