27 de noviembre 1986
Súzdal/Rusia
Al principio le pareció el castillo más grande y precioso del mundo, tanta delicadeza en su decoración y tanta elegancia por los corredores era sin duda algo de cuento de hadas, por lo menos para una pequeña de cuatro años; pero para la jovencita de dieciséis en la mesa no era más que la cárcel exageradamente amplia y mejor decorada de todo el lugar.
Había olvidado incluso el número de habitaciones y baños solo en el segundo piso, dos escaleras curveadas y enormes en la parte central de la casa conectaban un piso con el otro, con un diseño tan acogedor que bajar peldaño por peldaño era un simple viaje extraordinario de vivir.
Todo finamente forrado por maderas caras de cabo a rabo, cuadros relucientes con marcos al menos de algo demasiado parecido al oro colgaban por pasillos y recámaras, candelabros iluminaban las esquinas y los tejados, flores hermosas en tarros de porcelana aromatizaban todo cuanto pudieran; tanto el patio trasero como el jardín delantero eran simplemente de ensueños, con fuentes decorativas que alojaban a peces coloridos en sus aguas, arbustos verdes y grandes rocas formaban el camino hacia la entrada, junto a ese camino esperaban tres autos lujosos que resplandecían con los rayos del sol, y mas allá de una calle empedrada aguardaba el enorme muro con portón de barrotes negros que daba entrada y salida a la residencia Soloviov.
No había domicilio alguno en kilómetros, solo una aparentemente infinita carretera con bosques de pinos altos de lado y lado, dando privacidad absoluta a la familia que habitaba en tan divina localidad. Pero tanta intimidad y belleza venían a resumirse en la jovencita que veía la cúspide de la vela encendida como esa vez hacía años atrás.
Veía la vela derretirse sobre el pastel y sus ganas de soplarla para pedir el dichoso deseo eran inexistentes; las chicas de la servidumbre rodeaban a la muchacha desde las paredes, con la mirada baja, si algo tenían prohibido severamente esas personas era divisar de forma directa a los ojos a sus superiores, y aunque solo dieciséis años de vida estuviera cumpliendo la jovencita ella se encontraba demasiado por encima de la servidumbre.
Su aspecto era impecable, una piel pálida y tersa la caracterizaba, cubierta por una gama amplia de pecas de distintas formas y tamaños que le salpicaban por toda su compleción; sus ojos azul cobalto eran intensos, penetrantes, hasta el punto de crear una sensación de temor en quienes se enfocaran en ellos. Sus rasgos finos le daban un toque de artificialidad, como si se tratara de una muñeca perfecta, su cabello bermejo era sin duda lo que más llamaba la atención en ella, y precisamente era una de las razones por las que se lamentaba esa mañana, por su ahora corto cabello, que hacía unos pocos días era una melena abundante y extensa.
Sus pelitos no pasaban ahora del inicio de sus orejas, con un corte machorro que aun así le sentaba de maravilla, haciéndola ser incluso un poco más peculiar, pero las razones que escondía aquel peinado no eran simplemente el deseo de un nuevo estilo por su cumpleaños número dieciséis, sino la enfermedad que la perseguía hasta donde podía recordar con claridad y que le había traído mas de un problema. Quizás su Tricofagia era sino de lo peor que pudo haberle pasado en la vida, no podía detenerlo por más que quisiera, aunque a veces pensara que sí, pero justo en ese momento parecía ser el menor de sus problemas.
……….
Tricofagia: hace referencia a la ingesta compulsiva del cabello asociada con la Tricotilomanía. En la Tricofagia, las personas con Tricotilomanía también consumen el pelo que se arrancan, y en casos raros y extremos, esto puede conducir a la formación de una bola de pelos
……….
―No quiero ir ―soltó rápidamente, sin mover un solo ápice su cuerpo, ni siquiera quitar la vista de la vela que ya se había consumido del todo.
―No está a discusión mi cielo
Nikolai Soloviov era un hombre calculador, la forma en la que analizaba a la gente mientras hablaba lo decía todo, sus expresiones faciales eran por lo general nulas, y su voz lograba erizar más de una piel. A Agatha le aliviaba―de alguna forma―el hecho de ser físicamente tan distintos. Su cabellera negra no se acercaba ni un paso a la pelirroja que caracterizaba a su adorada y única hija, quizás la piel blanquecina podría tener cierto asemejo pero sus ojos celeste eran demasiado claros en comparación a los azules intensos de la jovencita.
Su padre esbozó una media sonrisa luego de acercarse para darle una caricia bajo la barbilla; la pelirroja tenía claras muchas cosas sobre su padre, como que era mentiroso, interesado, despiadado y que no quería a nadie en lo absoluto, más que a sí mismo. Aunque la había cuidado desde siempre como a una joya preciosa el frio en sus manos y en su mirada dejaban mucho que desear.
Ella apartó el rostro evitando el supuesto gesto de afecto.
Desde que podía recordar había recibido clases en casa, instructores salían y entraban cada día, de lenguas extranjeras, matemáticas, de música, literatura, e incluso de otras clases no tan habituales a las cuales no encontraba siquiera como llamar. El cambio drástico de su padre al quererla enviar a un instituto le pareció de lo más aterrador, pues eso significaba una cosa, que se iban a quedar una larga temporada en aquel lugar.
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Editado: 08.05.2020