Esperaba a que la puerta se abriera, tocaba con fervor mientras mi impaciencia subía cada vez más. Mi madre abrió la puerta con el ceño fruncido y me miro con una mueca en la cara — ¿Por qué tocas de esa manera? — Pregunto dándome paso a la morada. Entre de lleno — ¿Qué te paso? — Pregunto tocando mi frente.
— Mamá — Sentencie taciturna y con un tono que se convirtió paulatinamente nervioso. Ella noto la tristeza de mi voz y puso toda su atención en mi dejando de lado el plumero que portaba en la mano.
— ¿Qué tienes? — Pregunto acercándose a mi. Me quedé en silencio y la mirada de mi madre me acribillaba lentamente.
— Vengo a despedirme.
El ceño de mi madre se mostró fruncido, me tomo de los hombros y llevo un tramo de cabello hacia atrás de mi oreja.
》No llores, Victoria, No llores…《
— ¿A dónde vas? — pregunto casi en susurro.
— Tengo que hacer un reportaje fuera de la cuidad… en España.
Mi madre me miro de pronto con los ojos entrecerrados, se alejó de mi y carraspeo la garganta — ¿Cuándo vuelves?
Estaba completamente en blanco, no pensaba en otra cosa más que mi libertad se iba a convertir verosímilmente nula, trataba de mantenerme fuerte para no mirarla a los ojos y decirle que en realidad estaba a punto de convertirme en una enferma mental ante los ojos de decenas de enfermeras y doctores pero en realidad estaba más cuerda que nunca.
— No se, mamá — Y sucedió; Una lagrima recorrió mi rostro y mi madre me abrazo, un abrazo cálido, de esos que te hacen sentir segura ante adversidades desconocidas. Abracé a mi madre con tal fuerza que no quería soltarla jamás — Dale un beso a mi papá por mi — Ella asintió y hundí mi rostro en el espacio entre su cuello. Ella se despegó de mi y sentí su abandono tan fuerte que me sentí como una chiquilla indefensa, tomo mis mejilla en sus manos y sus ojos estaban cristalizados.
— ¿Cuándo vuelves?
— Pronto — Respondí aclarando mi nariz y besé su mejilla. Volví a abrasarla en un apretón fuerte y significativo, después de eso había sentido que mi madre comprendió de una manera vagabunda que era una despedida diferente y que quizá no la volvería a ver en algún tiempo.
— Adiós, mamá — Resople y sonreí con sinceridad saliendo de su casa.
El haberme despedido de esa manera de mi madre fue algo riesgoso y creí que no me había creído del todo porque mi madre siempre fue así; incrédula ante todo.
“Hasta no ver, no creer”
Esa frase tan significativa la describía en todo su aspecto. Mi padre era más fácil de engañar, pero más difícil de despedir, mi padre era un hombre sentimental y tierno, todo lo contrario a ella.
Mientras mi madre cortaba mis alas, mi padre quitaba parte de las suyas para zurcir las mías.
Tomaba cada pluma de sus alas para poder remendar lentamente las mías y la primera prueba de eso fue regalarme un libro con las páginas en blanco y echar andar mi sueño de convertirme en escritora y una gran periodista. Agradecí al cielo por no encontrármelo y no despedirme de el porque sabía que iba a ser más difícil para mi. El hubiese besado mi frente darme la señal de la cruz y decirme que todo iba a salir bien.
Mire al cielo que estaba a punto de invadirse con la oscuridad de la noche y por fin pude decir que con el esfuerzo con el que mi padre remendó mis alas iba a emprender mi vuelo y así llegar muy lejos a buscar la verdad que tanto quería encontrar.
Al llegar al departamento me mire al espejo y con el puño cerrado lo rompí en pedazos, mis nudillos se hirieron un poco pero eso ya no importaba, pensaba en que mientras tuviese más heridas, más iba a funcionar todo este teatro. Le había dicho al psiquiatra que me había impactado contra al espejo y si ellos lo encontraban en perfecto estado mi coartada iba a deshacerse, si, ellos vendrían, lo sabia. Marcela había firmado la autorización y en cualquier momento vendrían por mi, me eche en mi cama con los nudillos ardiendo y pronto quedaría dormida.
Editado: 05.11.2019