—¡El trato era que los mantuvieras ocupados, Hestia! —la diosa sólo pudo encogerse en su propio asiento mientras su hermano reprendía sus acciones, dando vueltas por la ostentosa sala— No puedo contar con ustedes de ninguna manera, ¡y no puedo hacer esto yo solo!
—¡Ninguno de nosotros puede! —respondió sincera y el dios la miró con atención— No pude, y de verdad lo siento, pero ellos debían seguir con su camino y lo que yo ví no era algo común, era...
—Hestia, abre los ojos —tomó a su hermana por el rostro y la obligó mirarlo—. Si tú nos ayudas, si nos prestaba tu poder, podríamos hacer que jamás fueras ignorada de nuevo. Tú eres más fuerte que todas ellas —señaló los templos de las demás diosas, la diosa miró atenta y luego regresó su atención a su hermano, hundiéndose en su penetrante mirada, casi notando una chispa brillante de anhelo—, no puedes dejar cegarte por una mortal, tú no. Tu templo debería estar ahí arriba, como hija de Cronos y Rea, y sin embargo, permites que te ubiquen a las afueras del Olimpo, cuando tú deberías estar en la joya de la corona.
—Debería —afirmó, su vista nublada por deseos ambiciosos que su hermano había puesto en su mente—. Quiero estar ahí.
—Así es, solo necesitó que seas útil, querida, y todo lo que anhelamos se hará realidad. Todo. El Olimpo, el mundo entero si deseas.
( § § § )
Debían avanzar la distancia de un par de templos gracias a la generosidad de la diosa, a lo lejos se veía el próximo que habrían de visitar. El templo de Apolo relucía como diamante en medio de carbón, no había templos continuos al suyo y eso hacía que brillará en medio de los demás; era parecido a una mansión, una gigantesca y muy bonita. Estaba adornada en mármol blanco y finas líneas azules, la cornisa estaba hecha de un oro bastante brillante y pulcro. No estaba muy lejos y no tardarían mucho en llegar, sin embargo, el profundo silencio, instalado entre Asher y los dos muchachos, era incómodo y espeso. Casi podías palparlo en el aire.
—¿Qué nadie hablará sobre lo que pasó? —Hermes se notaba alterado cuando comenzaban su camino por aquel sendero, pero hasta aquel momento había decidido hablar— Una mortal acaba de hacer llorar a una diosa, y no cualquier diosa, ¡hizo llorar a Hestia, por Zeus!
—Hermes... —habló Ícaro en tono amenazante, pues podía ver como la chica de ojos azules se encogía con cada palabra en su andar, sin saber mucho de lo que había ocurrido tampoco.
—¡No! —se puso frente a ellos y camino de espaldas para no perderles de vista— Quiero explicaciones.
—No, no necesitamos explicaciones, Hermes, ya basta —el dios estuvo a punto de rechistar cuando Ícaro lo calló haciendo señales en dirección a Asher.
Y es que ella tampoco sabía cómo sentirse, ahora él recuerdo estaba fuera de su mente y no sabía qué había tomado la diosa cuando estuvieron en su templo. Vivir con dudas, algún tipo de curiosidad que pudiera causarle ansiedad, no era su estilo y, aunque tardará muchísimo tiempo en hacerlo, recuperaría aquella memoria, por más pequeña que ésta fuese.
El sol seguía iluminando el sendero como si no hubieran pasado más que algunos minutos desde su llegada. Los rayos del sol le quemaban la piel y no podía evitar sentir más calor del normal, o la temperatura ambiente. Pero tanto Ícaro como Hermes no se veían afectados en lo absoluto. Además, su estómago ya rugía por falta de alimento, y ella bien sabía que su humor no era realmente
bueno cuando no comía en un largo rato.
—¿Podríamos, al menos, comer algo? —ambos chicos la miraron cuál bicho raro— No sé si ustedes lo hacen, pero yo debo alimentarme como una persona normal.
—Los dioses nos alimentamos de sacrificios, sangre de una chica virgen, cabras, corderos, lo usual —movió las manos restándole importancia a sus palabras, sin embargo, Ícaro miraba tan mal al dios que lo único que pudo hacer fue retractarse inmediatamente de lo que dijo.
—Eres un...
—Ya sé, ya sé, mal chiste para mortales, ¡son demasiado delicados, Dios mío! —detuvo a Ícaro antes de que comenzará a ofenderlo; cerró sus manos, dejando un pequeño hueco en medio de ellas, un paquete de cartón apareció en estas. El dios invitó a Ícaro y Asher a tomar asiento en la orilla del sendero y les extendió el paquete.
—¿Qué es esto? —preguntó temerosa, el interior estaba tibio y algo crujía bajo su tacto.
—Una Big Mac —respondió con la boca llena, Asher sacó en pequeño bulto y le sorprendió ver el envoltorio amarillo con el logo de Mc Donalds. Dio un gran mordisco cuando la hamburguesa estuvo al fin fuera del pedazo de papel, odiaba con todo su ser los pepinillos, pero ahora no podía quejarse. Su expresión de Hermes era digna de enmarcarse, rodaba los ojos al cielo con cada bocado y emanaba sonidos de puro placer—. ¿Cómo es que los mortales pueden tener esto y valorarlo como se debe? —limpió restos de mayonesa y salsa de su rostro con un pedazo de servilleta— ¡Esto se merece un templo, una ciudad para el solo, una isla con su nombre!
—Existen más franquicias de comida, ¿sabes? —se encogió de hombros y siguió deleitandose con el sabor de la hamburguesa hasta casi morderse la punta de los dedos— Quisiera saber cómo es que lo haces, me refiero a la magia —dio el primer mordisco a su hamburguesa y se contuvo de imitar sus expresiones del dios.
—Sencillo —limpió sus costados con una servilleta y sacó una orden de papitas de la misma bolsa—, soy hijo de Zeus. Todos mis dones y manías son regalos de mi padre que debo atesorar y usar apropiadamente, aunque, a veces me gusta hacer ttavesuras—movió sus dedos en varias direcciones, una chispa diminuta bailaba entre ellos a su voluntad— pero a veces quisiera dejar de ser Hermes, mensajero de los dioses, y sólo ser Hermes...
—Siendote sincera, y basándome por completo en tus palabras —el dios prestó atención a la chica y lo que trataba de decir—, mi mundo parece atraerte mucho más que el tuyo.