El Pantheón: Inmersión

Capítulo 5: Bomba de Tiempo

1

Después de la partida de Brennen, de la cual casi toda la casa fue testigo a pesar de los esfuerzos del irlandés por ocultarlo, los miembros del Pantheón experimentaron una etapa de depresión ocasionada por diferentes razones: culpa, por parte de Themis, Alexandria y Bojan; lástima, por parte de Julliet, Ekaterina y Simón; y duelo en el caso de Mauricio. Sin embargo, no hubo culpa, lástima o duelo para Jeroni. Por un lado, porque sabía que su partida no era definitiva y, por otro, porque se comunicaba cotidianamente con Brennen, hecho que hasta la mismísima Alexandria ignoraba.

Los días que le siguieron, los miembros del equipo se dedicaron a entrenar bajo la mirada escrutadora del mayor de los Hatzidis, quien los obligaba a correr por horas sin darles respiro, agua o descanso. Bajo la lluvia, bajo el sol e incluso en mitad de la noche. En consecuencia, se hizo costumbre despotricar contra Bojan en comunión. Simón no participaba de esas reuniones de desahogo tan íntimas y privadas para los demás. De hecho, era excluido de toda actividad lúdica y social de la casa; lo evitaban. Así que todas las noches hacía exactamente lo mismo: sentarse sobre la cama en la oscuridad y suspirar mientras el resto de la casa existía. Sin embargo, a pesar de sentirse una víctima de los demás, las pocas veces que tenía la posibilidad de compartir con ellos, no hacía más que quejarse del poco esfuerzo que invertían los demás en entenderlo. Él era el extraño, el extranjero, aquel que había tenido que abandonar todo por ellos, el que tenía que adaptarse a lo que ya era habitual para ellos. Él era la víctima del Pantheón y solo él entendía lo mal que el Pantheón le hacía “a él”.

Una semana después, Jeroni despertó más temprano de lo común porque había recibido un llamado de su amigo para confirmarle que ya se hallaba instalado y para pedirle que lo pusiera al tanto sobre los acontecimientos posteriores a su partida. Era la primera vez en su vida que Brennen lograba conservar algo que lo mantuviera ligado al objeto de su huida. Ni siquiera su familia en Galway tenía alguna idea sobre su paradero. Sin embargo, Jeroni, con su candidez y relativa lejanía geográfica, se las había arreglado para convertirse en un lazo fácil de conservar.

Luego de cortar la llamada con Brennen, tomó su laptop y se instaló en la cocina para preparar el desayuno y ponerse a trabajar. No había pasado media hora de las ocho de la mañana cuando apareció Simón, preguntando dónde podría encontrar herramientas para jardinería. Si bien la pregunta le pareció extraña, no le dio mayor importancia. Le balbuceó dónde estaban las herramientas y se lo sacó de encima.

A eso de las dos de la tarde, se le antojó ir al baño. Subió hasta su habitación en el primer piso, cuya ventana daba hacia la parte trasera de la casa, y mientras pasaba junto a ella, algo llamó su atención. Se acercó al cristal, entornó los ojos y, a lo lejos, muy a lo lejos, descubrió a Simón trabajando en el jardín del Corredor de los Ancestros. Le pareció algo fuera de lo común, pero tampoco le prestó mayor atención.

Regresó a la cocina y retomó su labor por una hora más, pero Simón no se le quitaba de la cabeza y, de repente, un pensamiento lo invadió, distrayéndolo completamente. Como fotos, recordó las palabras del cordobés, pesadillas, sueños, imágenes. Frente a él, apareció el bosque. Aquel por el cual, en muchas madrugadas antes de despertar, había corrido. El laberinto en el que era cazado sin saber por quién ni por qué. Aquel en donde su aljaba vacía lo condenaba. No podía entender si su pesadilla era ese destello de recuerdo que había estado buscando en vano en su mente por años. Sus manos habían comenzado a sudar, cuando la voz de Alexandria lo despabiló.

—Pasa algo contigo —afirmó. Jeroni tragó saliva, pero no pudo responder—. ¿Jero? ¿Estás bien? —insistió Alexandria—. Jero…

—Sí —interrumpió las palabras de su prima—. ¿Qué quieres?

—Estás pálido, niño. ¿Qué tienes? —Alexandria lo observó con preocupación.

—Nada... Estoy ocupado... con esto. Déjame en paz. ¿Qué quieres? —intentó evitar los ojos inquisidores de quien lo interrogaba con suspicacia.

Alexandria guardó silencio un rato, estudiándolo, pero no encontró en él más que miedo, un miedo que ya estaba acostumbrada a ver.

Jeroni fue quien cortó su reflexión esta vez—. Es sobre Bojan, ¿verdad? —preguntó. Él también sentía que algo no andaba bien con su hermano, y si bien habían estado evitando el tema, necesitaban discutirlo con urgencia.

—Sí, ¿has visto a Simón? —se distrajo Alexandria, obviamente no era el momento.

La especial atención que le proporcionaba al falso doctor lo tenía a mal traer. Había hablado con Brennen sobre él antes de volver a casa. «Hay un tipo, un doctor… ¿Sabes algo sobre eso?», le había preguntado su amigo. Él no había podido darle ningún tipo de información porque hasta el momento Alexandria no había soltado palabra acerca de Simón. Fue Themis finalmente quien le informó sobre la nueva adquisición del equipo el día en que se lo presentó.

—Le vi en el Corredor, estaba haciendo no sé qué en el jardín. —Su prima lo observó confundida y él continuó—: No me preguntes, no sé nada.

—Ve a buscarle. Bojan quiere que estemos en el claro a las cuatro. Sean puntuales —ordenó Alexandria y desapareció. Su advertencia sobre la puntualidad no era infundada; Bojan se ponía de muy mal humor cuando sus planes se desajustaban.




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