El Poder de los Orígenes

Capítulo IV

Miré a Perien mientras trataba de alcanzarlo. Ja, sí que estaba caminando rápido esta vez. Tendría que apurarme; pero observarlo mientras no lo notaba era una vista tan encantadora. Su indomable pelo castaño que se estiraba hacia arriba como púas, su caminar confiado y fuerte, hacían parecer que no hubiera nada que no pudiera lograr. Me di cuenta de que estaba sonriendo, y me alegró saber que no me estaba mirando, ¡me habría dado tanta vergüenza! De pronto Per se dio vuelta y me pidió que lo alcanzara. Por suerte no me había mirado directamente a mí; de haberlo hecho, ¡creo que hubiera salido corriendo! Echándole un último vistazo, apuré el paso y lo alcancé. Sonrió, y entregamos el siguiente pedido.

-Oye, ¿qué fue todo eso que sucedió hoy en la puerta del depósito?

-Emmm, ¡nada! -la pregunta me había tomado desapercibida- ¡Sólo no esperaba encontrarlos allí!

-Sí eso era fácil de imaginar -rio Perien.

-¿Y tú? ¿Qué hacías en el depósito?

-¿Yo? No, no, no estaba en el depósito en realidad. Llegué un poco más tarde, y cuando salí del elevador, el señor McFlair me vio y me pidió que lo acompañara.

-Oh, ya veo -era extraño que Perien llegara tarde.

-Seguro estarás pensando lo inusual que es que llegue tarde -lo miré, sorprendida, y largó una risotada- ¡Te atrapé! Bueno, te contaré el chisme sin que me lo pidas. Anoche recibí una llamada inesperada, de mi hermano Érudos. Hacía meses que no conversábamos. Está viviendo en Bherlam, en una de las ciudades del norte. Gracias a la tecnología podríamos hablar más seguido; pero igualmente, no solemos hablar demasiado. Así que había mucho que contarnos. Me quedé hasta altas horas de la noche poniéndome al día. ¿Ves estas ojeras? -dijo, acercando su carota y señalándome la piel de debajo de sus ojos-. Son la prueba.

-¿De qué ojeras estás hablando? Te ves tan... tan bien como de costumbre -la voz me tembló un poco, nunca habíamos estado tan cerca.

-Bueno, quizás todo los días me veo cansado -rio Perien alegremente-. Sabes Cris, volviendo a lo de mi hermano. Me preguntó si estaba todo bien aquí en la ciudad. Lo vi bastante preocupado. Me pregunto si algo habrá sucedido en Bherlam, o en algún otro lugar -me pregunté qué querría decir Perien con eso. ¿Qué tipo de cosa podría suceder en las ciudades, las mayores potencias del mundo?- ¿Tú tuviste alguna novedad de tu familia?

-No, por el momento no. Es bastante como tú dices, no hablamos demasiado seguido. Es muy difícil, además, comunicarse con las comunas, y no hay forma de que suceda muy seguido. No están en otro continente como tu hermano, pero aun así, es un poco... inalcanzable.

-Sí, ya lo creo. Bueno si te llegaras a enterar de algo, por favor avísame. Érudos nunca fue de comentarme cuando le pasaba algo.

-Está bien. Dalo por hecho.

Luego de un rato llegamos finalmente al Muro. Bien, ¡la mitad del trabajo estaba hecho! Pronto llegamos a la casa del señor Jerome Walters, un hombre de avanzada edad con unos modales muy señoriales. No sabía si era un hombre frío o si simplemente intentaba sonar educado. ¿Quién sabe? Era cómico. De alguna manera me recordaba a la antigua imagen que tenía de Perien.

Mientras recorríamos las abarrotadas calles para entregar el siguiente pedido, traté de recordar cuándo había sido la última vez que recibí una carta de mis padres. Probablemente hacía ya varios meses. Desde que había viajado a la ciudad, nuestro vínculo se había cortado bastante. Sólo nos unían los recuerdos del pasado; la vida que vivía ahora era tan distinta a la de mis padres, que básicamente no sabía qué comentarles ni sobre qué hablarles. Nuestras decisiones habían sido muy distintas a lo largo de estos últimos años, ellos no entenderían las cosas de la ciudad. Después de todo, sólo son gente de comuna.

-¿Sabes Per? Creo que es lindo que puedas seguir hablando con tu hermano, más hasta altas horas de la noche. Significa que se llevan bien, ¿no?

-Jaja. Sí, calculo que sí. Somos un tanto diferentes, pero bueno, todos lo somos, ¿no es así? ¿Por qué llevarme mal con él? Es mi hermano.

-Sí, es cierto, el vínculo con un hermano es algo a lo que nada se puede comparar -el recuerdo de Jade vino vívido a mi memoria, como hacía mucho que no lo hacía-. ¿Sabes por qué acepté este trabajo Per? -los ojos de Perien se centraron en mí, pidiendo que siguiera-. Vine para poder ayudar a mis padres. De pequeña, lo único que teníamos era el tributo a mi padre por sus servicios en la Guerra de los Recursos. Todos saben cómo es el sistema de tributos en las comunas... depende directamente de los recursos del Clan. Y para un Clan pequeño, como el de mis padres, no es mucho. Es sólo lo necesario para subsistir, si es que llega a ser eso. El tributo que le dan a mi padre sólo basta para alimentarlo a él, por lo menos de manera adecuada. Nos repartíamos lo que había, pero como supondrás, no alcanzaba. Solíamos salir a cazar y demás pero... nunca fue suficiente. Es muy duro no saber si podrás comer la siguiente comida -admití, por primera vez luego de mudarme y comenzar mi nueva vida-. Por eso vine, para poder brindarles una vida digna, sin que tengan que depender de ese tributo para poder sustentarse. Con todo lo que sucedió luego de la contaminación, luego de las Lluvias ácidas que intoxicaron toda el agua, no hay otra manera de sobrevivir. Ni recolectando, ni cazando, ni pescando. Todo lo que sobrevivió es tóxico. Cada vez que comíamos, sabíamos que estábamos acortando nuestra vida. Veíamos enfermarse a uno tras otro miembro de nuestro Clan. Los mayores fueron los primeros en caer. Tengo suerte de que mis padres todavía vivan. No cualquiera de las comunas puede acceder a las barras nutritivas y el agua potable. Bah, no pueden porque no quieren realmente. Si la gente de las comunas se hubiera querido mudar a las ciudades luego de que la catástrofe terminó, habrían sido bienvenidos. Cada cual carga con su culpa. Pero bueno, uno nunca desea que su familia sufra, ¿o sí?




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