El Pequeño De La Luna

Trozos del pasado.

No sabía lo que había pasado, pero eso no evitaba que me hubiese quedado parada ahí esperando a ver qué sucedía. Necesitaba salir de ahí lo más rápido posible.

Necesitaba poner a Alex a salvo. Esa era mi mayor prioridad.

Seguí corriendo, ahora teniendo más cuidado en la carretera, no quería que sufriéramos otro incidente como el de hacía pocos minutos.

Cuando mis piernas y pulmones ya no dieron para más tuve que detenerme.

Puse a Alex en el suelo, donde había hierba y me senté junto a él.

El cuervo se posó en mi pierna izquiera y observaba de manera detenida a Alex.

-Por fin la encontramos, mi señora. -una voz gruesa se escuchó a mis espaldas.

Antes de poder reaccionar la oscuridad me arrastraba hacia ella, lo último que pude hacer fue aferrarme aun más a mi pequeño y escuchar el violento graznido del cuervo.

Cuando por fin pude salir del estupor lo primero que hice fue buscar a Alex como loca, cuando lo vi en una pequeña cuna cerca de la cama en la que me encontraba me alivié, pero... ¡¿Dónde, carajos, estaba?!

Con cuidado tomé a Alex entre mis brazos, él aun estaba dormido, me acerqué a la pequeña ventana para observar el lugar en el que me encontraba, pero ¡sorpresa! No puedo ver nada.

-¡Cuervo! -una sonrisa se extendió en mi rostro cuando lo vi, pero ésta se borró rápidamente cuando lo vi encerrado.

Me acerqué a él y lo saqué de ese lugar. El pequeño me ha ayudado demasiado como para dejarlo en ese lugar, además, es realmente tierno.

El pequeño cuervo se fue dando pequeños saltos hacia la puerta, la cual no me había fijado que estaba medio abierta.

Alto... Si me han secuestrado, ¿por qué dejan así la puerta? Esto no me da buena señal.

En contra de todo pensamiento racional seguí al pequeño cuervo, él entró en una habitación rara, tenía varios artefactos extraños, se detuvo frente a una pequeña bolita, como si fuera una canica.

Me coloqué a su lado, el cuervo...

Creo que debo darle un nombre.

-Mi señora, ¿qué hace levantada? Debería estar descansando. -la dulce voz de una señora hizo que mi cuerpo se tensara.

¡Me descubrieron! Tengo un 33-12

Debo salir de este lugar a las de ya.

Adac, el cuervo, tomó la pequeña canica y se posó en mi hombro, lo primero que pasó por mi cabeza fue el querer salir de ahí, cerré los ojos y cuando los abrí estaba en medio de la nada. Literalmente, no había nada, es un espacio en blanco, Alex aun dormía y Adac seguía en mi hombro.

-¡No podemos dejarla aquí, Alana, entiéndelo! -la voz histérica de un hombro inundó el lugar, poco a poco el espacio en blanco se empezó a llenar con colores y objetos.

-¡Debemos cuidarla! -la tal Alana sostenía un bulto entre sus brazos- Nuestra hija corre demasiados peligros.

El hombre tenía una expresión acongojada, lo que hizo que mi corazón se oprimiera.

-Debemos proteger a nuestra pequeña a toda costa. Es nuestro deber.

-Así es, nuestra pequeña Amanda será una gran mujer cuando crezca. -dijo Alana con voz quebrada.

¿Amanda?

 




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