Lo mire por última vez, el me sonrió y en un parpadear, había salido a toda prisa sin despedirme ni esperar una palabra. Me escondí debajo de la bata la agenda junto con el bolígrafo y camine hasta el patio, donde al salir los rayos del sol habían hervido el pavimento, y las Palmas de los pies ardían con el contacto. Rápidamente camine hasta el césped, trate de buscarla con la mirada y caminado de un lado otro, colisionando con otros cuerpos que iban de allá para acá sin ninguna dirección precisa. Entonces mis ojos la interceptaron y sentí una gota pesada de sudor salir de mi cuero cabelludo que recorrió mi rostro y murió en el césped.
Camine hasta donde ella estaba; sentada en una banca con un cigarro en la mano, con los cabellos rizados y quebrados, alborotados sin ningún control.
— Necesito hablarte — Espete apresurada. Mi voz ansiosa la hizo girar sin preocupación. Dejo escapar el humo por la boca y me miro despectiva.
— No quiero hablar contigo, malagueña. Ya me dejaste muy en claro que tipo de persona eres – Marqué una ceja con culpa — ¿Que tipo soy? — Pregunté. Ella se levantó y arrojó el cigarrillo.
— De esas viejas que se creen más que los demás.
— No lo soy, Trinidad es que yo...
— Se ve que eres una perra con pedigrí, pero, me pica la curiosidad de saber que carajos haces aquí, quien chingados eres y que...
— ¡Escúchame! — Exclame. Ella salto de susto.
— Si tu me dices todo lo que sabes sobre este lugar... — Trague saliva rogando a Dios que lo siguiente en decir no lo soltara tartamudeando — Yo te diré quien soy y que hago aquí.
Ella se levantó las cejas curiosa, llena de interés y sonrió con desdén — En realidad no importa un carajo quien seas.
— Te puedo ayudar a salir de aquí.
Ella me miro esta vez interesada y se acercó a hablarme en susurro — ¿Entonces es algo serio?
Yo la mire con seriedad, suspire y baje la mirada — Se nota que es serio — Afirmó — Empecemos si quieres, malagueña — Sonrió y volvió a sentarse en la banca, se hizo aún lado y dio unas palmadas en el lugar vacío, indicándome que me sentara. Di una bocanada de aire que estaba ahogándome y lo obedecí.
— Tú empieza — Espetó sonriendo.
— No, tú — Conteste.
Ella me miro con seriedad y me dijo — No, mija. Al parecer tú tienes más interés en saber sobre este lugar que yo sobre ti.
— ¿Si? — Pregunté levantando una ceja.
— Ya déjate de pendejadas, y empieza — Apreté los ojos, frote mis piernas y suspire.
— Soy periodista.
Ella se detuvo, como si aquel momento fuese un filme y se hubiera detenido la escena de la nada. Tomó una hebra de su crespo cabello y la coloco detrás de la oreja. Tomó aire y dijo — ¿Periodista? — Titubeó.
— Si.
— ¿Y que más?
— Me hice pasar por una enferma mental para poder entrar y saber sobre este lugar más a fondo — Ella sonrió sorprendida y a levanto con brío de la banca — ¡No! — Dijo sin quitar la sonrisa del rostro — Espérate, ¿Como se que en realidad si estas bien loca y me estas inventando esto?
Me levanté de la misma manera que ella y la encare — Yo no estoy loca, ni tu tampoco. Yo lo se, tienes que creerme — Ella lo pensó unos minutos mirándome con escepticismo, después revoloteo los ojos y se encogió de hombros, pronto se volvió a sentar en la banca. Suspiro y dijo — Hay veintitrés pabellones en total — Comenzó a relatar con la voz profunda. Me senté lentamente con completa atención. Saque de mis ropas la agenda. Desabroche el brazo que la rodeaba y comencé a hacer lo que más había anhelado desde hace días; Escribir.
— Este lugar siempre ha tenido mala fama, la construcción fue diseñada por un militar que se llamaba Salvador Echegaray que se inspiró en el hospital psiquiátrico francés "Charenton", donde estuvo recluido el famoso Marques De Sade. Pertenecía a Ignacio Torres, conocido por la producción de *pulque, después se convirtió en lo que es ahora; Un manicomio, un lugar para sufrir — Suspiro y trago saliva.
— Háblame de los pabellones.
— Son veintitrés en total, todos tienen nombre y la mayoría son puestos por Soledad, esa cabrona es una hija de perra, es como la gran inquisidora de este lugar. Le ha puesto nombres humillantes y despectivos a los pabellones, el mas conocido es en cual casualmente estas tú, malagueña. El pabellón de los estúpidos, es el pabellón de los pensionados.
— ¿Que es un pensionado?
Trago saliva y sonrió con amargura — El pabellón de los estúpidos es el pabellón de los pensionados y los pensionados son aquellos pacientes de bajos recursos que no tienen el dinero para pagar su estadía aquí, quiere decir que la paga el gobierno, pero como has podido ver, sólo reciben maltratos.
— ¿Hay privilegios?
— ¡Por supuesto que hay, privilegios! — Exclamó abriendo los ojos — Como en todo lugar, chiquilla tonta. El dinero te abre muchas puertas. Un ejemplo claro es aquel viejo que conociste ayer. Don Gilberto Quispe.
Editado: 05.11.2019