Los primeros rayos de sol ya estaban asomándose detrás del templo de Zeus cuando Ares despertó. Estaba más tranquilo y no dejaba de mirar al pequeño grupo que lo rodeaba. Eros tenía una flecha apuntando a su cabeza con firmeza y no dudaría en disparar apenas hiciera un movimiento hostil.
—¿Y ahora qué hice? —preguntó con la voz ronca.
—Casi nos asesinas —Hermes trataba de no reprenderlo, pues no tenía culpa en sus acciones, fue manipulado y tenía eso en consideración— y, ahora, necesitamos que nos digas qué demonios fue lo que sucedió.
—No lo sé.
—Ares —amenazó Eros, con la flecha cada vez más cerca de ser disparada—. Coopera o te juró que despertarás en el inframundo.
—¡Es que no sé qué fue lo que pasó! —confesó irritado, su casco chocaba con cada movimiento de su cabeza, y Asher no pensaba en otra cosa más que quitárselo— Estaba con Dionisio, bebiendo, ¿qué otra cosa sino? —Eros rodó los ojos pero lo dejo continuar sin interrupciones— Luego llegó Hestia, habló sobre un par de mortales infiltrados y no puedo recordar nada más.
—Esa maldita... —susurró la diosa del amor bajando su arco y, de un chasquido, Hermes dejó caer las cuerdas que mantenían atado a Ares en aquella columna.
—¿Qué fue lo que hice? —insistió.
—Trataste de asesinarnos —Ícaro se acercó y estiró su mano, ofreciéndole ayuda para ponerse de pie, el dios aceptó y miró apenado al chico— pero nos alegra que estés de vuelta.
—No sé ni siquiera como pedir perdón pero puedo asegurarles que no sucederá de nuevo —aseguró y prestó atención a quienes lo rodeaban, siendo atrapado por la mirada de un azul intenso que lo miraba con curiosidad— ¿Adara? —susurró apenas siendo escuchado por sus oídos pero Asher pudo ver el movimiento en sus labios.
—¿Disculpa?
—¿Quién eres tú? —se acercó a ella, prestando suma atención a sus facciones y movimientos.
—Ella es Asher, la chica que Poseidón mando a buscar —Ícaro fue ignorado por el dios de la guerra, pues no dejaba de mirar a la oji-azul. En cambio, Asher estaba incómoda y no veía la forma de esconderse de la mirada del dios, y Hermes y Eros notaron aquello.
—Tiene que irse.
—Ares, hemos pasado por la casa de Hestia y ella concedió nuestra visita.
—No me interesa. Ésta chica se tiene que ir —su voz era firme, pero el rostro se le caía en pánico. A grandes pasos, invadió el espacio personal de Asher y la miró a los ojos, amenazante, su respiración chocaba contra el mentón de la chica—. No me importa si mi mismo padre te ha concedido el acceso, te quiero lejos del Olimpo.
—Yo... —tartamudeo en busca de palabras pero nada salía de ella, su garganta estaba seca y el corazón le latía frenético.
El trío detrás de Ares se alertó al verlo tomar en mano su espada. Ícaro pensó en alguna forma desesperada de hacerlo alejarse de Asher, pero sabía que no lo haría retroceder ni en nombre de su madre. La cabeza le punzaba con el pasó de los segundos, y cuando el dios alzó la espada por encima de su cabeza, trató de impedir que todo terminará en tragedia; sus piernas se movían casi por voluntad propia y las manos se le estiraban en busca de impedir lo que estaba a punto de hacer el hijo de Zeus.

—¿Esté es el mortal que te pedí? —Hades asintió en un movimiento suave de cabeza— ¿y crees que nos sea útil?
—Por supuesto, si ésto no hace que Asher actúe como lo planeamos, no sé qué pueda hacerlo —prestó atención al muchacho frente a sus ojos y trató de ver más allá de el hechizo que ahora se había apoderado de su mente.
—Hestia falló, Ares también, y, ahora, Eros está de su lado. Podrían superarnos en número, en planes y puede que probablemente lleguen primero a Zeus que nosotros.
—Pero no lo harán —caminó al rededor de Caleb, prestando atención en cada detalle y buscando algo que pudiera servirles—. Hestia les dijo que debían pasar a todos los templos a pedir la aprobación de cada uno de nosotros.
—¿Qué con eso? —Hades bufó irritado y evitó rodar los ojos.
—Mi templo es el penúltimo, si hacemos que su pequeño grupo se separé antes de llegar a mí, podremos conseguir a la chica sin compañía.
—Tentador, muy tentador, ¿qué propones?
—Visitar a Afrodita, advertir sobre el peligro que trae ésta chica consigo y ella misma hará el resto.
—Solo debemos esperar entonces —miró por encima de su hombro a Hades, quien al parecer había encontrado algo en el chico.
—O podríamos adelantar un poco las cosas —tomó lo que sea que había encontrado y tiró lentamente de él. Una de las flechas de Eros ahora dejaba rastros de sangre sobre sus delgados dedos; la madera ya no estaba sana, tenía un color verdoso y la sangre la había doblado—. La chica ya no siente lo mismo por este sujeto, la flecha ya está casi podrida pero eso ella no lo sabe. Deberíamos aprovecharnos de esto y por fin enviarlo.
—No, aún no es tiempo. Esperaremos a que ella misma nos dé la ventaja que esperamos, y lo hará —miró a Hades una última vez, y avanzó a la salida del templo—. Apolo espera por tu regalo, no lo decepciones —dijo por último, con las palabras llenas de ironía.
—Ya no tenemos tiempo —susurró para sí mismo y se dejó caer sobre su trono.

—¿Qué hiciste? —preguntó temeroso Hermes, Eros temblaba mientras bajaba el arco.
—Apunté hacia Ares —su espada estaba abajo pero no había retrocedido ni un centímetro. Estaba petrificado.
—¿¡Qué carajos hiciste, Eros!? —Ícaro tomó por las muñecas a la oji-azul y la hizo colocarse detrás de su cuerpo. Cuando Ares volvió en sí, sus ojos destellaban en un brillo rosado y tenía las mejillas un color carmesí brillante.
—¡Era esto o dejar que asesinara a la chica! —El grupo miró expectante al dios de la guerra, con pánico inundando sus facciones y miedo recorriendo sus huesos. Ares sonrió tímido hacia dónde estaba Ícaro, pero no lo hacía directo hacia él, pero eso no lo sabía el azabache. Se acercó lentamente a Ícaro y habló con suavidad.