Y llegó el gran día para tía Rosa y Don Tránsito, aunque si uno miraba bien las caras, para tía no parecía una buena jornada. Yo creo que tenía la seguridad de que con Don Tránsito la pasaría bien, pero en el fondo sabía que ella necesitaba otras cosas que su futuro marido no podría darle, ella necesitaba pasión, y Don Tránsito no tenía nada de ello para darle. Sin embargo, los preparativos fueron a puro nervio, después de todo uno no se casa todos los días, y mucho menos por primera vez. Tía Rosa y mamá fueron al centro a encargar el vestido a uno de los mejores modistos de Buenos Aire y, encima, de los más caros. Pero bueno, tía Rosa quería lucir perfecta, y su futuro marido no reparaba en gastos ya que solo pensaba en la felicidad de ella, y en la suya propia. Don Tránsito esperaba su noche de bodas como un adolescente a punto de perder su virginidad, por ahora solo había tenido pocos, casi miserables, adelantos de lo que podía ser tía Rosa como amante. Don Tránsito también fue al centro a hacerse su traje de bodas, y como no tenía quien lo acompañe, lo acompañé yo. Llegamos al lugar en su gran auto de lujo, bajamos y en la puerta ya lo estaban esperando.
- Don Tránsito Pérez — le dijo un hombre que parecía ser el dueño del lugar.
- Buenos días, Don Traquini. Acá me ve, vengo a hacerme el traje de novio con mi querido sobrino Isidoro.
<< ¿Mi querido sobrino?>> La verdad que esa afirmación y esa seguridad que demostró Don Tránsito al decir esa frase fue como una patada al hígado. Pero después de todo, tenía razón, en pocos días iba a convertirme en su sobrino.
- Muy buen día tenga usted, Señor Isidoro…. — el señor Traquini hizo un silencio incomodo buscando en su memoria mi apellido, pero era imposible que lo supiera.
- Isidoro Bernárdez, para servirle.
- Un gusto, señor Bernárdez. Lo felicito por el tío tan elegante que tiene.
- Por nada. Es familia.
Si algo no tenía mi futuro tío era elegante, lo que sí tenía era dinero, mucho dinero. Eligió la mejor tela, le tomaron las medidas y le aseguraron que en una semana lo tendría.
- Miré que me caso el sábado que viene — dijo Don Tránsito con preocupación.
- El viernes lo tiene listo. Venga por la mañana y ya lo va a tener terminado — le contestó el vendedor con toda seguridad.
Luego de ahí nos fuimos a una confitería.
- Bueno, Isidoro. Falta poco para el gran día. Voy a hacer a tu tía la mujer más feliz del mundo.
- Me alegro, Don Tránsito, y no me cabe duda de ello, usted es un gran hombre y una buena persona.
- Gracias, Isidoro. Ya estoy pensando en la luna de miel por el Caribe, lo contenta que va a estar Rosita.
- Encima el calor la pone como loca a mi tía.
- ¿Loca? ¿En qué sentido? ¿No le gusta? — preguntó Don Tránsito como en una catarata de dudas.
La ingenuidad de Don Tránsito me daba ternura, era peor que la mía. Tragué saliva y le contesté, o mejor dicho, le mentí.
Don Tránsito me miró con sus ojos celestes inmersos en lágrimas, me tomó la mano con fuerza como agradecimiento a mis palabras.
- De eso no tengo dudas, Isidoro. A tu familia la conozco hace muchos años. Tu padre fue un gran hombre. No te voy a decir que éramos amigos, pero teníamos una buena relación. Éramos de hablar mucho cuando yo iba a tu casa y ya, en esa época, cotejeaba a tía Rosa.
- Sí, algo me han contado. A usted en casa se lo quiere mucho y se lo tiene presente.
Don Tránsito me miró nuevamente, se puso la mano en uno de los bolsillo del pantalón, sacó un pañuelo e hizo que se sonaba la nariz. En realidad estaba llorando, como un chico, eso me dio mucha ternura porque me di cuenta que estaba ante un gran tipo, un tipo sensible que iba a ser todo lo que estuviera a su alcance para hacer feliz a tía Rosa. Eso me dejaba tranquilo y contento, lo que yo no tenía como seguro era si tía Rosa haría todo lo posible para hacer feliz a este pobre diablo.
- Bueno, futuro sobrino. Ya es hora de que emprendamos el regreso. Tengo que ir a la farmacia a seguir trabajando, la guita no llueve desde el cielo.
- Ok, tío Tránsito, como usted diga.
Nos fuimos del bar hacia donde estaba el auto estacionado. Mientras íbamos para casa me quedé pensando en todo lo que habíamos hablado con Don Tránsito, y al verdad que me daba cosa de que tía se casara con él solo por interés, se notaba que el tipo estaba locamente enamorado de ella, y tal vez tía Rosa con sus actitudes lo terminaría hiriendo sin razón. Bueno, en realidad nunca hay razones para herir a alguien.