El jueves siguiente, una semana después del encuentro entre Ricardo y Cristina, él se encontraba esperando a su hija en la puerta del edificio donde ella vivía. No dejaba de frotarse las manos a la altura del pecho y de caminar de un lado hacia otro, sin alejarse mucho de la entrada. Una de esas veces, oyó un sonido chirriante y se giró, comprobando que tenía delante a quien estaba esperando. Padre e hija se fundieron en un abrazo que decía mucho más que cualquier palabra que pudieran pronunciar. Cuando se separaron, se dieron dos besos y quedaron frente a frente.
—Me dijo mamá que querías hablar conmigo sobre algo, así que tú dirás —comentó la chica.
—Sí, había pensado en que fuéramos a algún sitio donde estar cómodos. El tema del que quiero hablarte es duro y largo de contar.
Raquel vio en los ojos de su padre un atisbo de tristeza que intentaba camuflar con su sonrisa. Intuía que no sería fácil porque ella misma había vivido una época muy difícil junto a su madre. No tener noticias de él durante tanto tiempo fue demoledor para ambas, aunque Cristina ya estuviera con Marisa por ese entonces. Ni siquiera en ese momento Raquel estaba segura de poder enfrentar ese tema…
Caminaron hacia uno de los bares situados cerca de los Edificios Panorama y decidieron tomar algo allí. Decidieron sentarse fuera, ya que no había mucha gente y estarían más tranquilos. Una vez que tuvieron sus bebidas en la mesa, ella esperó a que su padre empezara a hablar, pero no lo hizo y permaneció con la mirada sobre su vaso. Le costaba revivir, por segunda vez, esa historia.
—Tranquilo, papá, esperaré lo que haga falta.
Ricardo levantó la mirada y se encontró con la sonrisa de su querida hija. Ese gesto que acompañó a sus palabras le dio la fuerza necesaria para comenzar. Tragó saliva y la miró a los ojos.
—Recuerdas que antes del viaje, mi intención era dejar de ser inspector por incapacidad permanente, ¿no? —Raquel asintió—. Después de eso, un amigo me invitó a viajar con él a los Emiratos Árabes, pero durante el trayecto las cosas se torcieron y… —Ricardo no supo cómo continuar de forma que su relato no alterase demasiado a Raquel. Aprovechando que tenía que pensar en cómo contar lo que venía a continuación, bebió un poco de su refresco—. Acabamos secuestrados.
Raquel abrió la boca y la ocultó tras su mano derecha.
—Pero…
—Déjame terminar, porque si pierdo el hilo de mis recuerdos quizá no pueda seguir contándote todo… —la interrumpió él.
Raquel no dijo nada más y volvió a escuchar a su padre.
—Nos separaron a los tres días, cuando descubrieron que mi amigo provenía de una familia adinerada a la que podrían sacar dinero por su rescate. Pero yo estuve en la misma celda durante tantos días que nunca lograba saber la fecha exacta, salvo cuando nos traían el periódico. Eso solo sucedía cuando asesinaban a alguno de mis compañeros y era noticia. —Ricardo observó a su hija en busca de cualquier emoción que se reflejara en su rostro. Solo encontró sus ojos llorosos y tomó sus manos para reconfortarla mientras seguía hablando—. Durante los primeros días, e incluso semanas, viví con el miedo constante a ser el siguiente en morir. Siempre pensaba en vosotras y en lo solas que os sentiríais en caso de que eso sucediera. A pesar de todo, tu madre y yo nos seguimos llevando bien tras el divorcio, no es como si nos hubiéramos separado en malos términos. Sé que no sirve de nada, pero yo la sigo amando como el primer día. También sé que ella siente cariño hacia mí, así que eso me motivaba siempre para no echarme a morir ni enloquecer.
El hombre hizo una pausa y volvió a beber, esa vez acompañado por su hija. Ricardo notó un nudo en su garganta que intentó deshacer carraspeando.
—Desde que me dejaron en libertad gracias a la intervención de las autoridades, no he dejado de asistir a la consulta del psicólogo, quien a su vez tuvo que mandarme a un psiquiatra porque, según él, también necesitaba la ayuda de algún fármaco. He estado varios meses yendo a terapia hasta que he conseguido recuperarme casi del todo… Pero reconozco que aún tengo pesadillas de vez en cuando y que hay sonidos que me transportan de nuevo a esos días. Hija… ¿Podrás perdonarme por no haberte avisado cuando realmente volví?
Durante unos segundos, el silencio se hizo entre los dos. Raquel aún estaba asimilando todo lo que su padre le había contado, así que le costaba poder responder a una pregunta tan simple como la que le planteó. Aunque, dentro de ella, sabía ya su respuesta. Bebió otro sorbo del refresco.
—Papá… ¿Cómo crees que yo podría no perdonarte por algo así? —Sonrió—. No sé lo que se siente en ese tipo de situaciones, pero sí lo duro que debe ser y lo difícil que será recuperarse del todo. Veo incluso lógico que hayas preferido esperar.
—En la embajada me dijeron que podrían avisaros, pero yo preferí que no lo hicieran. Quería daros la noticia yo mismo, aunque tuviera que esperar —aclaró Ricardo.
Raquel se deshizo del agarre de su padre para ser ella quien le tomara las manos.
—Por favor, papá, cuenta conmigo a partir de ahora siempre que lo necesites. No quiero que me ocultes ninguna cosa más que te ocurra —pidió.
—Por supuesto que lo haré, hija mía. ¿Quieres…? —Ricardo volvió a tragar saliva—. ¿Quieres venir conmigo a la próxima sesión?
—¿Quieres que te acompañe al psicólogo la próxima vez que vayas? —Ricardo movió la cabeza de arriba abajo—. Entonces te ofreceré todo mi apoyo para que te vaya genial en la terapia.
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Editado: 17.06.2020