La intuición de Kraken no era infundada. Coral nadaba en dirección al Tulipán Negro, pero no en línea recta, sino dando grandes círculos para extender así su búsqueda, lo que lo llevaba a que en ciertos momentos estuviera al frente de la urca y en otros a su izquierda o a su derecha, pero siempre como a media milla del navío. Los holandeses ignoraban que sería prácticamente imposible alcanzarlo si Coral no lo permitía o se descuidaba; por el contrario, en la mente del capitán se mantenía la imagen de los barcos balleneros y por lo tanto, que en cualquier momento podrían lanzar la red sobre el tritón. Pero un tritón no es una ballena ni se mueve o nada como tal.
En cierto momento, Coral pudo divisar al Tulipán y aunque en el primer momento se alegró, luego dudó de lo que allí podría encontrar. Pensó que debía nadar hacia él y preguntar hacía cuánto tiempo y por cuál zona, Pierre se había lanzado al mar; pero simultáneamente, pensó que si lo abordaba, quizás los piratas lo capturarían para cobrar la recompensa. Si eso sucedía, todo estaba perdido y de nada habría valido el esfuerzo que había realizado para rescatarlo. Con la vista fija en el bergantín pirata, Coral movía con suavidad sus brazos y cola, solo para mantenerse a flote mientras observaba y su mente se esclarecía sobre qué hacer.
—La urca continúa hacia nosotros y no se ve al tritón, capitán —gritó el vigía.
—Entendido. ¿Nosotros estamos en calma chicha y ellos no? —se preguntó Pierre en voz baja.
—¡Ahí está otra vez! ¡A proa! —gritó por su parte el vigía de la Noordewind.
—¡No lo perdáis de vista! ¡Que no se escape! —gritó el capitán holandés.
Mientras Coral seguía en el mismo punto pensando sobre cuál debía ser su próximo paso, la urca continuaba acercándosele pero cada vez con mayor lentitud. Coral decidió entonces acercarse lo suficiente al Tulipán como para medir, si fuera posible, la situación de los piratas a bordo, pero no tanto como para que lo descubrieran; sin embargo, no contaba con que los ojos de media tripulación estaban fijos en el mar con la única finalidad de encontrarlo a él.
—¡Allí está! —gritó a todo pulmón el vigía—. A popa... moviéndose hacia estribor.
Pierre corrió a estribor y los tritones con él. Cuando al fin pudieron divisar la dorada cabecita, Kraken dijo: «¡Rayos! Willem: quédate aquí.» Se quitó la ropa que hacía unos momentos se acababa de poner y se lanzó al mar. En pocos segundos llegó hasta donde estaba Coral.
—¡Kraken! ¿Cómo llegaste hasta aquí? ¿Dónde estabas? ¿Qué sabes de Pierre? ¿No lo has visto? Porque debe estar luchando por su vid...
Sin dejarlo terminar Kraken lo tomó con fuerza por una mano e intentó conducirlo al Tulipán, pero Coral pudo soltarse.
—¿Qué pretendes? ¿A dónde me quieres llevar?
—¿Eres tonto o qué? —le dijo Kraken—. Eso que viene allí, corazón, es una horrible, amenazante y peligrosísima urca holandesa de trompa redonda. ¿Quieres quedarte para que en lugar de vestir un bello traje de novia vistas una red de captura?
—¿Qué? —dijo Coral volviendo su cabeza para encontrarse con el enorme mastodonte marino de madera que se abalanzaba sobre ellos—. ¡Oh! ¡Qué horror!
—Vamos, no seas necio. Sumérgete conmigo hasta las profundidades. No hay tiempo que perder.
Ambos tritones comenzaron a nadar hacia abajo y Coral comenzó a sentir que su pecho se oprimía. Delante de él, Kraken continuaba descendiendo y casi lo perdía de vista por la escasa luz que el mar permitía entrar a esa profundidad.
—¡Kraken! —dijo Coral mediante los chasquidos naturales y propios de los tritones—. No puedo bajar más. Pierre dijo que me estallarían los pulmones y creo que es cierto.
Al escucharlo, Kraken se devolvió hasta donde estaba Coral y a pesar de la semioscuridad pudo ver su expresión de miedo. Los tritones, así como las sirenas, no pueden respirar bajo el agua, tal como tampoco pueden hacerlo los delfines, ballenas y otros animales marinos. No tienen agallas, como los peces, y esa necesidad de salir a la superficie a respirar, no obstante su gran capacidad para permanecer sumergidos largo tiempo, los hace vulnerables, sin mencionar que Pierre había dicho algo cierto: la presión del agua, a partir de cierta profundidad, oprime el pecho, estruja los pulmones y puede provocar la inconsciencia cuando no la muerte.
Editado: 06.05.2018