El Palacio Del Infierno.

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El dolor punzante y horrido me había hecho despertar de mi letargo, sentada en una silla de ruedas ajada y sucia, María hincada frente a mí, me estaba vendado los pies, la intercepte con los ojos llorosos y ella me respondió la mirada, con un gesto de lamento, se levantó, acarició mis húmedas mejillas con el dorso de la mano y se dio vuelta para conducirme fuera de los cuartos. Mientras caminaba por el pasillo, miré hacia el suelo las manchas de sangre salientes de mis pies impregnadas en este. Levanté la mirada hasta llegar al seco jardín. Me condujo hasta la esquina en la que me gustaba estar, debajo de la copa del árbol más grande, caminó y tomó mis manos, de las bolsas de su uniforme se saco una hoja de papel, rota de las esquinas y sucia por todos los sitio, doblada en tres partes y un lápiz de madera pequeño y mordido de los laterales.
Los recibí y miré mis muñecas vendadas.
- Escribe - me dijo sonríete.
- Gracias...- Dije con la voz entrecortada y con una lágrima escapando de mi ojo derecho. María se marchó, mis pies me estaban matando del dolor, es ahí en dónde pensé profundo y me pregunte que es lo que había hecho, pero no quería irme aún, necesitaba estar ahí y después de crear lazos afectivos con personas algo más me detenía y sentí un espontáneo sentimiento de querer ayudarlos a salir.
Pero no podía escribir, mis manos estaban adormecidas, estaba hecha trizas. En el tiempo que llevaba de estadía, casi mutilarme los pies era lo peor que me habían hecho.
Las notas creadas en una melodía saliendo de una guitarra se acercaban a mi, al girar a la derecha, don Gilberto estaba a en lado, acercándose con dicho instrumento en las manos llevándome a una profunda nostalgia y melancolía, como una chiquilla llorona que estaba necesitada que su abuelo la consolara. Mis lágrimas comenzaban a salir pero esta vez no de dolor o rencor, sino de ternura y tristeza al mirar a aquel viejo cantarme con un rostro que reflejaba melancolía vergüenza y culpa que lo invadían con vigor.

 

" Que no bonitos ojos tienes
Debajo de esas dos cejas, debajo de esas dos cejas
Que bonitos ojos tienes..."

 

Su armoniosa voz había colapsado. Se había quebrado por completo, pero eso no lo detenía y aún así seguía cantándome, mientras yo me derrumbaba por dentro mirándolo con los ojos en completo llanto, con la boca temblando, el rostro pálido y ojeras que se habían comido todas mi alegría.

 


" Ellos me quiere mirar
Pero si tú no los dejas
Pero si tú no los dejas
Ni siquiera parpadear..."

 

Las música se detuvo, las yemas de sus dedos aún estaban posadas en las cuerdas y soltó un suspiro largo en el que se podía sentir claramente su dolor, pero aún así terminó la estrofa.

 

" Malagueña salerosa..."

 

