El tuerto, quien no se caracterizaba precisamente por una gran inteligencia, pensó lo peor y de inmediato gritó por una de las grietas:
—Monsieur Poulet, ¿estáis ahí?
—Oui, mon capitaine. Y no sólo yo sino que encontré a Monsieur Chailland y al sirenito —le contestó.
—¡Pierre! ¡Garçon! ¿Estáis bien?
—Oui, mon capitaine. El sirenito me salvó.
—Me alegro, pero ahora no podemos socializar. Se acerca el San Eustaquio y temo que esos negros atolondrados que tengo por tripulación la emprendan a cañonazos, así que nosotros nos vamos para evitar el desastre. Quedaos allí escondidos si os es posible y cuidad que no se os escape el sireno. No bien me asegure de que esos tarambanas no arruinen todo, volveré con dos botes.
—Como ordenéis, capitán —dijo Pierre.
—Y tú, Poulet, no hagáis nada tonto. Tened presente que estáis frente al capitán del Asunción, y no a un mequetrefe cualquiera como vosotros. Nuestro Pierre ya tiene rango; no lo olvidéis y tratadlo como corresponde.
—Oui, mon capitaine —dijo Poulet; y en voz baja se dirigió a Pierre—: ¿Eres el capitán de ese cascarón inservible que dijiste está encallado en la bahía, del otro lado de la isla?
—Sí, Poulet, aunque sería mejor decir que «fui» el capitán.
—¡Joder! Cuando se llega a capitán es para siempre, Pierre; no importa que no tengáis barco.
—Eso podemos discutirlo después, Poulet y no cambies el tratamiento.
—¿Sigo tratándote de «tú»?
—Así es.
—Pero dime, ¿qué le pasó al sirenito? ¿Por qué está inconsciente? ¿Tuviste que golpearlo?
—No lo golpeé y no sé por qué está inconsciente. Pero viendo su estado, de seguro dentro de poco comenzará a boquear, como los peces cuando los sacas mucho tiempo fuera del agua.
—¡Demonios! Si es así, se morirá.
—No lo sé, pero es probable. Depende de cuánto ha estado afuera.
—¡Rayos! Y si se nos muere, el Tuerto nos colgará del palo mayor o nos hará caminar por la tabla.
—No lo dudo.
—Esperemos que aguante hasta que el Tuerto vuelva.
—Esperemos. Voy a salir un momento para ver qué pasa con el San Eustaquio y el Tulipán, Poulet. Tú quédate aquí y vigila al sireno —dijo Pierre y tosió fuertemente al tiempo en que fingió también intentar ponerse de pie pero trastabillar.
—No, Pierre. No parece que estés en tan buenas condiciones. Iré yo y tú cuida al sireno.
—Está bien, te lo agradezco, Poulet.
El hombre se tiró de nuevo al ojo de agua y desapareció.
—No tenemos tiempo, Coral —le dijo Pierre cuando estuvo libre del mulato—. Esto es lo que haremos: cuando vuelva Poulet esperas unos minutos y empiezas a boquear como si te fueras a morir. Ya veré como lo convenzo para ponerte en el agua y tan pronto puedas, te escurres de entre sus brazos y te escapas.
—Entiendo, pero, ¿tú qué harás?
—Ya veré. Pero ten la seguridad de que no me iré de esta isla sin mis tesoros.
—Pierre...
—¡Cuidado! Que ahí vuelve.
Coral rápidamente volvió a su actuación de sireno inconsciente y Pierre se acercó al ojo de agua para recibir a Poulet.
—Parece que todo está bien —dijo el mulato—. Por lo pronto no han cañoneado al San Eustaquio y si la vista no me engañó, creí ver en el horizonte al Nuestra Señora del Buen Retiro.
—¿Al galeón? Pero, ¿no dijiste que no pudieron saquearlo?
—No pudimos por todo ese asunto de la niebla y la tormenta. Les debe haber pasado lo mismo que a nosotros y al gobierno y terminó llegando aquí.
—Entonces todavía carga los cinco mil doblones de los impuestos.
—Sería de suponer, sí.
—Aunque no creo que el Tuerto piense en saquearlo ahora. Con el San Eustaquio, las dos naves harían trizas al Tulipán.
—En un santiamén, sobre todo con las bombardas del San Eustaquio. Estando el Tulipán limitado por las aguas someras de la isla, ni siquiera buenas maniobras evasivas podría realizar.
Editado: 06.05.2018