En cubierta, Pierre se unió a Poulet y Kraken quienes continuaban atentos a la urca que, como ellos, había quedado estática por la ausencia de vientos y a un poco más de una milla náutica del Tulipán Negro.
—Kraken —dijo Pierre—, tú que conoces estos mares mejor que nosotros, ¿dónde estamos, exactamente?
—Como a un poco más de una hora a nado común de la isla de Coral.
—Imaginarás que eso nada me dice. No tengo la más remota idea de la distancia que eso significa pues no conozco la velocidad a la que nadan los tritones.
—Entiendo... verás...
—Espera, Kraken. ¡Poulet! Que venga el navegante.
El navegante, un mulato de unos treinta y cinco años, natural de Santa María del Darién, uno de los que habían sido reclutados por el Tuerto en Panamá, se les unió y Kraken continuó:
—Estamos al norte de la isla de Coral y por consiguiente, al noreste de La Española.
—Es cierto, capitán —confirmó el navegante, que para más datos, se llamaba José, José de la Plana.
—Pero aún bastante lejos de Puerto Rico y ni hablar de Bonaire y las que vosotros llamáis las Antillas Menores —agregó Kraken.
—También es cierto. Según mis cálculos, estamos más o menos, en el meridiano 65 oeste.
—Pero, no creo que hayamos llegado a los Sargazos, ¿o sí? —preguntó Pierre—. En condiciones normales, sabría que no, pero como todo ha sido tan extraño en esto de navegar en círculos e ir para cualquier lado menos el que uno se propuso, tanto los tiempos como las distancias han sido engañosas.
—No, capitán. El Mar de los Sargazos, si todo es como pensamos, queda todavía más al norte de donde estamos y bastante lejos, quizás como a unos diez o quince grados de aquí.
—Entonces... esta calma chicha no es normal...
—Os lo dije desde un principio, capitán. Y si estamos donde parece que estamos, la deriva nos llevará hacia el oeste, por las corrientes ecuatoriales.
—Cierto... Si es así, estamos en el océano y no en el mar Caribe.
—Así es, pero tampoco vamos hacia Las Canarias, capitán. Como os dije, más bien nos devolvemos para el Caribe.
—¿Eso era lo que sucedía antes, también? ¿Eran las corrientes las que nos devolvían a la isla?
—No, señor. Ahora nos devolvemos como consecuencia natural de las corrientes, por la deriva. Las veces anteriores navegábamos a toda vela, con el viento favorable y en popa y convencidos del rumbo pues así lo confirmaban tanto el sol como el astrolabio. Tan extraño era, que a mis ojos de navegante, más parecía que la isla cambiara de sitio que nosotros de rumbo.
—Eso es imposible.
—Lo entiendo, capitán. Pero, ¿qué otra cosa se podía pensar si los instrumentos nos indicaban que nuestro rumbo era uno, pero nuestro destino final resultaba ser otro? Recordad que incluso a la vista, bien se podía notar que el curso se mantenía sin variación, y sin embargo, al poco tiempo, lo que teníamos enfrente era de nuevo la isla. Si me permitís la opinión, capitán, hubiera sido un gran avance si hubiéramos contado con un cartógrafo, pues desde Vespucio, parece que la geografía de toda esta zona ha tenido variaciones.
—Por lo menos, descubrimos una isla que no aparece en las cartas marinas y que según tú se mueve a voluntad.
—No he dicho que se moviera, capitán, dije que eso era lo que parecía si me atengo a los astrolabios y brújulas.
—Cierto. Perdona, me expresé de manera inadecuada...
—¡Qué raro en ti! —dijo Kraken con su risa maliciosa, pero Pierre lo ignoró.
—¿Cuál sería tu pronóstico? —preguntó Pierre al navegante.
—Si las cosas son como pienso y que Kraken parece confirmar también, la deriva nos llevaría a Cuba en unos cuantos días. Sin embargo, no creo que esta calma chicha dure mucho más que unas horas. Claro está, si se tratara de un fenómeno atmosférico natural.
—A Cuba... —dijo Pierre como para sí; pero de pronto cayó en la cuenta de algo que no había notado:
—Kraken, dime, ¿tú también, como Coral, estás sujeto a una especie de barrera, para mí invisible, que limita la zona donde puedes adquirir cuerpo humano?
Editado: 06.05.2018