Kitaro
Me encontraba junto con Zoren caminando por el patio de la torre, antes de que se fuera por otro camino me comento donde me debería encontrar con el Maestro Daronde, cuando llegué al lugar veo que es un patio de entrenamiento enorme que estaba ubicado justo en la parte trasera de la torre, este tenía una parte completamente llana y otra con lo que parecía ser una carrera de obstáculos bastante extensa. Había mucha más gente a comparación del día que estuve con la maestra Annilea, increíblemente pude reconocer a unas de las personas que estuvieron el día anterior en la sala, no sabía a qué hora iniciaría el entrenamiento así que decido irme a sentar no muy lejos.
El sol estaba comenzando a brillando calentando con ello el lugar, en eso siento que alguien me está observando y cuando miro disimuladamente me percato que se trataba de una entara, era la misma que estaba a mi lado el día de ayer, no sé por qué rayos me estaba mirando pero me hacía sentir incomodo, después de unos segundos esta comenzó a acercárseme yo por mi parte no hice más que ignorarla, pero mientras más se acercaba más incómodo me sentía, no sabía qué hacer en esta situación.
—¡Muy bien debiluchos es hora de iniciar!
Esa voz capto la atención de todos, se trataba del maestro Daronde, admito que me alivie que hiciera eso justo ahora, cuando miro de reojo noto que la entara se regresa por donde vino, no sé cuáles eran sus intenciones, pero si son buenas puede que vuelva a intentar acercarse más tarde.
—¡Muy bien todos! ¡Los que hayan despertado júntense todos a la izquierda y los que no a la derecha!
Todo el mundo hizo caso, yo me fui al grupo de la derecha el cual era bastante numeroso, y veo que no muy lejos de mi estaba la entara pero mejor no pienso en ella por ahora. De repente comienzo a sentir como la tierra tiembla, me sentí nervioso porque recordé aquel sujeto que casi me mata hace varios días. Justo a delante de todos se elevó la tierra creando una especie de podio en el cual el maestro se colocó, para este día no tenía puesta su armadura de color bronce en su lugar estaba vestido de con una camisa de manga corta y pantalones deportivos, era la típica apariencia de un entrenador cualquiera, pero para mi sorpresa traía consigo un enorme martillo el cual coloco enfrente suya a la vez que se nos quedaba viendo a todo el mundo fijamente, ahora que lo veo sin su armadura, veo que tiene un cuerpo bastante macizo podría intimar fácilmente a cualquiera que tenga frente suya.
—Bien... Cómo es la primera vez de todos aquí les tengo que decir algo... Bienvenidos al infierno sobre la tierra —sonríe malévolamente.
Esas palabras petrificaron el ambiente la tensión era tan evidente que podría jurar que se puede sostener un alfiler sobre ella, nada más al escuchar al maestro me hizo tragar saliva y comenzar a sudar frio.
—Seré claro... ¡Para la mayoría de ustedes voy a ser la razón de que desistan en ser guardianes! ¡Es obligatorio para nosotros tener la capacidad física para soportar todas las tareas a las que nos debemos enfrentar, con eso claro no me puedo permitir que ninguno de ustedes salga de aquí sin tener la capacidad de correr al menos cien kilómetros sin detenerse!
Hay mi madre... sabía que sería rudo ¿pero lo que está pidiendo no es un poco exagerado?
—¡Mi deber ahora será, no la de entrenar sus cuerpos, sino la de forjar sus tenacidades para que sean capaces de superar sus límites aun cuando sus cuerpos les estén rogando que se detengan!
Así serán las cosas… La muestra Annilea nos entrenará para desarrollarnos en nuestras capacidades mentales, en cambio el maestro Daronde deberá asegurarse que superemos nuestras barreras físicas, ninguna de las tareas suena fácil, pero eso era algo que todo el mundo vino a conseguir, no sé por qué, pero de alguna forma me estoy comenzando a emocionar con esto.
—Ambos grupos estarán bajo la supervisión de dos de mis guardianes de mayor confianza, pero aun así no crean que se librarán de mí, estaré constantemente vigilando ambos grupos y dándoles instrucciones que deberán cumplir si o si ¿¡quedo claro!?
—¡Sí! —grito la multitud.
—¡¿Sí qué?!
Sin dejarnos responder el maestro levanto levemente su martillo y lo dejo caer, cuando toco el suelo todo el lugar tembló notoriamente lo cual hizo que varios perdieran el equilibrio.
—¡SÍ MAESTRO! —gritamos asustados.
—Muy bien... ¡Comencemos!
Cada grupo se dirigió a un lado diferente del patio, el mío estuvo bajo la vigilancia de un zurou con apariencia de oso pardo, en cambio el otro grupo estaba al cuidado de un sijari, ambos estaban con ropas muy similares a las del maestro Daronde.
Al comienzo el oso nos mandó hacer ejercicios de calentamiento por al menos durante quince minutos, después nos hizo trotar por el patio por una hora, luego nos hizo hacer flexiones de barras y cargas pesas de un lado a otro durante otras dos horas, pero siempre nos daba un breve descanso de unos quince minutos entre cada hora, para ese entonces ya estaba muy cansado a pesar de que antes hacía ejercicio eso no era nada comparado a lo que estoy viviendo ahora, ya estaba a un punto en que mis piernas comenzaban a doler y eso que aún no es ni medio día, quien sabe cuántas más horas nos quedara de esto.
Después del pequeño descanso seguimos haciendo los típicos ejercicios, lagartijas abdominales y similares, después de otras dos horas nos dieron otro descanso para poder almorzar, el maestro nos facilitó la comida, no fue muy pesada se trató de unas cuantas frutas con cereales y un vaso de agua, fue algo que sería fácil de digerir y que no nos dificultara más tarde con los ejercicios. Cuando terminamos de descansar como por otra hora tras comer volvimos a trotar nuevamente por otra hora, ya mi cuerpo entero estaba comenzando a doler demasiado pero aún me podía mantener de pie por lo menos, en cambio varios del grupo ya estaban tirados en el suelo tratando de recuperar el aliento y la intensidad del sol para este entonces dificultaba aún más las cosas, no sé cuánto tiempo más voy a poder seguir con esto, al menos me he mantenido hidratado todo lo posible.
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Editado: 14.06.2020