Un pinchazo en la oreja logró despertarme de un salto. Confundida, miré alrededor, todavía con los ojos entrecerrados. La rosada y tenue luz del sol comenzaba a entrar por la ventana, iluminando levemente las anaranjadas paredes de la habitación. Algunos estantes, el baúl que tenía a mi costado, y las sutiles líneas de las maderas del suelo ya se comenzaban a ver. Y justo frente a mí, vi lo que estaba buscando: era Azim, mi león-águila. Su carita de pequeño león me miraba emocionada mientras me pasaba la pinchuda lengua por toda la cara, agitando su emplumada cola y sus alas frenéticamente. Eso explicaba el pinchazo. La mordida, más bien. Todavía era un bebé, pero sus dientes no tenían nada que envidiarle a los de un león-águila adulto. Lo miré con ternura y pasé la mano por su suave cabecita. No podía enojarme con él, era mi bebé después de todo.
"Ya con ganas de jugar, ¿eh?", le susurré, tomándolo entre mis brazos mientras él empezaba a brincar encima de mí y a tironear de mi vestido para que me levantara de la acolchonada manta sobre la que dormía. Mientras le jugaba con una mano, chequeé las luces en mi muñeca: las seis en punto. No había mejor despertador que mi Azim en la ciudad entera.
Lo observé jugar, intentando atrapar mis manos, que se movían alrededor de él. Era todo un minino. La gente estaba muy confundida respecto de ellos. En especial los puros, los humanos que habían conservado la genética de los antiguos. Todo lo que saben sobre los leones-águila es que se convierten en seres feroces y coléricos; pero no son sólo eso: si demuestras que no les harás daño, son capaces de entablar amistades muy profundas con otras especies. Son seres legendariamente fieles. Yo encontré a Azim cerca del Clan donde vivía, con unos pocos días de vida. No tenía un solo pelo ni plumas. Lo vi, tan indefenso, tendido en el pasto. Cuando me acerqué, noté que tenía cortes y tajos por doquier – algo lo había atacado. Sostuve la mirada, acercándome de a poco, hasta que él también se acercó. Subió él solito a mis manos, tembloroso, y como pudo. Lo llevé a casa de inmediato; por tres días había estado recuperándose. Y ungüento tras ungüento, había salido adelante. Luego de eso, ya no se había querido ir. Cada vez que volvía del trabajo, lo encontraba aquí, en este mismo comedor, esperándome. Así que le hice un lugarcito en mi casa, y enseguida se ganó mi corazón. Hoy por hoy, éramos inseparables. Lo único que nos separaba era mi empleo, pero... no quedaba opción. Si tan sólo pudiera llevarlo a la empresa... ¡le daría todas las tiras alimentarias que encontrara! Y podría beber toda el agua que quisiera, también. Pero estaba expresamente prohibido por Johanson, el dueño y presidente de VASA, y líder de nuestra ciudad-empresa, la Ciudad Domo. Si lo hacía, y me llegaban a descubrir... Sería el fin de todo. Adiós trabajo, adiós agua, y adiós tiras alimenticias. Adiós casa. Adiós a mi amada ciudad y mi vida citadina. El fin.
Me levanté y me vestí con mi salida de cama. Era la última moda. Amaba la manera en que los pompones de pluma colgaban de las mangas, y su cosquilleo al chocar contra mi cintura. Y Azim las amaba también: siempre quería atraparlas con su boca mientras la llevaba puesta. ¡Era la prenda perfecta! Había tenido una suerte exagerada al conseguirla. Y eso que no había costado poco: cinco baterías de energía llenas, más tres botellas de agua potable. Pero cuando la tendera volvió con la indumentaria y pasé a retirarlo, supe que había valido todo lo que costaba.
Salí del pequeño cuarto. Busqué a tientas el panel de encendido de las luces por la pared. Aquí estaba. Se sentía fácilmente: su textura era fría y completamente lisa, y rompía el patrón rugoso y cálido de la pared de hormigón. Era como un vidrio oscuro, casi negro. Al apoyar la palma de mi mano, un destello azulado apareció detrás del vidrio y las luces del centro del comedor se encendieron de inmediato. La pequeña cocina-comedor apareció ante mí: los almohadones de colores, la monneta color magenta sobre la que servía la comida (era una manta que me habían regalado mis padres al mudarme aquí), la mini heladera celeste y los estantes de madera rústica donde guardaba las botellas de agua y las bolsas de tiras alimenticias concentradas que recibía como paga. Sonreí. No necesitaba nada más.
Me acerqué a la pequeña heladera y la abrí. Una única botella de agua y una bolsa de tiras alimenticias me esperaban. Las tomé y las coloqué sobre la monneta, como todas las mañanas. Desayunaría cinco sorbos de agua y dos tiras alimenticias: con eso era suficiente para llegar al trabajo y salir a repartir.
En un recipiente, serví un poco de agua también para Azim, y le convidé un pedazo de tira alimenticia. Era poco, pero prefería darle todo lo que pudiera yo misma. Sabía que salía a cazar durante el día, cuando yo no estaba. Pero ¿quién sabe qué comía? Ahora, luego de las Lluvias Ácidas que habían extinguido el agua dulce del planeta hacía setenta años, todo lo que había crecido era tóxico. Las antiguas plantas, al no poder vivir de esa agua, habían mutado y aprendido a vivir de esa agua, volviéndose tóxicas. Y lo mismo con el resto de las cosas: los animales se habían extinguido y nuevas especies habían dominado el panorama. Y así con el resto de la cadena, hasta llegar a la humanidad.
Por eso amaba vivir aquí, en VASA, VariAguas S.A., la ciudad del agua: la única y más gigantesca planta potabilizadora de agua de todo el mundo. Mientras vivieras aquí, podías siempre tener tanta agua potable y alimento seguro como quisieras.
Terminé el pequeño desayuno y elegí la ropa que usaría debajo del uniforme: una blusa índigo sin mangas con ribetes dorados en los hombros y pecho, con un pantalón al cuerpo, color negro. Me acicalé y me vestí. Con los pocos minutos extra que me quedaron, paseé por la terraza del Clan con Azim. Caminando por el borde como solíamos hacer, lo miré con detenimiento: su cuerpo reflejaba el de un león ya bastante fornido. Podía ver los músculos debajo de su piel: ya había entrado completamente en tono. No se parecía en nada a aquel pequeñejo que había encontrado en el bosque. Y las plumas de su cola y sus alas eran simplemente majestuosas.