Y llore aún mas, sonriendo con amargura, trague saliva pero un nudo en la garganta me había dejado sin habla.
- ¿Por qué lo hiciste? - Preguntó dejando la guitarra aún lado.
- Discúlpeme - Conteste con un hilo de voz.
- Tengo que confesarte que se lo tenían bien merecido.
Ambos reímos.
- Pero mira lo que te han hecho - Tomo mis manos - No te metas en problemas por mi, malagueña.
Suspiré - Ya tiene a alguien que lo defienda, Gilberto. Lo quiero ayudar.
El hombre quitó las manos de las mías y bajo el rostro.
- No. Ya nadie puede ayudarme.
- Yo puedo.
El hombre sonrió con lamento - Prométeme que ya no tendrás problemas por mi culpa.
Carraspee la nariz y asentí con la cabeza. Tomo mis mejillas entre sus arrugadas manos, tomó su guitarra y se fue. Rápidamente Trinidad llegó de mi lado izquierdo. Se puso en posición con las manos en cintura y dijo
- ¿Y 'ora? ¿Qué te pasó?
Me encogí de hombros - ¡Victoria, Victoria! ¿En qué chingados estabas pensando?
- Me dio rabia.
- ¿Y que? Ese no es problema tuyo. Tienes que entender que aquí, uno tiene que ver por si mismo.
- Si nadie se ayuda el uno al otro, ¿Entonces quien?
- ¡Nadie! - Exclamó - No es tu abuelo.
- Cállate - Dije furiosa.
Soltó una bocanada de aire y se sentó en la banca de lado mío. Solté el lápiz, y limpie mis lágrimas con el dorso de la mano.
- ¿Y 'ora? ¿Cómo le vas hacer? Así paralítica no puedes hacer nada.
- Ya veré cómo le hago.
Río. Yo la mire curiosa - ¿Por qué no me platicas de los demás?
Ella me miró meticulosa - ¿Cómo quien?
- ¿Quién es Rengo?
Trinidad suspiro.
- Rengo es un enfermero y para variar es mudo también.
- ¿Es un requisito para trabajar aquí? - Bromee.
- Germán es mudo, Rengo tiene un problema con el habla, aparté de ser cojo, pero si puede unir palabras y crear pequeñas frases, tartamudeando mientras que Germán simplemente no puede unir ni una palabra. Rengo es uno de tantos enfermeros y guardias a la orden de Soledad.
- Entiendo, dime más - Dije curiosa y atenta.
- ¿Ya te conté sobre las monjas?
Frunci el entrecejo.
- Cada dos meses vienen a visitarnos un sacerdote y chingo de monjas del convento.
- ¿Para que?
- Para bendecirnos, y ayudarnos a que la locura se vaya por medio de exorcismos.
- ¿Qué? - Exclamé incrédula. Trinidad río con mofa.
- Ellas creen que tenemos al demonio dentro.
Negué con escepticismo, baje la mirada a escribir aquello que me había contado pero el dolor de las muñecas me lo impedía.
- ¿Hay algo más que agregar?
- Creo que ya te conté todo - Miro hacia al frente recordando algo para no que pasara desapercibido - ¡Ah, si! Los niveles.
- ¿Qué niveles?
- Según la rectoría, los internos tienen niveles pero no creo. Todos estamos revueltos, menos los enfermos.
- Pero...¿Niveles de que? - Pregunte confundida.
- De peligrosidad. Hay del uno al cinco. El nivel uno son aquellos internos como nosotros que somos inofensivos, aunque tú por lo que hiciste quién sabe en qué nivel te hayan clasificado.
- ¿Y el dos?
- Son aquellos que su realidad está algo distorsionada, psicóticos, pero siguen siendo inofensivos como Magdalena, mírala ahí ta' - Señaló a la mujer que caminaba por el jardín con un crucifijo de metal oxidado en las manos.
- ¿Y el nivel tres?
Siseo - ahí es donde sube todo, son esos los que en verdad están re locos, como Magdalena pero estos se hacen daño así mismos, normalmente están en el patio posterior a este, hay cadenas incrustada en el suelo y los amarran para que no hagan nada, rara la vez están drogados. El cuatro - comenzó a susurrar y trago saliva - Es de los que tienen una enfermedad contagiosa y muy avanzada, están encerrados en un pabellón grandísimo, no tienen contacto con nadie y por último, el cinco es de los presidiarios peligrosos, asesinos...- Trague saliva y algo frío me recorrió la espina dorsal- Si los otros están re locos, estos más porque su realidad esta completamente distorsionada, ya han lastimados a alguien más y a ellos mismo también, no tienen cura alguna y están en habitaciones separadas, amarrados con camisa de fuerza, drogados todo el tiempo y sin contacto con el exterior.
Trague saliva.
- Pero dicen que es un mito el nivel cuatro y cinco.
- ¿Tu los has visto?
- ¡Pos no! - Exclamo - Unos dice que es imposible entrar ahí y otros que de plano no existen.
- Entiendo...- Dije acomodándome en mi silla, junte mis manos entrelazando mis dedos, unos con otros. Miré al frente pensado irracionalmente.
- ¡Ni lo pienses, periodista de cuarta! - Exclamó examinando mi rosto.
- ¿Qué? - La mire cambiando de mueca.
- ¡No vas a averiguar si es verdad o no!
- Cállate, Trinidad.
Abrió la boca sorprendida - ¿Ves? Si quieres averiguar eso, ¿Qué? ¿No te gusta vivir?
- Primero necesito ganarme la confiar del mudo.
- ¿Para que? - Cuestionó con una mueca confusa.
- Para que él sea el que me guíe.
- No va a funcionar. Ese cabrón sigue ciegamente las órdenes de esa vieja - Contesto refiriéndose a Soledad.
- Ya lo veremos.




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