—¡Charlie, ten más cuidado! —gritó Antony al ver como el espadachín esquivaba por poco la flecha de un esqueleto.
—¡Si perdemos ese inventario Clara morirá! —gritó desesperado al mismo tiempo que sacaba su arco y lo tensaba en dirección al animal—. No quisiera tener que hacerlo pero si hay que elegir entre el zorro y Clara, no me queda otra opción.
Charlie disparó una flecha tras otra, pero el zorro las esquivaba sin mucho esfuerzo.
El sol ya casi había desaparecido en el horizonte. A pesar de haber tantos monstruos dentro del bosque, ambos seguían persiguiendo al ladrón anaranjado. Pronto, Charlie se quedó sin flechas, y apretó los puños con impotencia.
—Tal vez haya una forma de quitarle el inventario sin matarlo —dijo Antony.
—Te escucho.
Antony le mostró las bayas que había tomado hace poco.
—¿Crees que funcione?
—Yo... no estoy muy seguro.
—Ya no podemos acercarnos a él lentamente.
—Si lo acorralamos en alguna esquina podríamos acercarnos lentamente para atraparlo.
—Ya no hay tiempo para eso.
—Entonces vamos a perseguirlo hasta la casa y lo acorralamos en el lago. No está tan lejos.
Charlie lo pensó por un instante.
—Está bien, llevémoslo hasta la casa.
El hombre trató de girar la perilla de la puerta, pero como no pudo hacerlo, le pidió a la pequeña Aurora que lo hiciera. Una vez abierta, lo único que vieron dentro era la misma obscuridad que había en el bosque, lo cual asustó un poco a la niña, y se cubrió los ojos.
—Tranquila, es una casa común y corriente, solo que ahora no se puede ver nada. Te dejaré en mi sillón y cuando te diga, abres los ojos ¿está bien?
Estaba aterrada, pero de igual forma asintió para no parecer una miedosa, y entraron en la casa. Abrazó con fuerza al hombre, pegando su rostro al pecho de él.
Con cuidado de no tropezarse, el hombre busco el sillón para dejar ahí a la pequeña bruja y gentilmente la acostó. La casa olía bien, eso la relajó un poco.
Después de que el desconocido presionara un botón que había al lado de la puerta, se encendieron las luces, iluminando así la habitación por completo, y le dijo a Aurora que abriera los ojos.
Con algo de inseguridad, se quitó sus manos de la cara y abrió los párpados, viendo la casa por primera vez. Las paredes eran blancas como la nieve, el piso estaba hecho de tablas de abeto, los ventanales eran amplios y había macetas con plantas hermosas en cada rincón de la casa, dándole un toque natural muy apacible, sin mencionar que las luces amarillas le hacían querer dormir justo donde estaba. Pero lo que más le llamaba la atención, eran las figurillas de madera que estaban casi en todas partes.
El señor sacó de su bolsillo un mechero y se acercó a la chimenea para encenderla, y lentamente la llama fue creciendo hasta crear una agradable y cálida luz que derretía el tímido corazón de la pequeña brujita.
—Traeré algunas vendas y medicina ¿está bien? —dijo sonriente antes de irse a otra habitación, dejando sola a Aurora en la sala. Pero ahora que había luz en todas partes, no se sintió tan nerviosa.
Quiso pararse y explorar, pero su tobillo lastimado le causaría muchos problemas, así que solo esperó a que el señor regresara. Vio por fuera de la ventana; había empezado a llover y se imaginó a mamá caminando por el bosque con un candil buscándola por todas partes. Eso le dio mucho miedo. No podía imaginarse la regañada que le daría cuando la encontrara ¿Realmente había necesidad de volver? El señor era muy agradable, no quería irse de ese lugar tan bonito y cálido. Pero de todas formas tenía que volver. Quizás su madre era un poco gruñona, pero se preocupaba por ella, y cuando está de buenas puede ser muy dulce.
—Ya volví —dijo mientras traía un rollo de vendas, un vaso con leche y un plato con algo encima que Aurora nunca había visto antes, sacándola así de sus pensamientos.
Eran unos círculos del tamaño de su mano de color marrón y puntos oscuros; parecía comida, y de alguna forma, le dieron ganas de probarlos.
—Te traje galletas —le dijo mientras ponía el plato en la mesa de centro junto con el vaso.
Aurora vio con curiosidad los bocadillos que tenía frente a ella y los olfateó como un gato curioso. Entonces agarró uno con timidez.
—¿Galletas?
—Sí —dijo entre risas—. Galletas.
Un poco insegura, Aurora abrió la boca y le dio una pequeña mordida a la "galleta", y en seguida quedó encantada. Era un sabor dulce y suave que jamás había probado en su vida. El chocolate se deshacía en su boca y la masa estaba perfectamente horneada; ni muy crujiente ni muy suave. cada detalle de la "galleta" era hermoso, perfecto y placentero. Sin dudarlo, dio otra mordida más grande casi en seguida.
—Veo que te gustan —dijo muy feliz—. Yo mismo inventé la receta.
—Es lo más rico que he probado en mi vida —dijo con toda la sinceridad del mundo antes de darle un pequeño trago a la leche, y cuando ésta tocó su paladar, sintió que estaba en el cielo.
Una por una, las galletas fueron desapareciendo del plato hasta que solo quedaron cinco diminutas migajas.
Entonces, el hombre le pidió que le mostrara sus heridas, y con cuidado las limpió con agua tibia.
—Dime pequeña ¿Cómo debería llamarte? —le preguntó mientras enjuagaba el trapo en una cubeta con agua.
—Aurora.
—Ese es un nombre muy lindo —dijo con una pequeña sonrisa—. Yo me llamo Nolan.