Un chico de doce años, un gordito de lentes, no dejaba de mirar al sujeto sentando en una visible banca del parque donde jugaba con sus amigos. Siempre que podía, mientras corría, giraba el cuello para observar la actividad del extraño. El sujeto parecía no sentir la mirada que se clavaba sobre él, pero la realidad es que solo ignoraba con paciencia su curiosidad. Pero la curiosidad es fuerte y por lo general lleva a muchos a actuar.
—¡Hey! Niño, ¿Quieres hacerme una pregunta, o dos, o tres o más? —exclamó el sujeto de la banca del parque en algún lugar del suelo de Guayaquil.
El puberto, sin cara de puberto se detuvo, caminó con firmeza hacía el sujeto mientras, en silencio, repasaba lo que quería preguntarle y cómo hacerlo.
—Ehmm... —señaló la mano izquierda del sujeto de la banca del parque en algún lugar del suelo de Guayaquil—. ¿Por qué ha dejado que se derrita todo su helado sin probarlo?
El sujeto sonrió, sin burla, más bien de manera cariñosa. Miró su mano izquierda y efectivamente el helado en cono derretido.
—Sí lo probé, jóven caballero. ¿Sabes? Esto es helado de vainilla, solía estar entre mis sabores favoritos, pero ya no puedo soportarlo... Por una mujer.
El jovencito, gordito de lentes, puberto sin cara se puberto repasó una y otra vez la confesión del sujeto, tratando de encontrar lógica a un acto tan pecaminoso como es comprar un helado para derramarlo sin disfrutarlo.
—Sigo sin entender. ¿Para qué sentarse bajo el sol insoportable con helado que solo ha probado? ¿Es divertido?
El chico no se rendiría hasta comprender el comportamiento extraño del sujeto en la banca. Estaba decidido y ese porte de hombre adulto con cara de gordito de lentes le demostraba al sujeto que no estaba tratando con un simple niño. Pero para cuestiones de apariencia compleja las respuestas, en su mayoría, son más que sencillas.
—Normal. De vez en cuando siento la necesidad de comprar un helado de vainilla, pero lo pruebo y mi mente se inunda de recuerdos de ella. Así que dejo que su sabor me acompañe pero no me llene.
En realidad el sujeto quería decir: "dejo que su veneno me acompañe pero no me llene, eso me mataría". Pero no es correcto sentarse en la banca de un parque en algún lugar del suelo de Guayaquil y decirle ese tipo de cosas a un niño puberto que no tiene cara de puberto sino de bebé gordito de lentes. Pero el chico, no era como los de su edad, sin necesidad de explicación había entendido el mensaje oculto tras el acto diabólico de comprar un helado para dejarlo derretir bajo el sol abrasador de Guayaquil. Así que zanjado el tema pasó a otro... La mano derecha.
—¿Y ese libro que traes abierto en la mano derecha?
—¡Ah! Tu época es bien distante de la mía. Es Don Quijote de la mancha, ¿No lo conoces?
El chico gordito de lentes negó en silencio con un moviendo repetitivo de su cabeza, de un lado a otro... [Exactamente así, muy bien]. Con mirada curiosa levantó una ceja interrogando al sujeto.
—Se trata de un hombre que emprendió un largo viaje buscando Pokebolas —expuso el sujeto, sin malicia, con severa seriedad.
—¿Para que las Pokebolas?
—Simple, en ellas hay mujeres —se encogió de hombros—. Pero él busca una especial, Dulcinea.
El chico contento con la explicación, asintió en silencio. Fue solo en ese momento que supo que sus amigos llevaban tiempo llamándolo con angustia. Debía regresar.
—Quijote, un gusto conocerte. Debo regresar a la escuela. Quizás lo vuelva a ver por aquí leyendo y sosteniendo un helado en la mano. ¡Cuídese!
El chico se fue alejando y, así, desapareciendo de la vista del sujeto quién, con tristeza, presenciaba la partida del único humano que lo había acompañado en meses. Recordaba que hace mucho no conversaba con alguien de esa manera, con sinceridad, sin prejuicio, sin ser etiquetado de loco... Así como conversaba con ella, su primer amor.
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Editado: 02.05.2020