Alaia
Tras cinco segundos, viendo la cara de conmoción de Lucero y Alan estallé en risas, por alguna razón se había sentido bien.
—Lo siento, hace mucho quería hacer esa broma y bueno no tengo muchas amigas.
—Me caes bien, aunque no sé porque —dijo Alan.
—Son iguales —escuché a Lucero susurrar, por alguna razón eso me molestó, a el lo conocía de un año, a mi de diez, como podía considerarlo igual a mi.
—Hace mucho calor —se quejó ella tras un rato—, iré por unos helados ¿quieren? —preguntó.
—Yo voy —dijimos Alan y yo a la vez, volteé molesta.
—No, yo iré, hice esto para que ambos se pudieran conocer, a lo mejor estarán más cómodos ambos.
Tras que se fue se produjo un silencio algo incómodo.
—¿Cuándo te empezó a gustar ella? —pregunté para romper el hielo. Y tomé otro de los sándwich que ellos habían hecho.
—Un año antes de declararme —me respondió tranquilo, para luego añadir—. ¿Y tú cuándo te enamoraste de ella?
Me puse a toser sorprendida por la pregunta.
—¿De qué hablas? A mi no me gusta Lucero —respondí rápidamente.
—Claro que sí, se nota en tu mirada, veo una mezcla de amor y celos en ella, y en la forma en la que actúas —se acercó a mí. Por alguna razón mi corazón se aceleró cuándo lo hizo.
—Estás loco, simplemente es mi deber como amiga, no puedo apoyar a cualquiera a enamorar a mi no… a mi mejor amiga —dije, me dio ganas de matarme por la estupidez que iba a decir.
—Ya entiendo, no eres consciente de que eso es lo que sientes por ella.
—Cállate estúpido, ¿acaso crees que solo por tener un cuerpo bonito la mereces? ¿Acaso crees que solo por tu cara bonita puedes saber que es lo que yo siento? —estaba molesta por sus insinuaciones.
—Oye tranquila, no era mi intención ofenderte.
—¿Y cuál es tu intención entonces?
—Saber que como debo verte para estar mejor con mi novia.
El parecía atento, se acercó a mí nuevamente, está vez me aparté.
—Deberías probarlo, a lo mejor así tu mente estaría más clara, y entiende algo Alaia, yo no soy tu enemigo, solo busco la felicidad de Lucero.
—Solo buscas tu propia felicidad —le respondí en un ataque verbal.
—Exacto y mi felicidad depende de su felicidad, igual que claramente la tuya también depende de ello —me respondió, yo volteé la mirada—. Y la suya depende de la tuya.
—Exageras, ella no vive en depresión solo porque yo lo esté.
—En eso te equivocas, si es verdad que no está tan triste como tú, pero se siente mal por no poder lograr que tu dejes de estar triste —expresó.
—¿Yo la hago infeliz? —pregunté conmocionada. Observé en la dirección en la que ella estaba.
—No, simplemente le importas demasiado para ser feliz sin ti.
—No, o sea, ella es la luz que me trae alegría —dije dejando ver el collar que me había regalado.
—Y yo busco ser la armonía que permita esa alegría. —explicó justo antes de que Lucero llegara con los helados.