27 De Julio, 1957.
Probablemente había encontrado a Rengo sin la intención de buscarlo, ¿Sería él el que me dirigiría a los profundos archivos y secretos sobre ese lugar? ¿Quien lo sabría con exactitud? Absolutamente nadie lo sabía, había pensado en lo que Trinidad me dijo; “Uno Tiene que ver por si mismo” Eso me retumbaba la cabeza todo el tiempo.
Pero Rengo se veía condescendiente e incluso inocente y solo bastaría con ponerle un poco de atención y caería a mis pies completamente.
En los próximos meses, me había llevado a conocer más pabellones y me hablaba de más cosas que me habían dejado perpleja, como los experimentos y terapias deshumanizadas, horridas e inverosímilmente perturbadoras.
Terapia de electroshocks, terapia de conversión y la terapia de resistencia de temperatura. Es cuando caí en cuenta que había sido utilizada y experimentada dejándome inmóvil y a punto de la hipotermia, y aún permanecía postrada en una silla de ruedas, rota y chueca que sus ruedas sonaban con un chillido atroz cada vez que emprendían el camino.
Las heridas abiertas de las plantas de mis pies habían cicatrizado por fin, pero ahora tenía una nueva herida que cicatrizaba parcialmente y después volvía a abrirse, se estaba convirtiendo en un fastidio aquella herida causada por un bisturí ajado y sucio el cual fue incrustado en mi muslo, su dolor era indescriptible, ardía acompañado de un dolor punzante, pesado y desesperante. La herida era profunda, por ende no podía cerrarse completamente, había moretones alrededor de ella, hinchada y que sangraba con regularidad y que seguramente no tardaría en supurar. Temía porque eso sucediera, me quejaba con dolor pidiendo a gritos que me ayudarán a curarme pero nadie parecía escucharme.
Con una silla de ruedas no era fácil moverse por sí misma, me encontraba llorando en silencio, apretando con la mano derecha la silla a causa del dolor, la bata que portaba y que aparentemente era blanca, había sido atiborrada de manchas de sangre seca y apestosa de un aroma particular.
Debajo de la copa del árbol observaba el movimiento de cada uno de los internos, era difícil recordar cada rostro, eran miles de ellos y diariamente más de cinco nuevos internos llegaban, aunque había escuchado decir que la capacidad era para mil internos, podía confirmar con mis propios ojos que la Castañeda estaba sobrepoblada y éramos el doble de la capacidad recomendada, por ende las enfermeras eran pocas, trece mujeres, cinco hombres y la jefa de enfermeros que era Soledad, y que no era capaz de llevar ese Manicomio con orden, lo entendía, había veces en las que solo Soledad se hacía cargo de toda la Castañeda pero no servía de nada su trabajo, ya que lo hacía de una manera deplorable, los epilépticos se convulsionaban en el suelo del patio, los trastornados se azotaban contra los muros de concreto hasta sangrar y los demás, unos con otros se insultaban y golpeaban, por querer conservar un catre donde dormir, era un desastre tremendo y tortuoso.
Soledad se acercó a mí con su respectivo acompañante obediente y celoso por su trabajo.
— ¡Ya deja de gritar! — Vocifero lastimándome el tímpano.
— ¡Me duele la pierna! — Exclamé con un hilo de voz — Necesito sutura.
— ¡No es mi problema! — Me grito en la cara con una sonrisa déspota. Giro la cabeza a mirar a Germán y este se acercó a mí — Levántate, necesitamos la silla.
— Yo también la necesito.
— Es la única que tenemos.
— ¿Que? — Junte las cejas — ¿Cómo puede haber una sola silla en todo el centro?
— Dije — Bufo como toro — Que te levantes.
— ¡No puedo! — Grite. La mujer me tomo por los cabellos y trato de levantarme con fuerza, con las manos libres, trate que me soltara, zarpando con fuerza inaudita el dorso de su mano.
— ¡Ay! — Grito de dolor al soltarme rápidamente. Germán gruño con molestia, tomo la silla por detrás y me lanzo fuera de ella. Mi cuerpo lánguido fue a impactar contra el suelo terroso.
— ¡Loca estúpida! — grito después de patearme con levedad.
Suspiré y tome mi frente llena de desesperación, fatiga y dolor físico que me invadían, preguntándome una y otra vez como iba a salir de ahí ilesa, el sueño en el que mi madre aprecia y me escupía en la cara que no podía lograrlo, era una de tantas cosas que tenía en la mente, que me mutilan sin parar, porque era verdad, había pensado a la perfección como entrar pero en definitiva se me fue de las manos y pase por alto el idear como salir.
¿Por qué lo pensé antes?
¿Debí pensar mejor las cosas o de verdad era ambiciosa como lo dijo Ricardo?
Probablemente estaba desesperada y quería dejar de ser desplazada en mi trabajo, trabajo que probablemente ya no tendría al salir, si es que lograba salir.
Editado: 05.11.2019