El sudor cubría sus ojos. La adrenalina corría salvajemente por las venas, calentando la sangre. Los músculos se contraían agradablemente por un esfuerzo intenso. La respiración frecuente se escapaba a través de los dientes apretados. Había un zumbido en su cabeza, que envolvía su conciencia.
Ahora este era su mundo. Su pasión. Durante el entrenamiento, sentía una conexión inexplicable con su cuerpo. Eran los mejores momentos, cuando Gor era capaz de tomar las decisiones más importantes. La energía le daba superioridad. Todo el mundo sabía, que cuando él estaba en el gimnasio, no podía molestarle. Y casi todos seguían esta regla estrictamente.
Se acercó a la mesa y bebió ansiosamente de la botella de agua. Después de vaciarla por la mitad, se quitó la camisa y se echó el resto del agua por la cabeza. De repente sonó su teléfono. Era su mujer, Alexia.
– Cariño, no te olvides de la fiesta de cumpleaños de tu madre.
– Cuantas veces tengo que decirte, que no me interrumpas, cuando estoy entrenando, – contestó Gor y cortó la llamada.
Se puso los auriculares, eligió la primera pista que encontró, la puso a la máxima potencia y se dirigió de nuevo al saco de boxeo colgante. El sonido del rock en sus oídos sólo avivó más su excitación, y con renovado vigor comenzó a dar golpes precisos en el objetivo.
De nuevo, su no amada esposa decidió molestarle. Ella últimamente le hizo la vida imposible. Sospechaba, por eso lo controlaba cada una de sus acciones. Gor estaba harto de la familia Storn. Él padre le presionaba en su empresa y la hija en su casa. Maldita sea aquel día, cuando el vio la foto de la feliz familia Reveré por el nacimiento de su primera hija.
Él nunca tenía ganas de casarse y menos con Alexia, pero al ver la noticia y lo feliz que estaba Misi sujetando a su hija. ¡Diablos! Ella no esperó ni un minuto para casarse con ese pintor y regalarle una niña. El dolor era tan insoportable, que él se sumergió en la bebida, de tal manera, que no se enteró de nada, hasta el momento, cuando el juez le preguntó, si quería tomar a Alexia por esposa. La aceptó y la decisión tomada no provocó en él emociones ni positivas, ni negativas, solo estúpida indiferencia y resignación al destino.
No logró evitar una magnífica boda. No hubo ni fuerzas, ni ganas de resistir al tándem tan unido "mamá - Alexia".
Su madre ni siquiera trató de ocultar lo complacida que estaba. ¡Como no! El hijo tonto finalmente cambió de opinión, prestó atención a sus palabras. Gor no recordaba su propia boda o, trató de olvidarla lo antes posible. Solo las palabras de su madre, que la boda era muy elegante y muy digna, se conservaron en su memoria. ¿Había alguna razón para dudar? Todo lo que emprendía su madre era elegante y digno.
Quizás, si Misi no hubiera desaparecido de su vida, no habría sido tan apático. Pero Misi no estaba con él, estaba felizmente casada y tenía una hija. La perdió. Con la misma apatía seguía después de cuatro años de matrimonio. Alexia no le reprochaba, ni exigía nada, pero siempre sabía dónde y con quien estaba su marido.
Después de unas semanas en la clínica de desintoxicación Gor recuperó el sentido y lo primero que quiso hacer, era divorciarse. Alexia, como él esperaba, hizo una rabieta. Para eso Gor estaba preparado. Sin embargo, no esperaba, que a su madre le diera un ictus.
Estando en la unidad de cuidados intensivos y mirando el rostro envejecido y exhausto de su madre, prometió que mientras ella estuviera viva, no habría divorcio. Estaba dispuesto a prometer cualquier cosa, si ella mejoraba.
Cumplió su promesa todos estos años. Formalmente, él y Alexia seguían siendo una pareja casada. Incluso aprendieron a retratarse como esposos felices. Solo los más cercanos sabían sobre la discordia en su relación.
“¡Diablos! Ya perdí las ganas de entrenar”, – pensó enojado Gor y salió del gimnasio. Subió a su apartamento, que aún lo conservaba para él solo, porque en la casa ahora vivía su madre y Alexia.
En cuestión de minutos, se dio una ducha fría y se cambió de ropa, como siempre, la camisa blanca y los pantalones negros. Fue a la cocina y se sirvió un poco de zumo de pomelo. Reflexionó sobre el asunto, que tenía por delante. Hoy tenía que descubrir, qué estaba pasando últimamente con la fallida inversión y averiguar quién estaba detrás de todo esto.
Cogió las llaves de la mesa, se puso las gafas de sol y se dirigió al coche. Unos minutos más tarde él llegó a su oficina.
Max ya estaba allí. Asintió brevemente con la cabeza, cuando pasó junto a él, sabiendo que le seguiría. Entró en su despacho y se acomodó en un sillón. El jefe de seguridad se sentó enfrente y esperó a que hablara.
– ¿Qué paso con la construcción del centro comercial?
Max apretó los labios, obviamente sin atreverse a responder a la pregunta. Gor arqueó una ceja con anticipación, y eso fue suficiente.
– Otra vez nos adelantaron, – maldijo Max, – sospecho, que es uno de los nuestros de la “Korsa”, quien pasa la información.
Gor giró su silla de espaldas a su jefe de seguridad, sin reaccionar de ninguna manera a esta declaración. Lo sabía sin él. Solo un número limitado de personas tuvo acceso a la información sobre sus futuras inversiones. Todos fueron probados y hasta hace poco pensaba, que podría confiar en ellos.
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Editado: 02.09.2021