El otoño que pasé junto a ti.

Capítulo 2. Un sentimiento inesperado.

Daniela miraba una y otra vez la pequeña nota amarilla, tratando de corresponder si se trataba de la dirección correcta, en efecto lo era, el lugar correspondía con la anotación y lo había escuchado de Leo un par de veces, en realidad era un intento más de huir, huir de algo que ni ella misma comprendía. Tocó el timbre observando con impaciencia la puerta. Había pasado una semana desde la noticia del proyecto, continuaba la sensación, pese a seguir conviviendo juntos en un par de ocasiones, la sensación a su lado continuaba, esa que la hizo rodearse de preguntas ante al no entender sus sentimientos. ¿Por qué sus mejillas se encontraban tan calurosas? ¿Por qué su cuerpo se rodeaba de escalofríos y una angustia que parecía interminable mientras aumentaba su ritmo cardíaco? ¿Por qué sentía ansías de verlo? No lo sabía, pero fuese lo que fuese no era bueno.

A los segundos se hizo presente el sonido de unos pasos tras la puerta, al instante Alan abrió la puerta, el chico se hallaba con su acostumbrada camiseta de vestir blanca, con un par de diferencias; mostraba unos centímetros de su pecho desnudo al portar los primeros botones abiertos, algo más llamativo que las arrugas presentes en la prenda y la tela mostrando su largo por completo, no se había molestado en meter la tela restante en su pantalón, un pantalón de algodón, grisáceo y holgado, el cabello hecho completamente un lío, sin zapatos algunos, era imposible de reconocer. Su rostro expresaba con claridad su cansancio, sin olvidar las ligeras gotas de pintura seca en el mismo, seguido de un largo bostezo regaló una sonrisa de oreja a oreja, la atención de Daniela se centró en las bolsas oscuras debajo de sus ojos, ojeras que le delataban una gran noche en velo, para agregar la hinchazón en sus ojos, un lento caminar, parecía que los pies le pesaban, era evidente su sentir, pero eso no le impidió recibirla con una voz repleta de serenidad. No le interesó trabajar un duro turno la noche anterior, tampoco los problemas que desembocaban en su vida mezclando el cansancio mental con el físico, al tener a su princesa junto a él no importaba nada más, podía soportarlo.

—Pasa, princesa.

Daniela quiso contradecirlo, pero ya había un millón de cosas más deambulando por su mente, tal como el hecho de tolerar su compañía tantas horas, encontrarse a solas con aquel chico que removía todos sus sentidos. A la chica no solo le costó entrar con facilidad al hogar del joven músico, si no también a su corazón, sin embargo él no sería el único en caer.

Entró al lugar, con una mirada de exalto al hallarlo prácticamente desierto, tal como el de alguien que acaba de mudarse, algo que el pelinegro no notó al estar de espaldas caminando hacia las escaleras en espiral junto a la sala. El lugar se rellenaba con un sofá de segunda mano, como única decorativa en la sala. No había alfombra y las paredes se decoraban de un papel tapiz amarillento con algunas manchas que había marcado el tiempo, apenas había unas persianas blancas en las ventanas y un piso liso de madera con desgaste. Ante su silencio Alan corrió hacia la puerta de la cocina.

—Perdón, ¿quieres algo? —preguntó desasosegado con un pie adentro de la cocina y el otro fuera, se sentía irrespetuoso al no ofrecerle nada.

—No, estoy bien.

Nunca tuvo ideas claras de como viviría Alan, definitivamente no era lo esperado. Imaginaba a Alan con un par de lujos tal como Leo, un lugar bien decorado con muebles ostentosos, relucientes y por supuesto nuevos. Pero no, el lugar era extenso, pudo admitirlo, incluso del doble de su propio hogar, no obstante, el vacío fue razón por la que podría considerarlo decadente, sin olvidar el polvo abundante en el sitio.

Juraría que era un lugar deshabitado, una verdad que Alan calló, creyendo que Daniela no entendería sus motivos, al vivir con Esmeralda ambos habían establecido reglas claras, tal como callar, guardar el secreto sin decir una sola palabra a nadie, haciendo especial hincapié en su mejor amiga. Alan era un manojo de nervios al ver a Daniela examinar el lugar de extremo a extremo sin apaciguar sus dudas, Alan nunca era lo que las personas esperaban, pronto la interrumpió dando un aplauso fuerte asustándola, Daniela se sobresaltó con un pequeño brinco y volvió a mirarlo firme, sin importar nada mas, estaban juntos, estaba junto a un idiota, sin alguna otra opción. Y esa sonrisa cansada pero siempre de buen ánimo la calmaba, le restó toda la importancia al asunto, creyente de meter la nariz donde no la llamaban.

—Bueno, vamos a mi habitación... a estudiar.

Subieron los escalones rechinantes hasta llegar al segundo piso, el pasillo era largo, pero bastó un pequeño vistazo de las puertas abiertas de tres habitaciones que pasaban, decoradas con algunos muebles viejos y otra puerta cerrada. Continuó siguiéndole el paso, en ignorancia sin realizar pregunta alguna, finalmente Alan se planteó frente a la última habitación al fondo, conservándose de espaldas, con lentitud la abrió para ella haciendo un ademán con el brazo.

—Pase, señorita.

Daniela resistió soltar una risa para entrar apretando contra su pecho la mochila. El lugar era igual que el resto, pocos objetos pero con la descripción perfecta de lo que esperaba en Alan. Paredes blancas, un par de posters de bandas, luces led de colores, una cama destendida con un buro, delante de esta se hallaba un caballete con un lienzo en blanco, por otro lado, frente a la ventana se encontraba un escritorio viejo de madera con un par de libros y dos sillas. En una esquina la guitarra eléctrica con la compañía de un teclado al lado, a unos centímetros se encontraba el amplificador de guitarra. Danny notó en el suelo un par de partituras, tan pronto rozaron sus dedos el pelinegro las arrebató para esconderlas en su espalda repleto de vergüenza. Daniela negó ante su desconfianza, sentándose en el escritorio. Alan le hizo compañía en la silla su lado. Reposó su mejilla en una mano con el codo en la mesa, mientras la joven sacaba un par de libros y hojas para escribir el proyecto. Tan pronto vio a Alan mirarla volvió la loca sensación, estaba tan cerca a unos centímetros, lejos de todo el mundo, donde nadie los vería, donde cualquier cosa podría suceder.




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