—Entonces... ¿qué haremos? —preguntó un semidesnudo Mr. Turner mientras escurría el agua de su ropa retorciendo su camisa.
—Tenemos sólo dos opciones —contestó Sir John—: quedarnos a esperar a los holandeses, si es que se dignan acercarse, o volver a la bahía y quedar a merced de los españoles.
—Disculpadme, capitán, pero vos mismo me habéis enseñado que dos opciones, no es opción, sino un dilema. Si de opciones se trata, deberán ser tres o más.
—Cierto, Turner... muy cierto. Perdonadme. Todavía estoy recuperándome de la impresión de haber visto a mi nave hundirse y por eso, no debo estar pensando con claridad. Y vos, ¿qué pensáis? Decidme, pues en este momento más me inclino a escucharos que a proponer solución o plan alguno.
—Si me permitís, señor, diría que los holandeses ya están al tanto de nuestra desgracia, y si alguien estaría en posición de aprovecharla, serían ellos. Por el contrario, los españoles y los franceses, no creo que se hayan desayunado aún de lo sucedido.
—Eso es verdad.
—Se me ocurre otra opción, con dos variantes...
—Os escucho —le dijo tomándolo de un brazo y apartándose del grupo que todavía festejaba la salvación de su Primer Oficial y Mr. Peacock, quien para ese momento ya estaba bastante recuperado, aunque con un importante bulto en su cabeza. Ya aparte, Mr. Turner continuó:
—El galeón, además de ser lento, está bastante deteriorado, pues unos cuantos agujeros le propinamos, pero los otros dos navíos están intactos.
—¿Estáis pensando robar alguno de ellos?
—Por supuesto. De los dos, el navío de línea francés parece el más difícil. Sus hombres están atentos a todo porque según dijeron, están en esto hace sólo dos o tres días, aunque para nosotros ha pasado casi medio mes. Por el contrario, los españoles, por esa misma razón, están más dedicados al descanso, tomar el sol, nadar y disfrutar del paisaje, que preparados para la batalla. Los hombres del galeón, incluyendo los que originalmente eran del Asunción, poco tienen para hacer, dejando todo el tema de la seguridad en la tripulación del San Eustaquio, cuyos tripulantes, quizás por esa misma razón, pueden estar hasta el copete de los otros tarugos que tienen por compañeros.
—Entonces... proponéis que nos hagamos del bergantín.
—Así es. Si lo planeamos bien, tendremos barco de nuevo.
—Turner... ¿y con qué los atacamos? ¿Les arrojamos cocos, piedras, mangos, bananas...?
—No será cuestión de atacar frontalmente, señor; eso es obvio. Debemos ser astutos, inteligentes y sobre todo, discretos.
—Discretos...
—Sí, capitán. No los atacaremos... los engañaremos.
—¡Vaya! Esto se pone interesante... Continuad, continuad porque no sólo habéis despertado mi curiosidad sino mis expectativas.
—Veréis... Lo que podríamos hacer es...
Mr. Turner, casi hablando al oído de su capitán, le explicó lo que se le había ocurrido.
—...y para eso, primero debemos despistar a los holandeses —terminó con aire de satisfacción.
—No me habéis convencido del todo, Turner, pero por ahora tampoco puedo objetar nada. Tengo mis dudas, mas como no puedo proponer nada mejor, será un asunto para analizar con detalle; pero para ello, como bien decís, primero debemos despistar a los holandeses.
—¿Entonces?
—¡Señores! —gritó el capitán a su tripulación—. Preparaos para marchar.
—¿A dónde, capitán?
—Al interior de la isla, ¿a dónde más? —contestó con el mal modo usual—. Mr. Peacock, ¿podréis caminar?
—Sí, capitán. No creo que sea problema.
—Bien. Mr. Ford, junto con Mr. Radcliff y un par más, se asegurarán de que el delincuente y amotinado este de Cook, venga con nosotros y no intente escapar. Cosas más importantes tendremos que afrontar como para que nos distraiga este insubordinado mequetrefe con pretensiones de Galileo.
—Dispersaos tras la maleza —ordenó Mr. Turner—. Tan pronto desaparezcamos de la vista de la urca, formaos de dos en dos para iniciar la marcha en forma ordenada. Recordad que en esta isla no hay animales peligrosos ni aborígenes salvajes. Sólo están los franceses y los españoles que... ¡caramba! ¡Es lo mismo! —dijo y todos echaron a reír.
Editado: 06.05.2018