El oso

Capítulo 49

Isidoro miró a Rufina y le dijo que ya le iba a explicar cuando fuera grande. La nena saludó con la manito derecha y se fue a jugar a su habitación. Isidoro y Mariel se quedaron solos en ese patio donde tuvieron tantas charlas, tantos encuentros, tantos sueños. Estaban ambos nerviosos, ninguno se animaba a romper el hielo. Solo se miraban, pero no como estudiándose, pues ya se conocían de memoria hasta con los ojos cerrados. El tiempo parecía no transcurrir hasta que la que rompió el silencio fue Mariel.

— Bueno, yo me voy a retirar, tengo que hacer cosas.

Isidoro la siguió mirando a los ojos, notó que estaba nerviosa y que estaba mintiendo.

— Está bien, espero que nos veamos, que nos sigamos viendo, hablando... — le dijo Isidoro casi tartamudeando.

Mariel lo miró con los ojos llenos de lágrimas, hizo un gran esfuerzo para no derramarlas.

— Bueno, supongo que es lo que se dice siempre en estos casos — le respondió Mariel con su voz quebrada.

Isidoro entendió perfectamente lo que Mariel le había dicho, pero se hizo el tonto.

— No comprendo...
Mariel lo miró fijo y también pensó en hacerse la tonta, pero no pudo contradecir a su genio.

— Quiero decir... cuando uno le dice a alguien 《Nos veremos pronto》 no solo es que no se vuelven a ver, sino que al decir esa frase tanto el que lo dice como el que lo escucha, saben que es solo una frase elegante. Nunca más se verán.

Esas explicaciones de Mariel tan claras y al hueso era uno de los tantos motivos que habían enamorado a Isidoro antaño. Le sonrió mientras notaba que su corazón galopaba fuerte y una excitación incontrolable subía por todas sus venas.

— En este caso la frase es verdadera, quiero verte otra vez, otro día o alguna noche, espero que vos quieras lo mismo, y si no es así, todo bien.

Esas palabras lograron en Mariel una gran excitación también, sabía que estaban jugando con fuego y que estaban a pocos pasos de quemarse enteros.
Pero Mariel no era una mujer cobarde, no sabía lo que era amedrentarse cuando quería algo, cuando el deseo le ganaba la partida a la razón; por eso no dudó, se adelantó unos pasos y tomó la mano derecha de Isidoro. La sensación que tuvo al instante era incontrolable, solo logró no arrebatarse pensando que Rufina estaba en la casa, pero tenía claro de lo que quería: besarlo, desnudarlo, sentirlo adentro suya, cabalgar desesperada sobre él.
A Isidoro le pasó lo mismo, la circunstancia lo había excitado de tal manera que no podía ocultarlo, intentó taparse con el celular, no tenía sentido, Mariel no solo se había dado cuenta por al abultamiento en su pantalón, lo notaba también en el color de su cara y en el calor extremo de su mano.

— Y ahora... ¿qué hacemos con todo esto? — le preguntó Mariel mientras le acariciaba la mano frenéticamente.
 
Isidoro se quedó un momento en silencio, esa porción de tiempo ínfima pareció una eternidad; a Isidoro le temblaba el labio superior, quería hablar pero su cobardía le quería ganar la partida.

— ¿Y? ¿No vas a decir nada? — le dijo Mariel apurándolo.

Isidoro alejó la mano de las caricias de Mariel y dio un paso hacia atrás, Mariel dió dos pasos hacia adelante, sus bocas casi podían rozarse, ambos podían sentir el cálido aliento del otro, otra vez los labios de Isidoro comenzaron a temblar y, por fin, habló.

— Rufina... la nena, está la nena, no podemos.

Mariel se alejó varios pasos esta vez, su enojo podía leerse en sus ojos, parecía como que le iba a salir fuego de ellos. Buscó tranquilizarse, le costó, pero lo logró.

— Está bien, Isidoro, está bien; tenés razón, debemos respetar a tu hija y a tu casa. Fue una tontería

— No, no fue una tontería.

— ¿Cómo? Acaso ¿vos también querías besarme?, ¿aún tenés ganas de besarme?

Isidoro tragó saliva para tomarse un poco de tiempo.

— Rufina, vení a saludar a la señora que se va — gritó.

El odio colonizó la mirada de Mariel, no podía soportar la cobardía de Isidoro, tuvo que tragarse todo lo que tenía para decirle porque justo apareció Rufina. La nena se abalanzó sobre ella y la abrazó fuerte
Chau, Mariel. Nos vemos pronto.

— Seguramente, Rufi— le contestó Mariel, mientras pensaba que la nena era más decidida que el padre.

Isidoro la acompañó a la puerta mientras Rufina la saludaba moviendo su manita, suavemente, de derecha a izquierda una y otra vez, luego se fue a su habitación.
Isidoro llegó a la puerta, la abrió y, con un ademán, le mostró a Mariel la salida.

— Seguís siendo el mismo cobarde de siempre — le espetó Mariel en la cara.

— ¿Yo, cobarde? La que se fue con Copitelli fuiste vos, la que me esquivó fuiste vos, la que quería que fuéramos amigos fuiste vos.

Mariel lo miraba mientras las lágrimas le caían, enormes, por las mejillas.

— Y ahora venís, después de años sin saber de vos y pretendés que todo sea como antes. Tengo una familia, una hija, una mujer — siguió monologando Isidoro.

Mariel cerró los ojos y asentía con la cabeza.

— Tenés razón, Isidoro, tenés razón.

Isidoro iba cerrando lentamente la puerta viendo como su última oportunidad con Mariel se alejaba con ella; cuando ya estaba por cerrar la puerta por completo, Mariel se dio vuelta, seria.

— Una última cosa, Isi.

— Sí, decime.

— Me hablaste de que tenés una hija, una mujer, una casa, una familia y, me preguntaba y te pregunto, ¿y el amor?

Isidoro cerró la puerta con desdén.



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En el texto hay: amor, amistad, amor de familia

Editado: 27.07.2023

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