*Así se vería Stella, la protagonista de este libro.
Debió quedarse en su hogar, eso le decía su mente una y otra vez. Inmediatamente guardó el collar en uno de los bolsillos de su capa y trató de regular su respiración, en vano, mientras miraba a la persona que tenía frente a ella.
Aquel hombre era notablemente más alto que ella, tanto que tenía que alzar de forma considerable su cabeza para observarlo. Ojos verdes, piel ligeramente bronceada, su cabello era negro, de complexión tonificada y usaba un sencillo pero elegante traje. La seguía mirando, esperando pacientemente a que le dijera algo; permaneció en silencio.
Después de un tiempo, decidió responderle.
—¿En dónde estoy?
—En la ciudad de Polúx, la capital del Reino de Geminorum. Viniste a uno de los mejores destinos turísticos. Te ves un poco perdida ¿quieres que te acompañe a caminar un poco? —la joven asintió con duda y desconfianza, pero eso no lo detuvo —. Por cierto, me llamo Gabel, ¿y tú?
—Stella.
—Lindo nombre — la halagó mientras le sonreía.
Esa era una de las ocasiones en que no sabía qué decir. Gabel era el primer hombre (que no consideraba parte de la familia) que le decía algo así, pero ahora no era momento para pensar en eso. Debía concentrarse.
—Gracias.
—Sígueme, y trata de mantenerte a mi lado o podrías perderte, Polúx es una ciudad muy grande.
Mientras Gabel le explicaba sobre las diferentes tiendas y mercancías, la mente de Stella estaba en otro lado. Seguía haciéndose tantas preguntas y había tanto misterio sobre el origen de esa gema, eso comenzaba a ponerla aún más inquieta. Veía como toda la gente miraba a Gabel con alegría e incluso admiración. A él no parecía molestarle en lo absoluto, saludaba a las personas con el mismo respeto y entusiasmo. Cuando se aseguró de que nadie la miraba, sus ojos turquesa brillaron un poco más como diamantes y mechones de su corta cabellera rubia y ondulada se alzaron. Su alrededor se oscureció como si solo estuviera Gabel presente y solo veía su complexión humana de color esmeralda, similar a la de un cristal; aquel joven hombre poseía un aura poderosa. Probablemente le daría una buena batalla si se lo proponía. Stella estaba segura de que era alguien importante, por eso la gente lo trataba con formalidad. Indagó más al respecto, pero no encontró nada peligroso en él, salvo algunos detalles contradictorios.
Una parte de él era oscura, como si tuviera algo que lo estuviera atormentando pero no le dio importancia en ese momento; todos tenían problemas sin resolver. De ahí en fuera, no había nada sobresaliente que la hiciera sentirse incómoda.
Al asegurarse de que estaba a salvo con él, su mirada y su cabello volvieron a la normalidad.
Escuchó que Gabel le hablaba pero solo miraba a la nada, hasta que un comentario llamó su atención.
—… No eres una persona de muchas palabras —intuyó el joven.
—…No —admitió Stella.
—Si te soy sincero, yo tampoco —admitió Gabel poniendo una mano sobre su cuello con media sonrisa.
—No pareces serlo.
—La gente nunca es lo que parece.
Una sonrisa apareció en sus labios y no pudo reprimirla, a ella le agradaba ese tipo de personas con pensamientos realistas y sinceros. Le recordaba mucho a sus amigos.
—¿En qué piensas?
—Gracias por ser realista.
Sin saber por qué, también sonrió.
—¿De dónde vienes? —decidió preguntar Gabel.
Stella tardó en responder, miraba hacia el suelo como si fuera lo más interesante de ese mundo. Él seguía haciéndole muchas preguntas, a las cuales ella casi no respondía. No era que no confiara en él, su aura era bondadosa y no era mala persona, el problema era que ni ella misma sabía que estaba haciendo ahí. Todo era difícil de explicar.
Ambos siguieron caminando sin hablarse nuevamente hasta que él rompió el silencio.
—¿Por qué no quieres decirme muchas cosas?
—No revelo mis asuntos a desconocidos.
—… Ya veo, entonces tendré que ganarme tu confianza.
—No confío en la gente tan fácilmente.
—Bien, nos estamos conociendo.
No sabía el por qué Gabel buscaba ganar su confianza, pero no se lo pondría nada fácil aunque fuera de fiar.
Al ver como se ocultaba el sol por el horizonte, decidió que era hora de despedirse de él y tratar de descubrir la historia sobre su collar.
—Se está haciendo tarde —dijo Stella—. Debo irme, gracias por mostrarme la ciudad.
—De acuerdo, ¿en dónde te estás quedando a descansar?
—Dormiré en los bosques.
—¿Qué? Eso no, ven conmigo.
—¿Disculpa? —preguntó confundida.
—No te dejaré dormir en el bosque. El viento por la noche es más fuerte que durante el día. Podría pasarte algo.
Para ella, ese era de esos pocos momentos en los que ya no sabía qué decir. No quería, ni debía, quedarse ahí por mucho tiempo. Pero se le estaban acabando las opciones; por lo tanto, asintió levemente con la cabeza.
—Al menos dame la oportunidad de acompañarte a encontrar un lugar donde dormir. Conozco buenos lugares, estoy seguro de que disfrutarás de tu estancia en Pólux.
Accedió, siguiendo al joven que le enseño desde casas sencillas hasta más grandes. Pero no servía de nada ya que todas estaban llenas y no tenían más espacio. Nuevamente, en todas partes la gente le hablaba con mucho respeto a su acompañante.