El ambiente en la casa de María Antonieta de las Nieves era denso, tan denso que hasta un cuchillo podía rebanarlo. Lisbeth había aplacado los ánimos y cuando lo considero conveniente prosiguió.
—Sigue hablando María Antonieta.
—Yo amo a Carlos Enrique y sé que él me ama a mí –dijo María tomando de la mano a su novio.
Los ojos de su padre se llenaron de sangre mirando como la mano de su hija se entrelazaba con la de su compadre, la ira que sentía podía escapar en cualquier momento, y Ángela lo tomó por el antebrazo en un intento por tranquilizarlo.
—Víctor, amigo, de verdad amo a tu hija, hasta le propuse matrimonio.
María Antonieta mostró a todos el anillo de compromiso que tenía en el dedo anular de su mano izquierda. Los ojos de Víctor se llenaron de sorpresa, miró con rabia a su esposa y dijo:
—Tú lo sabías y no me dijiste nada.
—No lo sabía Víctor, me estoy enterando ahora mismo.
Le lanzó una mirada de incredulidad, miró a su compadre con desprecio y le preguntó:
—¿Para cuándo es tu cuarta boda?
—Todavía no lo hemos decidido –dijo Carlos Enrique–, primero vamos a ir una semana a Europa.
Ángela tuvo que sostenerlo fuertemente del antebrazo, y en las venas del cuello de Víctor podía verse claramente los rápidos latidos de su corazón. Lisbeth intervino y logró que se mantuviera sentado en su sillón. Víctor con la voz entrecortada por el dolor y la rabia dijo:
—Yo conozco mejor que nadie a este hombre, y aunque se case contigo, se aburrirá y buscara la próxima incauta, como siempre lo ha hecho.
Volteó su mirada a los ojos de Carlos Enrique y dijo con rabia:
—Eras mi amigo, como fuiste capaz de estar de novio con mi hija un año, UN AÑO, y no decirme nada cobarde.
—Yo no supe que hacer después que ella me confesó su amor, me di cuenta que yo también la amaba y las cosas se fueron dando solas, y no supimos cómo decirte las cosas.
—Pero si me dices en mi cara que vas a recibir un adelanto del honey moon en Europa, para eso si tienes agallas ¿verdad?
—Es que tengo que ir a hacer algo por el trabajo y quisimos aprovechar el viaje, María Antonieta quiere esperar a graduarse primero.
—Pero el honey moon no puede esperar, que conveniente.
Víctor abrió los ojos y miró a su hija.
—Yo sé quién es este tipo, ya fuiste suya ¿cierto?
La cara de María Antonieta se enrojeció de la vergüenza, Víctor saltó del sillón, y al mismo tiempo lo hicieron Juan Manuel y Lisbeth. Ella se interpuso en su camino y Juan Manuel lo sometió por la espalda. Carlos Enrique se levantó del sofá y se puso cara a cara con su compadre.
—Me conoces bien y jamás haría algo para hacerle daño a tu hija.
—Exactamente lo que le dijiste a tus otras esposas desgraciado, ¡Suéltame Juan Manuel! –dijo con la piel sudorosa y enrojecida por el esfuerzo.
—Siéntense los dos por favor, –ordenó Lisbeth.
La respiración rápida, y los ojos exorbitados y llenos de sangre de Víctor no le permitieron obedecer a la profesora, y para colmo Carlos Enrique seguía de pie delante de él.
—¡Siéntense ya! –ordenó de nuevo Lisbeth.
Víctor le pidió a su hijo que lo soltara, se arregló la camisa y el pantalón, se peinó con los dedos y se volvió a sentar. Carlos Enrique se sentó después de él. Lisbeth se mantuvo de pie un rato mientras la respiración de Víctor se normalizaba. Con el ambiente ya menos tenso, se sentó y miró a Víctor.
—Señor Víctor Manuel debe pensar bien las cosas antes de actuar o decir cosas de las que después tenga que arrepentirse.
—Ese zángano quiere aprovecharse de mi niña.
—Ya tengo 22 años y puedo decidir qué hacer con mi vida –dijo María Antonieta.
—Que bien, eso significa que puedas agarrar tus cosas e irte, y valerte por ti misma en la calle –respondió su padre.
—No te preocupes por eso, yo puedo mantenerla y pagarle sus estudios. –intervino Carlos Enrique con prepotencia.
—Hasta que te aburras de ella y la tires a la calle como a tus otras esposas –dijo Víctor enfadado.
Miró firmemente a su hija y dijo:
—Cuándo él te bote de su lado, no se te ocurra pisar esta casa, porque para mí tú…
—¡Ya basta señor Víctor! –dijo Lisbeth con voz firme–, tenga cuidado con lo que dice. Respire profundo y piense. Su hija está decidida a casarse con este hombre y usted no podrá hacer nada para evitarlo. Es la boda de su hija y seguro que ella quiere que la lleve al altar ¿Lo hará?
—¡Cómo se le ocurre que…! –gritó Víctor antes que Lisbeth lo interrumpiera de nuevo.
—Piense en su hija y no en su orgullo mancillado. Toda hija necesita que su padre la lleve al altar y si no lo hace, ella no se lo perdonará jamás, ¿eso es lo que quiere?