Por un instante, Pierre pensó que las cosas no podrían ser peores. Tantos eran los factores en contra que comenzó a sentirse agobiado. ¿Cómo huir de lo que parecía ser un círculo vicioso? Había jurado que navegaba hacia Haití, y sin embargo, había vuelto al lugar desde donde había partido. Había visto que en el viaje, el sol y las estrellas tenían sus posiciones relativas en su lugar, por lo que no podía haber invertido el rumbo ni el sentido de su dirección. ¿Cómo había vuelto? Pero además, allí estaban españoles e ingleses, y supuso que a ellos les habría sucedido lo mismo. A todo eso, había que sumarle el barco fantasma que le pisaba los talones y para rematar, allí estaría Coral y no sabía cómo enfrentarlo. Simplemente no podía imaginar circunstancias peores ni más complicadas. Recordó haber leído una vez a un filósofo medieval que usó la expresión «montado en los cuernos de un dilema», y así se sentía: Al frente, Coral, su isla y sus enemigos; atrás, los fantasmas, el Diablo o quién sabe qué.
—¡Cambie el rumbo, monsieur Poulet! —gritó Pierre cuando finalmente tomó una decisión.
—¿Hacia dónde, capitán?
—Rodeemos la isla y anclemos del otro lado, donde estuvimos antes.
—Bien sure, mon capitaine!
La tripulación se abocó frenética a mover aparejos, jarcias y velas, mientras el timonel se esforzaba por sostener el ángulo; y así, el Tulipán Negro comenzó su amplio viraje para cambiar el rumbo. Rodeó la isla por el lado este, a barlovento y al llegar al punto indicado, arrojaron anclas.
—¡Barco a la vista! ¡A babor! ¡Barco a la vista!—gritó de nuevo el vigía.
—¿Y ahora qué? —dijo Pierre girándose para intentar ver; y todo para descubrir que a quien anunciaban era nada menos que el Hibernia—. ¡¿Qué?! ¿Nos ha seguido?!
—The ghost vessel, Captain! —dijo Mr. Clark cuando llegó a su lado.
—¡Demonios! —exclamó Pierre—. ¡Monsieur Poulet! ¡Que nadie abandone el barco sin mi autorización! Esperaremos para ver qué pretenden esos... esos...
—¿Fantasmas? ¿Espíritus? ¿Demonios? —quiso completar el mulato.
—Esos seres o esas cosas —terminó Pierre.
Con el Tulipán anclado, los piratas estaban en la borda mirando al Hibernia que había llegado a tiro de cañón, se detuvo y estaba arrojando anclas. Era una imagen terrible, pues era un galeón inmenso, más grande que los comunes, típico de la era dorada de la ingeniería naval holandesa; sin duda destinado a transportar grandes cargamentos de especias, telas, metales, opio, té, y cosas así, desde el Pacífico Sur, desde las Islas recién descubiertas o desde la India. Su imponente tamaño, hacía que su aspecto fantasmal, por lo viejo, mohoso y desvencijado, fuera mucho peor y por eso tenía a todos en el Tulipán, con los ojos casi sin pestañear, atentos a lo que sucedía a bordo del Hibernia. Pierre, con su catalejo, veía al capitán van der Opzee gesticular y a los muchachos cumpliendo las tareas, y veía que lo hacían con torpeza, se cruzaban y molestaban entre sí, y eso también le despertó la curiosidad. Cuando terminaron el proceso de anclar, todos se reunieron en cubierta y vio que el capitán les arengaba y los muchachos le escuchaban con atención. Con un gesto de su mano les hizo romper filas, cada uno tomó lo que Pierre creyó era rumbo a sus tareas y la cubierta quedó vacía.
—Mon capitaine... regardez! —dijo monsieur Poulet señalándole un lugar de la costa.
Pierre volvió a extender el catalejo y pudo ver que en la playa, estaba, aparentemente, toda la tripulación del Hibernia.
—¿Y eso? Monsieur Poulet, ¿alguien vio los botes con que los del Hibernia bajaron a tierra?
—Non, mon capitaine. Rien. No se vio ningún bote, y además, esa ruina flotante no creo que tenga ninguno.
—¡Rayos! Son fantasmas. Desaparecieron del barco y al instante aparecieron en la playa... no hay otra explicación.
—Pero si eso es así, capitán, podrían hacer lo mismo con el Tulipán y sin verlos venir, de pronto nos encontraríamos con todos ellos aquí arriba.
—Pero son mocosos, Poulet...
—Fantasmas, mon capitaine, con apariencia de mocosos pero eso debe ser para engañar a sus víctimas.
Editado: 06.05.2018