—¡No puede ser! —exclamó Poulet.
—¿Qué es? ¿De qué te asombras? —preguntó otro de los mulatos.
—¡No hemos ido a ningún lado! ¡Mira! ¡Es la maldita isla de nuevo!
—¿La misma de donde partimos?
—La misma. Ve y dile al capitán.
—Pero se va a enfadar.
—Por eso no voy yo, tonto.
El pobre hombre, a regañadientes, fue a ver a Pierre que había vuelto al camarote del capitán para escribir unas notas.
—Capitán —dijo el mulato temblando como un junco—; eh... no sé cómo decirle esto, pero... eh... la isla a la que llegamos... no es Isla Tortuga.
—¿Qué dices? ¿Habréis sido tan idiotas como para haber equivocado el rumbo?
—No, capitán. Es... es... la misma isla desde la que partimos —dijo el hombre y se encogió hecho un puño a la espera de la explosión de furia de Pierre.
—¿La misma, dices? —preguntó Pierre sin explotar y el mulato apenas abrió uno de sus ojos para asegurarse de que ningún objeto vendría volando por los aires dirigido a su cabeza.
—Eh... sí, capitán —Y se volvió a encoger.
—Las cadenas...
—¿Qué? ¿Cuáles cadenas?
—No importa... —dijo Pierre y contrario a todo lo esperable, lo dijo con una casi imperceptible sonrisa; sonrisa que se borró en un instante cuando cayó en la cuenta de la situación.
—¿Cuántas naves se ven en la bahía?
—Cinco, capitán.
—¡Demonios! La fragata, el galeón y el bergantín... y las otras dos deben ser los holandeses y los franceses que Kraken dijo que estarían al llegar.
—¿Kraken? ¿El monstruo? ¿Acaso habéis hablado con el monstruo?
—¿Qué? ¡Ah! No... es el apodo de un sujeto. ¡Rápido! ¡No perdáis tiempo! Virad y llevadnos al otro lado de la isla, a sotavento.
—Como ordenéis —dijo el mulato y salió como un vendaval a comunicar la orden.
El Tulipán rodeó la isla y del otro lado estaba el Hibernia que continuaba anclado en el mismo sitio en que lo habían dejado antes de partir. Mientras se acercaban, Pierre intentó con el catalejo ver si había algún movimiento en la cubierta del desvencijado galeón que al principio habían tomado como fantasma, pero se veía vacío. Eso le preocupó pues varias eran las posibles causas y ninguna de ellas podría considerarse halagüeña. Pensó en anclar cerca del Hibernia a la espera de que apareciera alguno de los tritones que jugaban a la piratería y de esa forma tratar de averiguar dónde estaba, exactamente, Coral. Mientras tanto, todos permanecerían a bordo del Tulipán y nadie tendría permitido bajar a la playa.
—¿Qué vamos a hacer, Capitán? —preguntó Poulet.
—Esperar, mon ami... esperar —contestó un Pierre que le tenía asombrado por no haber montado en cólera al descubrir que seguían en ese círculo de no poder escapar de la isla.
—¿Y qué esperaríamos, en concreto?
—Poder hablar con alguien del Hibernia... o con alguien que nos dé información que sea valiosa.
—Si no son los fantasmas... ni los marinos que están al otro lado de la isla, en la bahía... ¿quién? ¿El tritón?
—¿Te refieres a Coral?
—Oui, mon capitaine.
—No lo creo. Más bien quiero tener información acerca de su paradero.
—¿Volvemos al asunto de capturarlo y cobrar la recompensa?
—No.
—¿Entonces?
—Ya verás.
La brisa soplaba fresca y fuerte sobre la cubierta del Tulipán, y el mar, aunque no estaba agitado, se movía con olas que le obligaron a anclar. Pierre pretendía mantenerlo en movimiento, pero las condiciones no lo permitirían fácilmente. Poulet estaba intrigado por la actitud de Pierre, quien no sólo no estaba enfadado sino que parecía tener una cierta expectativa que le provocaba una sonrisa que creyó no exenta de cierta malicia o picardía.
Editado: 06.05.2018