El teléfono era mirado fijo, como si estuviera dispuesto a un interrogatorio. El hombre no apartaba la mirada del aparato. Tenía cara de sonámbulo y no había logrado dormir. Días anteriores había recibido una noticia que lo puso nerviosos, ansioso y estresado. Fue una llamada que había despertado esos demonios y ese día sentado frente al comunicador esperaba la sentencia final.
No le quitaba la vista y las manos pegadas en forma de plegaría dividían su boca y sostenían la punta de su nariz. El cabello estaba desordenado y respiraba lentamente.
Con mucha pasividad unos brazos cubrieron su espalda hasta que lograron juntarse en su pecho. Eran dos extremidades femeninas, sin perfume pero con un aroma natural ya conocido por él. Recibió ese ademán de cariño con gusto y acarició la piel de esa mujer.
―Tienes toda la madrugada frente al teléfono, vas a hacer que se derrita —dijo en forma cómica y sonriendo.
―Lo sé, estoy muy nervioso —contestó.
―No has dormido nada, Guillermo —dijo preocupada.
―Simplemente quiero una respuesta positiva para salir de nuestra crisis, Sofía —expresó.
Ella lo abrazó con más fuerza. Sabía muy bien por lo que habían pasado y por lo que aún estaban pasando. Él entendió el mensaje, apretó sus manos y en vos baja dijo:
―Gracias por estar conmigo.
Sofía escuchó la ternura en esas palabras. Había dedicado un tiempo ejemplar y honesto a ese hombre, creía en él. Demostró que no era como los demás y que a pesar de lo poco, nunca actuó con desprecio ni con falta de educación.
Sintió los ojos humedecerse y contuvo esa lágrima. Lo besó en la cabeza y apoyó la suya en el cabello de Guillermo.
—No te preocupes ―contestó.
Las barrigas rugían del hambre, un momento difícil para elegir que comer. Pobreza lo llaman los economistas a esa parte de la vida, zozobra lo veían ellos.
Cada vez la algarabía en su estomago era más fuerte. Los movimientos eran inestables. Ella jadeó un poco e hizo un gesto de dolor. El desayuno se iba de su ambiente.
Guillermo presenció el flaqueo de su compañera. Sostuvo sus manos nuevamente y habló:
—Hermosa, come el pan que queda, no te preocupes por mí.
―Y ¿tú? ¿Quedarás sin comer? —preguntó Sofía con preocupación.
―No te preocupes, yo puedo aguantar con el agua.
—No, no lo acepto ¡comeremos juntos!
―¡Sofíaaa!
—¡Guillermo! O comemos los dos o el pan se pudre allí.
El hombre calló, suspiró y le besó las manos.
―Está bien.
Guillermo se puso de pies y ella se acomodó para ir junto a él a la mesa. Cuando el teléfono sonó. Ambos saltaron del susto. La impresión los agarró desprevenido.
Volteó y sin perder tiempo se lanzó sobre el aparato como si de ello valiera su vida. Potencialmente sería verdad.
Puso el auricular en su oído y contestó:
—¿Aló?
Del otro lado escuchó las palabras con sumo cuidado, cada indicación. Primero sintió un bajón por la noticia originaria que sacudió sus piernas, luego atendió las siguientes palabras, eran como una dosis de la droga más exquisita del mundo. Abrió los ojos completamente. Sofía solo miraba su impresión con la boca cerrada. Guillermo puso la mano en su boca y fue bajando el auricular lentamente. Un «felicidades» se escuchó antes de contar.
Dio dos pasos y puso sus manos en la cabeza. dos lágrimas fugaron. Fluyeron por sus mejillas y suspiró.
—¡¡¿Qué pasó?!! ―preguntó Sofía angustiada.
El caballero dio la vuelta con la cara seria. La mujer creyó que el mundo se les venía encima. Fue directo a él para abrazarlo cuando este contestó:
—He ganado, he ganado el premio… mi amor he…
Ella lo abrazó. Guillermo la apretó fuerte. Respiró en su cuello como si de allí saliera el oxigeno y a continuación se miraron. Unieron sus caras y comenzaron a besarse. Se besaron con la pasión, el desespero, la emoción y el éxtasis de la primera vez.
Cruzó las manos entre sus piernas y la levantó. Continuaban mezclando sus labios. Sus ojos en cierre derramaban lágrimas de felicidad y desahogo. Cayeron en el mueble y en un fugaz momento hicieron el amor.