El Palacio Del Infierno.

Parte XVIII; Amén.

Sueños estereotipados, sin ningún significado en específico estaba invadiendo mi letargo. Me había quedado total y profundamente dormida sentada en el suelo con la cabeza recargada en el catre. Repentinamente sentí el peso de una mano posarse en mi nuca y de un salto desperté. Ricardo me miraba desesperado, respirándome su aliento a cigarrillo en el rostro. Me levanté con su ayuda y ambos abrimos los brazos para recibirnos, probablemente ambos habíamos creído que nunca nos volveríamos a ver. Su aliento agitado y frío me pego de nuevo en la cara. 
— ¿Estas bien? — pregunté, el asintió con rapidez. 
— No tengo mucho tiempo. 
— ¡¿Que?! — Brame en el instante que me contagiaba de su impaciencia. Rengo vigilaba en la puerta y Ricardo portaba un sobre color amarillo en su mano izquierda. 
— ¿Ahora que? 
— Soledad Saavedra — Contestó con brioso nervio. 
— ¿Que hay con ella? ¿Te hizo algo? 
— No hay ningún registro de esa mujer 
Resople con fastidio revoloteando los ojos al escuchar lo que bien presente ya sabía — No hay ninguna dirección,  número de teléfono, acta de nacimiento o ningún tipo de identificación que la certifique. 
— ¡Pero, ¿Por qué?! — Grité llena de incordio desespero tomándome los cabellos. 
— ¡Porque Soledad Saavedra no existe!

Grito con la misma potencia que yo para apaciguar mi alarido y otorgarle mi atención, baje las manos y lo mire profundamente confundida. Junte las cejas y negaba con la cabeza. 
— ¿De qué estás hablando? — exclamé apretando los ojos — ¿Como que no existe?

Inhaló aire preparándose mentalmente para soltarme la noticia, pero aún yo seguía desesperada a punto de perder el quicio, por fin saco el aire y me miró — Su verdadero nombre es Hilda Valenzuela y fue buscada por la policía. 
Torcí la boca — ¿Por qué? — pregunté temerosa  sin ganas de querer una respuesta en realidad.

— Asesinó a su marido y a sus tres hijos hace quince años. 
Cubrí  mi boca con la palma de mi mano, un zumbido y mareo me invadió completamente, pero me mantuve fuerte bien clavada en el suelo. 
— La condenaron a 50 años de prisión pero el psiquiatra de la prisión la diagnóstico con esquizofrenia,  pasó de eso  a psicosis, qué es pérdida de contacto con la realidad, alucinaciones, cambio de personalidad y pensamiento desorganizado, después su diagnóstico final fue la locura total; Estamos hablando de la pérdida total de la razón, una distorsión de la realidad y  del pensamiento, y la ausencia del raciocinio. El doctor Tomás Palacios le diagnóstico. Fue ingresada a la Castañeda una semana después de su condena.

Mi cabeza había explotado y expandido al mismo tiempo toda esa información de tanto peso me había crispado la piel.  Todo el tiempo estuve sometida bajo la tiranía de una verdadera y muy ágil enferma mental. Totalmente fastidiada fruncí el ceño y lo mire de nuevo. 
— ¿Tomás Palacios? 
— Si, y bueno ese hombre... 
— ¿Que? — lo interrumpí con una risa amarga — ¿Tampoco existe? — Bromee con la amargura todavía en mi. 
— Ya no — gemí de desesperanza y mi quicio pendía de un hilo. 
— Tomás Palacios desapareció hace seis años y  es este — abrió el sobre y dejó caer lo que en su interior había para sostener una fotografía. La levantó frente a mí rostro y un hombre de edad madura, con el mentón partido, frente amplia con ojos represivos pero pequeños, sin ningunas gafas cuadradas, ese rostro era una cara nueva y desconocida para mi. Ese, el verdadero Tomás Palacios y yo apenas nos veíamos el rostro el uno al otro — Lo dieron por muerto y este — dejo caer la fotografía y levantó otra fotografía donde yacía el hombre que suplantaba al otro. El que conocía perfectamente — Es Macario Rendón, ex convicto y usurpador de identidades.

Tomé una bocanada de aire, a falta de oxígeno en mi garganta, cada pequeño detalle que su boca había  escupido me lo había grabado bien en la mente. Cada fragmento, gesto y movimiento de su rostro que consumaba al hablar, todo estaba completamente bien tatuado en mi. 
Cada discrepancia que tenía conmigo misma había sido resuelta y concluida, mediante imágenes en  retrospectiva, su información recibida había concordado con mis dudas. Tragué saliva y el hombre apresurado me decía que tenía que irse ya que le habían negado las visitas porque sabía quién era y que tenía que ver conmigo, pero ellos no sabían que ahora teníamos la verdad en bandeja de plata. Me dejó sobre el catre la información y se fue prometiéndome volver por las madrugadas con la ayuda de Rengo. Se marchó dejándome un hueco enorme, como si me hubiesen arrancado un pedazo de mi ser y se había ido mi espíritu detrás de él, se fue tan rápido que aún tenía palabras en la boca fresca.

Sin embargo, me queden sentada terminado de procesar toda la arcana y profana información, cada una de las palabras retumbaba fuerte por toda la habitación, parecían fuertes  alaridos que me laceraban la mente, podía jurar que las voces comenzaban a salir por mi oído y hacerse presentes en toda la habitación, como si fueran reales. Sombras que se pegaban en las paredes, y las paredes se alargaban que parecían no tener fin. Apreté los ojos y repentinamente un dolor de sienes me mutilaba, suspiré, tratando de calmar y callar las voces que rebotaban de un lado a otro. 
Era como oler colores 
Era como ver voces 
Era como probar esas voces. Era como tener más sentidos de los que otra persona poseía. 
Tomé el bolígrafo y mi lienzo ya empezado, me esperaba para seguir adelante escribiendo, ahora con nueva y perturbarte información. Y así fue, como el insomnio no me importaba por primera vez, pues parecía que mi mano tenía el poder inverosímil de escribir sola, con vida propia, mi mente estaba cansada pero mi mano no obedecía al cansancio y seguía escribiendo hasta que la sábana se hizo demasiada pequeña. Estaba llena de textos por ambos lados, ni un solo espacio en blanco desperdiciado, cada esquina tatuada de presión con mi letra y sorprendentemente la tinta del bolígrafo se esfumó como si fuera agua. Todo fue tan rápido que lancé el bolígrafo vacío de un lado, desesperada y ansiosa preguntandome que haría ahora, ya que necesitaba escribir aún más de lo que ya tenía. La puerta se abrió y ni siquiera me dio un tiempo preliminar para esconder la sábana. ¿Como la escondería? Si el escrito era por ambos lados, arrugarla y lanzarla tampoco era opción, porque correría el riesgo que la tinta se corriera.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.