El Pasaje Maldito

Capítulo 22: Pesadilla

 Lucía cruzó la puerta con una mezcla de esperanza y aprensión. Esperaba que el amuleto y el medallón la llevaran un paso más cerca de la verdad detrás de la muñeca maldita y la pesadilla que había atormentado su vida. Pero cuando entró en el conventillo, se dio cuenta de que algo estaba profundamente mal.

 El aire se volvió frío y espeso a su alrededor. La entrada del conventillo se había transformado en un oscuro pasadizo que se extendía hacia lo desconocido. Las paredes estaban cubiertas de un moho viscoso que parecía palpitar con vida propia. Las lámparas que pendían del techo parpadeaban de manera errática, arrojando sombras inquietantes que danzaban como espectros enloquecidos.

 El suelo bajo sus pies parecía moverse, como si estuviera compuesto de una sustancia gelatinosa. Cada paso que daba producía un chapoteo sordo y desagradable. Lucía miró hacia atrás, pero la puerta por la que había entrado había desaparecido, dejando solo una pared de ladrillos retorcidos a su paso.

 El laberinto se extendía en todas direcciones, pasillos que se bifurcan y se cruzaban de maneras imposibles. Las paredes parecían estar vivas, pulsando y retorciéndose como si estuvieran respirando. La opresión en el aire era palpable, como si el propio laberinto la estuviera estrangulando lentamente.

 Lucía avanzó con cautela, siguiendo un pasillo que parecía ser más amplio que los demás. Pero a medida que avanzaba, las paredes comenzaron a cerrarse sobre ella, reduciendo el espacio a su alrededor. La sensación de claustrofobia se volvió abrumadora, y Lucía comenzó a jadear mientras luchaba por respirar en ese espacio cada vez más estrecho.

 Fue entonces cuando escuchó la risa, una risa que parecía emanar de las mismas paredes. Era una risa fría y retorcida, una carcajada que enviaba escalofríos por su espalda. Lucía se detuvo y miró a su alrededor, buscando la fuente de esa risa espeluznante, pero no había nadie más en el laberinto.

–"¿Quién está ahí?"–, gritó Lucía, su voz temblorosa. –"¿Qué quieres de mí?"

 La risa solo se intensificó, como si el laberinto mismo se estuviera burlando de ella. Las paredes parecían acercarse aún más, amenazando con aplastarla. Lucía se sintió atrapada, impotente frente a las fuerzas desconocidas que la rodeaban.

 Las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas mientras la desesperación se apoderaba de ella. Se dio cuenta de que no podia salir de este laberinto, una trampa tendida por maldita muñeca. Pero no podía rendirse, no después de todo lo que había enfrentado.

–"¡Maldita sea!"–, gritó Lucía, su voz resonando en el laberinto. –"¿Qué quieres de mí, muñeca? ¿Por qué haces esto?"

 La respuesta que recibió fue una risa, una risa que emanaba de todas partes y de ninguna parte. Era una risa fría y espeluznante que se arremolinaba a su alrededor, como si las mismas paredes del laberinto se estuvieran burlando de ella.

 Lucía se secó las lágrimas con determinación y se obligó a sí misma a continuar avanzando, decidida a encontrar una salida de esta pesadilla retorcida, sin importar lo que le costará. 

 Quería estar en los brazos de sus padres, quería estar lejos de esta pesadilla retorcida, pero sabía que rendirse no era una opción. Debía enfrentar lo que sea que el laberinto y la muñeca maligna le tuvieran preparado.

 A pesar de la confusión y el miedo que la rodeaba, Lucía decidió que su mejor curso de acción era seguir adelante, seguir explorando el laberinto y buscar una salida. Se dirigió por uno de los pasillos, con la esperanza de que este la llevaría a algún lugar seguro.

 A medida que avanzaba, el laberinto parecía cambiar a su alrededor. Las paredes se retorcían y se transformaban, a veces parecían ser de ladrillos antiguos, otras veces de huesos y espinas. Las lámparas parpadeaban con intensidad variable, arrojando sombras grotescas que se contarían y se deformaban.

 Lucía trató de mantener la calma mientras exploraba el laberinto, pero una sensación de claustrofobia la perseguía constantemente. Las paredes parecían cerrarse sobre ella, amenazando con atraparla en su abrazo frío y oscuro. Pero Lucía se negó a ceder ante el miedo.

 Mientras continuaba avanzando, la risa espeluznante que había escuchado antes seguía persiguiéndola. Era como si la entidad maligna detrás de todo esto estuviera jugando con ella, disfrutando de su tormento. Lucía apretó los dientes con determinación, jurando que no permitiría que esta pesadilla la derrotara.

 El tiempo parecía distorsionarse en el laberinto. Lucía no podía decir cuánto tiempo había pasado desde que cruzó la puerta. Todo parecía estar suspendido en un estado de eterna oscuridad y confusión. Cada paso que daba la llevaba más profundamente en el corazón de la pesadilla.

 Finalmente, llegó a una intersección en el laberinto. Tres pasillos se extendían ante ella, cada uno más siniestro que el anterior. Lucía se detuvo, sintiendo que esta elección era crucial. No sabía cuál era el camino correcto, pero no podía permitirse quedarse quieta.

 Mientras consideraba sus opciones, una sombra se movió en el rincón de su visión. Lucía se volvió rápidamente, pero no había nada allí. Sin embargo, la sensación de que algo la observaba persistía. La risa espeluznante se intensificó, como si la entidad maligna se burlara de su indecisión.

 Lucía finalmente eligió uno de los pasillos y siguió adelante, con la esperanza de que éste la llevará más cerca de la verdad detrás de la muñeca maldita y la forma de liberarse de esta pesadilla interminable. Sabía que el camino que había elegido estaba lleno de peligros y horrores, pero estaba dispuesta a enfrentarlos con valentía y determinación.
 

 



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En el texto hay: misterio, terror, muñecas

Editado: 10.12.2023

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