Los días pasaron tranquilamente en el Pasaje Maldito, y la sensación de paz y alegría se afianzaba cada vez más. Martina se había integrado por completo a la comunidad y sus risas y sonrisas llenaban de felicidad el corazón de todos. Lucía y Carmen se sentían agradecidas por la protección del Padre Manuel y seguían vigilantes ante cualquier indicio de que el mal pudiera regresar.
Una tarde, Lucía notó que Martina estaba inquieta y preocupada. Se le acercó con cariño y le preguntó qué le pasaba. Martina le contó que había visto esa mañana. Vio al Padre Manuel caminando hacia el ático del conventillo, con una expresión sombría en su rostro.
Lucía sintió un escalofrío recorrer su espalda. No podía ignorar la coincidencia, con la inquietante desaparición del Padre Manuel. Sin perder tiempo, se lo contó a Carmen y juntas acudieron a la iglesia para buscarlo.
Al llegar, encontraron la iglesia vacía. El Padre Manuel no estaba en su lugar habitual de oración. Lucía se acercó al ático, recordando lo que vio Martina. Subió las escaleras con cautela y, al llegar al ático, lo encontró vacío y oscuro. No había señales del Padre.
La preocupación creció en el corazón de Lucía y Carmen. Sabían que debían buscar ayuda, así que corrieron al destacamento de policía más cercano para informar sobre la desaparición del Padre Manuel. Las autoridades tomaron nota y prometieron investigar, pero en un lugar como el Pasaje Maldito, donde los rumores y la superstición eran moneda corriente, la desaparición del Padre era un misterio difícil de resolver.
Los días se convirtieron en semanas, y semanas en meses, pero no hubo noticias del Padre Manuel. La comunidad estaba desconsolada, y Lucía y Carmen seguían preocupadas por la seguridad de Martina y de todos los residentes del conventillo. Aunque las autoridades intentaron buscar pistas y respuestas, no encontraron rastro del hombre de fe.
Mientras tanto, el mal acechaba en las sombras, aprovechando la ausencia del Padre para manifestarse de nuevo. Los extraños sucesos comenzaron a regresar al Pasaje Maldito. Los residentes escuchaban risas infantiles en la noche, objetos se movían por sí solos y pesadillas aterradoras atormentaban a los habitantes.
Lucía y Carmen sabían que el espíritu malévolo había encontrado otra forma de manifestarse y que debían actuar rápidamente. Pero no sabían qué hacer sin el apoyo y guía del Padre Manuel.
Una tarde, mientras caminaban por el patio del conventillo, Martina se acercó a ellas con ojos preocupados.
–"He estado teniendo sueños extraños, chicas. Sueños sobre el ático y la muñeca", confesó con temor.
Lucía y Carmen intercambiaron miradas inquietas. Sabían que debían proteger a Martina, pero también temían que el espíritu malévolo estuviera intentando influenciarla.
–"Martina, no te preocupes. Estamos aquí para protegerte", dijo Lucía con determinación. –"Pero necesitamos ser fuertes y valientes para enfrentar cualquier mal que se nos presente".
Martina asintió, sintiéndose reconfortada por las palabras de sus amigas. Juntas, decidieron realizar una investigación en el ático para buscar pistas sobre la desaparición del Padre Manuel y para tratar de encontrar una solución para detener al malvado espíritu de una vez por todas.
Al llegar al ático, notaron que la caja con la muñeca seguía sellada y protegida con símbolos. Pero algo en el ambiente era diferente, como si la presencia del mal se hubiera vuelto más fuerte.
Mientras inspeccionaban el lugar, una ráfaga de viento sopló por el ático, apagando la vela que llevaban para iluminarse. La oscuridad los envolvió y la sensación de malevolencia se hizo más intensa.
De repente, una voz susurrante resonó en el ático.
–"Los he estado esperando...".
Lucía, Carmen y Martina se miraron con horror. La voz parecía venir de todas partes, pero no podían ver a nadie en el oscuro ático.
–"¿Quién eres? ¿Qué quieres?", preguntó Lucía con voz temblorosa.
–"¿No lo sabes ya? Soy Clara, el espíritu que se ha liberado una y otra vez. Y volveré a liberarme una vez más", respondió la voz con malicia.
Lucía se aferró a la caja con la muñeca y se enfrentó al espíritu desafiante.
–"No permitiremos que eso suceda. Te detendremos, como lo hicimos antes".
El espíritu soltó una risa siniestra.
–"Oh, pero esta vez será diferente. Vuestra protectora se ha ido y no hay nadie que pueda detenerme", dijo mientras la muñeca desaparecía.
Apareció una carta flotando, la cual contenía el nombre del Padre Manuel convirtiéndose en cenizas.
–”No esperen ayuda”, soltó una risa.
Lucía se dio cuenta de que el espíritu se refería al Padre Manuel, y el temor volvió a invadir su corazón. Sin su guía y protección, estaban indefensas ante el mal que acechaba en el conventillo.