Soledad apareció por la mañana, cuando el alba ya había iluminado el día, gire de nuevo la sábana con el escrito hacia Abajo y me miró con los ojos entrecerrados. Tomo aire y se sacó un fajo de billetes de doscientos pesos, los sacudía frente a mi rostro y sonrío de oreja a oreja.
— Tu esposito — Aludió — Me dio todo esto por darte una buena bañada.
Yo solo podía escuchar mis rezos interiores rogando a golpe de recuerdo que no mirara la sábana con los textos.
— Así que... ¿Adivina qué hora es?
Tragué saliva, y de un momento a otro estaba sumergida en una tina sarrosa con agua estrepitosamente helada, mi desnudes me hacía sentirme pequeña de vergüenza, y Soledad me empapaba con un balde la cabeza. Los vellos de mis piernas, brazos y nuca había crecido con regularidad, a modo de protección ya que mi piel estaba expuesta por la pérdida de peso. La iracunda mujer me salpicó de jabón en polvo en los ojos, rápidamente sentí ese ardor que quemaba mis córneas con un vigor inverosímil, tanto que me hacía querer enterrarme los dedos en mis fosas oculares para sacarme los ojos. Me quejaba constantemente pues el doloroso ardor no se marchaba — No es para tanto — Dijo Soledad rasguñándome el cuero cabelludo con sus uñas largas, tallaba tan fuerte que poco faltó para arrancármelo. Entre los dientes posaba un cigarro a medio encender mientras aún tallaba mi cabeza con jabón en polvo. Era la primera vez que la veía fumar.
Todavía no podía abrir los ojos del todo, pues todo estaba nublado y dolían con cada intento nulo.
— Agh — Exclamó con una expresión de asco, torciendo los labios y dejando de un lado el cigarro — Tienes piojos.
Levante una ceja y dejé caer los hombros sin importancia, ¿Por qué eso no me sorprendía? Ni siquiera me tengo que expresar de una forma elegante con palabras presunciosa para decir que lo que abundaba en la Castañeda eran las liendres y piojos.
— Bueno — trono los labios y continuó — No son muchos, te los quitaré — Suspiré, seguí sin responder, ya que me tenía sin cuidado lo que hiciera y solo tenía para ella desdeños y mi desprecio. Tampoco me hubiera sorprendido que me vaciara en la cabeza una botella de alcohol y me prendiera fuego con un fosforo.
Musitaba y tarareaba una canción que me hacía recordar a mi familia en las fiestas familiares cuando mi hermano cargaba la guitarra y sus dedos parecían moverse solos. Mientras salía de la tina, me ordeno sentarme en el suelo y me pasaba un cepillo de cerdas brutas y el recuerdo de la canción aún no cesaba.
» ¡Ay! Sandunga, Sandunga
Mamá por Dios.
Sandunga, no seas ingrata,
Mamá de mi corazón »
Su voz dejo de musitar la canción y solté un suspiro al igual que lágrimas lentas.
— Es curioso, ¿No? — Hablo de pronto. Carraspee la garganta y levante la cabeza para que siguiera peinándome.
— Una periodista y un policía enamorados — Abrí los ojos tanto sin importarme el ardor por el jabón, mientras cada recorrido con el cepillo era más fuerte. Gire la cabeza hacia ella, la mire y jugaba con las fibras del cepillo con los pulpejos de los dedos. Mi boca completamente se selló, cubría mi desnudez con mi antebrazo y trate saliva, desintegrando un poco el partido nudo en la garganta.
— ¿Qué chingados hace un policía contigo? — la intensidad de su voz aumentaba con cada frase.
¿Como lo había descubierto? ¿El estaba en peligro o quizá muerto? Nunca lo sabría, ya que como cuestionamientos se quedaron como eso; preguntas suspendidas en el aire sin tener respuesta.
— Nada — titubee nerviosa
— Ya no importa de todos modos — arqueo una ceja — Tu no saldrás de aquí nunca, quiero que tengas bien presente eso, y de igual manera tu supuesto marido no lo verás más por aquí.
— ¿Que le hiciste? — pregunté aún en el suelo desnuda.
— ¿Yo? — preguntó levantando el entrecejo y los ojos a la par — Yo nada, ¿Tu qué le has hecho?
Negué con la cabeza, la mujer me arrojo el cepillo, impactándose este en mis piernas lastimándolas con las duras fibras. Me hizo que me levantara, impacto mi bata sucia contra mí rostro y está vez se había encargado de no darme ningún tipo de ropa interior. Salió del cuarto de baño furiosa. Trataba de tranquilizarme pero me era imposible, con las piernas como dos escuálidos palillos, imparables de temblor me gire hacia atrás y vi en el reflejo de un espejo arcaico, lleno de suciedad, y roto por las esquinas, ahí estaba yo; Un cuerpo hecho un manojo de calamidades. Por primera vez en ocho meses, me miraba al espejo. Mi cabello estaba enredado y se caía a tiras con facilidad, una fisonomía esquelética, casi raquítica, parecía un fantasma por mi palidez, los huesos de mis caderas y costillas, podían verse y sentirse tan fácilmente que me llene de melancolía, las clavículas bien marcadas desde el hombro hasta por debajo del cuello, rodillas, codos, muñecas y pómulos. No había una esquina de mi cuerpo que no tuviese un moretón, un rasguño o cicatriz. Mis dientes de un color amarillo inverosímilmente asqueroso, pestañas quebradas al igual que mi alma. Era un mezcolanza de aspectos dignos de un personaje sacado de un libro de terror que bien pudo escribir Edgar Allan Poe. Llore como nunca aquel día, me había quedado doblegada y por milésima vez, completamente inerme.
— ¡¿Que estás esperando?! — grito Soledad sacándome de mi sufrimiento — ¿Que yo te la ponga también?
Negué con la cabeza suspirando de sentimiento doloroso — ¡Póntela! — me ordenó. Obedecí y con rapidez la bata se pegaba a mi piel mojada, causando una transparencia exponiendo totalmente mi desnudez raquítica. Me tomo de mi escuálido brazo y me dirigió hasta mi prisión personal. Me lanzo hacia adentro y con debilidad me levanté para miserablemente decir — Tengo hambre.
— Hasta que no sepa en qué lugar están los negativos no comerás. Ni siquiera agua.
— Pero...— Y cerró la puerta causando un impacto increíble en mis oídos. Con tanta debilidad y hambre, cada una atormentándome por igual, no pude hacer nada más que escribir, pronto el sueño me vencería, ya que si no podía comer, dormir era la mejor manera de evitar pensar en eso.
Editado: 05.11.2019