El lunes, mientras Raquel estaba en la Facultad de Bellas Artes, Cristina y Marisa hablaban sentadas en el sofá. Aquella mañana había sido ajetreada en la cafetería y se tomaron la tarde libre para descansar. Ventajas de ser sus propias jefas y tener a una encargada en la que confiaban lo suficiente como para dejarla sola con el resto de los empleados.
―¿No te parece que a Raquel le está cambiando el humor? ―preguntó Cristina.
Marisa sonrió de medio lado.
―Yo diría que mucho más que el humor, cariño. Está volviendo a ser ella misma.
Ambas sonrieron.
―Estoy muy contenta por ella, pero ¿crees que estoy haciendo bien?
―¿Te refieres a si deberías ejercer de Celestina con los dos? ―Marisa soltó una carcajada antes de continuar―: Creo que solo has allanado un poco el terreno; estoy segura de que todo lo que pase entre ellos será porque ha surgido como consecuencia de sus actos y decisiones.
―Yo solo quiero que Raquel sea feliz de nuevo y que olvide de una vez por todas a quien le hizo tanto daño. No merece sentirse así por nadie y me da rabia que lo haya pasado tan mal. ―Cristina apretó los puños sobre su regazo intentando contener su rabia.
―Bueno, tú tranquila porque todo cambiará, ya lo verás ―Marisa le guiñó un ojo.
···
Raquel salió de su facultad a las diez de la noche. El turno de tarde le venía bastante bien para no pensar mucho en las cosas que le producían tristeza, pero le disgustaba mucho salir tan tarde. Sobre todo, si luego le esperaba un largo recorrido para volver a casa. Menos mal que disfrutaba con las clases de su último año en el Grado de Conservación y Restauración… El claxon de un coche la trajo de vuelta a la realidad.
—¿Te llevo?
Reconoció la voz al instante.
—Si no te importa… —respondió ella.
—Venga, sube.
Rodeó el coche y entró por la puerta del copiloto. Tras cerrar la puerta, giró la cabeza hacia él y le descubrió mirándola. La penumbra del coche le otorgaba a sus rasgos más misterio y sensualidad, lo que provocó que ella se estremeciera al sostenerle la mirada. Julián la apartó para centrarla en la carretera y empezó a conducir por las calles de Sevilla. No parecía con prisa por llegar a casa y Raquel no supo cómo tomárselo.
—No sabía que estudiases por aquí, te hubiera empezado a recoger mucho antes. Total, vamos los dos al mismo sitio… —comentó para que no los engullera el silencio.
—Estudio un grado en la Facultad de Bellas Artes, aunque no sea el de Bellas Artes… Si recibiste mi dibujo te habrás dado cuenta de lo mucho que me gusta todo lo relacionado con eso.
Julián la escuchó con atención. Notó, por el tono de su voz, que aquello le apasionada incluso más de lo que dejaba ver con sus palabras. También lo había podido comprobar con el retrato que había dejado en su buzón días atrás y con los primeros bocetos que vio de Raquel.
—Me encantó el retrato.
Raquel, que había estado observándole durante todo ese tiempo, desvió la mirada. Intuía que le había gustado, pero oírlo de sus labios era más maravilloso de lo que había imaginado. Además, sabía que no lo decía por cumplir con ella.
—Me alegro porque era lo que esperaba —dijo con una sonrisa, volviendo a mirar su rostro, aunque él no hiciera lo mismo mientras conducía.
Pero llegaron a un semáforo en rojo y, tras frenar con suavidad, Julián la volvió a mirar de esa forma que la estremecía: entre misterioso y fascinado.
—Si quieres, puedo dibujarte en una pose determinada, algo así como una sesión fotográfica de las que haces, pero más lento. ¿Qué te parece?
La idea de que ella le dibujara no le disgustaba, al contrario, por alguna razón deseaba que llegara el momento. No tenía ni idea de qué tendría pensado para dibujarle, pero confiaba en ella igual que sabía que ella confiaría en su criterio como fotógrafo. Aunque aún no se lo hubiera comentado.
—Me parece bien —respondió y volvió a centrar sus ojos en la carretera en cuanto el semáforo se tornó verde—, pero solo si tú aceptas que te haga una sesión de fotos.
Ella abrió mucho los ojos aprovechando que él no la miraba.
—¿Por qué? —preguntó, aunque no dio tiempo a que él pudiera responder porque agregó—: No me respondas, ha sido cosa de mi madre, ¿verdad? —Entornó los ojos.
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Editado: 17.06.2020