— ¿Que haces? — pregunto la supuesta enfermera Soledad. Dándole la espalda sin querer girar a encararla, me encogí de hombros.
» Mentirosa, mentirosa, mentirosa « musitaba con un ritmo acelerado y bajo.
— ¿Que es esto? — Tomó la sábana y la expandió en el suelo. Comenzó a leer en voz baja.
— ¿Cuánto tiempo? — pregunté aún en susurro dándole la espalda, con temor a encararla. El hastío me estaba apoderando.
— ¿Que?
— ¿De verdad creíste que no recordaba nada? — levanté la voz con un nudo en la garganta.
— No.
— Si, lo creíste. Perdiste.
— No he perdido todavía. Tu nunca saldrás de aquí — reí por lo bajo mientas apretaba los puños.
— ¿Sabes cuántas veces he oído eso...»Soledad«? — pregunté levantando una ceja y cambiando el tono de voz en cuanto mencioné su nombre, por primera vez se quedo en silencio — Lo creíste, si. En cuanto recibí tus vulgares zapatos.
De nuevo el silencio respondió por ella — Nunca nadie había llegado tan lejos, te hice creer que estaba de tu lado, que habías ganado al destruirme pero fue parcialmente. Te calmaste, dormiste tranquila un buen tiempo creyendo que me habías hecho olvidar hasta mi nombre, pero no pasó, lo recordé todo antes de que pudieras notarlo. Perdiste.
— ¡No perdí! — Gritó. Me estremecí, pero no lo suficiente para asustarme — No perdí, no perdí, ¡Cállate! — su voz me anunciaba que estaba por perder la paciencia y consiente de lo que me esperaba seguí, tomé valor vigoroso, apreté los puños y tense todo el cuerpo, y gire. Gire a encararla, y ella me miraba con el ceño fruncido, el rostro crispado y por insólito que pareciera, tenía un temblor en las manos que comenzó a trasmitirme más valor aún. Sonrió con amargura desequilibrada.
— Perdiste — Repetí. Negó con la cabeza y volvió a sonreír con macabra amargura.
— No, tu perdiste. Mira tú al rededor, yo mando aquí. Yo soy Dios, muchachita pendeja — cínicamente mordaz lo repetía.
— No, no lo eres. Crees que lo eres, pero Dios no es malo, tu si, Hilda...— lo dije fuerte y claro. Su rostro tomó seriedad nerviosa y giro a mirarme con una vena marcada en la sien.
— ¿Como me dijiste?
— Mataste a tu esposo e hijos.
Llegó un silencio morboso y sombrío, se quedó estática como si de una estatua de mármol frío se tratara, el gesto de su rostro se tornó congelado pero sus ojos se movían desorbitados mirándome de arriba hacia abajo, pronto soltó una carcajada macabra repentina que me hizo saltar de improviso, sus ojos aún seguían desorbitados y sus manos vibraban. Levantó los brazos en el aire y aplaudió fuertemente. Grito llena de risas lúgubres y se retorció como si un monstro escondido dentro del cuerpo de la pseudo enfermera luchaba por salir. Trono su espalda y cuello y me miró.
— ¡Bravo! — gritó con potencia — ¡Bravo! — Una bestia maligna antropomorfa, saltaba y se reía de mi a carcajadas. Entrecerré los ojos y ambas caminábamos dibujando un círculo una frente a la otra.
— No me gustaba mucho ser ama de casa — Sonrío, una y mil veces más sonrío. — Tu amiguito el policía, ese fue, ¿No?
Negué con la cabeza.
— Si...él lo hizo — Carraspeó la garganta — ¿Y te dijo como los mate? — levantó una ceja. Yo hice lo mismo. Se encogió de hombros y continuó — Los apuñale.
Tragué saliva — Ugh, cincuenta y siete veces, a cada uno — carraspeó la nariz, cerró el puño y me mostro simulando apuñalar el aire denso — Lo disfrute. Una tras otra, es liberador, siendo sincera — las carcajadas agudas y burdas seguían.
— Ya basta, Soledad. ¡Cállate! — grité balbuceando.
— ¡Oh, no, no! Por favor — exclamó con amabilidad falsa — dime Hilda — empalmo una sonrisa de dientes perfilados y señalándose así misma — Tu empezaste a decirme así.
Suspiré de terror.
— Cincuenta y siete veces, ¡Uff! por poco me fracturó la muñeca, porque ¿Sabes? Apuñalar no es tan fácil como parece, no solo es enterrarlo y sacarlo, enterrarlo y sacarlo, ¡No! Tienes que saber el lugar preciso en donde hacerlo, porque si no, el cuchillo topa con un hueso y es ahí donde viene la fractura. Es por eso que optamos por apuñalar el estómago.
— ¿Por qué lo hiciste? — me tomé de valor para preguntar y seguir con una macabra conversación fluida.
— ¡Oh! Primero fue mi esposo, después mi hijo mayor y hasta el último el chiquitín ¡Ahg! — suspiro apretando los ojos con un gesto de molestia — Como dio molestias hasta el último momento ese pequeño hijito de puta, gritaba, pataleaba. No me dejaba hacer mi trabajo, a pesar de ser el más pequeño me dio una buena lucha hasta el final mucho mas que los otros dos; ellos cayeron como moscas.
La miraba indignada y totalmente perturbada al darme cuenta que por fin tenía al verdadero monstruo frente a mí. me había sorprendido su actuación de enfermera cruel pero aquello era demasiado estaba frente a una homicida fría calculadora y extremadamente insensible — Eso no responde a mi pregunta.
— ¡Oh! Cierto. — rio.
— ¿Por qué lo hiciste?
— Oh, bueno mi esposo se la pasaba ya sabes, chingándome todo el tiempo. Hilda haz esto, Hilda haz aquello — sentenció con arremedó, apretó los puños y miró hacia la pared — ¡Está bien, Roque! Sé un borracho huevón, incluso sé un borracho huevón y violador pero no me digas que te prepare de comer... ¡Justo cuando vienes de un prostíbulo oliendo a alcohol, cigarro y putas! ¿Entiendes, Roque? — Grito con furia y después río totalmente desubicada. Luego giro a mi y dijo — Y me imagino que está pasando por tu cabeza ahora; Y a tus hijos, ¿Por qué mataste a tus hijos, Soledad? — dijo con burda imitación de mi voz — Es decir, Hilda...— soltó una carcajada leve y sorda, cambio el gesto a serio y me miró — El mayor; Joaquín estaba tomando el ejemplo de su nefasto padre, intento golpearme una vez, ¿Yo iba a permitir eso? Claro que no — el tono de su voz se intensifican en pequeños fragmentos de la frase. Caminé hasta la esquina de la habitación mientras ella apretaba los ojos y se golpeaban la cabeza, en el área del temporal derecho con la palma de la mano.
— Si, ya se hijo mío, pero no ibas a convertirte en el. No, ¡No, Joaquín! Lo hice por tu bien.
Editado: 05.11.2019