Mientras Mariel llamaba a Copitelli, Isidoro miraba por la ventana. La calentura le iba mermando cuanto más pensaba en Jorge tirado en la cama del hospital, no podía sacárselo de la cabeza.
Mariel cortó e Isidoro se había dado cuenta de todo.
Isidoro había tenido raras sensaciones, había pasado del amor que sentía por Mariel, a la calentura, al no poder más y tener deseos de su cuerpo incontrolablemente, al rechazo. No solo rechazo a ella, rechazo así mismo. Cuando el pensamiento de Jorge se apoderó de su mente colonizándola, Isidoro pensó, que carajo estoy haciendo. En que estoy pensando. Mi amigo se está muriendo y yo pensando en coger.
El taxi llegó al hospital. Isidoro le dio un frio beso en la mejilla a Mariel y bajó. En la guardia lo dejaban pasar por la hora hasta que con ayuda de algunos billetes pudo sortear ese laxo inconveniente. Subió por las escaleras para no hacer ruido, Jorge estaba en el quinto piso, valía más que la pena y la pequeña agitación para ver a su amigo. Entró en la oscura habitación solo iluminada por un pequeño haz de luz que venía de la calle. Lo miró, miró los cables, el suero, el agua, los timbres (en este caso totalmente inútil) para llamar a los enfermeros. Se acercó y le dio un beso en la frente. Tomó una silla y se acercó a la cama tomándole la fría mano.
Isidoro le apretaba fuerte la mano a Jorge, hasta que en un momento sintió que Jorge se la apretaba. Isidoro no lo podía creer, entonces se la apretó de nuevo para ver si era verdad, Jorge nuevamente le apretó la mano esta vez con más fuerza. Y así lo hicieron tres o cuatro veces más. A Isidoro le volvió el alma al cuerpo. Salió de la habitación raudamente fue a buscar a uno de los enfermeros que lo atendió de mala gana.
EL enfermo fue un rato al baño para ponerse presentable, salió y fue con Isidoro a ver a Jorge.
Entraron. El enfermero le tomó la presión, trató de estimularlo haciendo lo mismo que le había hecho: apretarle la mano. Lo hizo una y otra vez y nada.
El enfermero se fue e Isidoro lo siguió. Quería comprase algo para tomar. Fue a un kiosko que estaba al lado del hospital. Se iba a pedir una cerveza, pero recordó su promesa y se pidió un agua. Entró al hospital y cuando iba a subir las escaleras escucho un murmullo que venía de no sabía dónde, se dirigió al lugar de donde provenía ese murmullo, entró. Era la capilla del hospital. Una señora estaba rezando arrodillada, otra estaba parada, y otras, unas tres o cuatro, tal vez, estaban adelante de todo haciéndose la señal de la cruz. Isidoro entró. Hacía años que no entraba en una iglesia, hacía rato que había dejado de creer, y hacía rato que no rezaba, y hasta ya había olvidado como hacerlo. Se quedó un instante mirando una figura de Jesus, igual siguió sin creer. Pero en un momento sintió algo como un rayo, un pensamiento que tampoco haría que cambiara de idea. Sigo sin creer, sigo creyendo lo mismo de la iglesia y de las demás religiones, pero algo estoy sintiendo. Pero ya sé que es, no tiene nada que ver con este lugar, es una energía, es la energía de la gente que está acá pidiendo por sus seres queridos, es esa energía de estas mujeres que tal vez pidan por sus hijos. No debe haber peor dolor que tener un hijo agonizante y, no debe haber fe más grande que el de una madre pidiendo por su hijo, se lo pida a quien se lo pida: a Dios, a Alá, al universo. Y eso es lo que estoy sintiendo y es demasiado fuerte como para hacerme el tonto, pensó Isidoro.