El poder oculto

Capítulo 39: El viejo Al

   El viejo Al nos estaba esperando a los cuatro. Se hallaba sentado en una mesa de la biblioteca. Sonrió al vernos con una mueca que distaba bastante de parecer amable e hizo un gesto con su mano para que nos acercásemos hasta donde se encontraba.

    —Juventud, adolescencia, vida nueva —dijo el anciano dándonos la bienvenida a su manera.

   Sebastián alzó una ceja y Sasha se rió sin ningún reparo.

   —Por favor, tomen asiento mis niños —agregó cuando llegamos hasta él —. Aquellos que han tenido la fortuna de aprender algunas de mis técnicas me llaman Al. Creo que ustedes también pueden llamarme así. Aunque los nombres son solo etiquetas y algunas veces pueden cambiar. Nos dan la identidad que portamos en cierto momento de nuestras vidas.

   —Me dijeron que usted es Alfonso Aigam y que fue líder de uno de los grupos más importantes —dijo Sasha, ansioso por demostrar su sabiduría.

   —Como dije antes, los nombres no son más que etiquetas temporales. No importan las vidas que quedaron atrás, sino las presentes y las futuras. Lo importante es el rol que interpretamos en cada momento. ¿No lo crees, Esteban Rochi?

   Tragué saliva y asentí despacio sin decir una palabra, consciente de que era el centro de todas las miradas. 

   Me senté y los demás me imitaron. El anciano tomó una jarra de agua helada que reposaba en el centro de la mesa y llenó cinco copas de cristal con el contenido. Nos tendió una a cada uno y dijo:

   —Brindemos por la conformación de este pequeño grupo.

   Alzamos nuestras copas y bebimos todos, menos Sasha, quien dejó la suya sobre la mesa. Alfonso lo notó y lo miró enojado.

  —¿Acaso nos rechazas, niño?

  —No es eso. Es que yo solo bebo gaseosas —dijo Sasha con las mejillas casi tan rojas como su cabello, y luego bromeó para quitarle peso a la situación—. Además, no quisiera tragar una ondina por error. 

   Sasha soltó una risa tímida por su propio chiste, pero nadie más lo acompañó. Natasha negó apenas con la cabeza. El rostro del viejo Al advertía que no era momento para bromear. Todo su cuerpo estaba tenso y sus ojos estaban tan abiertos que parecían estar a punto de saltarse de sus cuencas. Se incorporó sobre su asiento e inclinó su cuerpo hacia adelante, lo cual provocó que Sasha se apoyase asustado en el respaldo de su asiento.

   Al tomó la copa que el pelirrojo había rechazado y la arrojó detrás del hombro de Sasha. En cuanto la copa estalló contra el suelo, un incendio comenzó en la biblioteca. Aquellos lugares en los que había caído agua estaban ardiendo en llamas. Los cuatro nos habíamos levantado de nuestros asientos y mirábamos con sorpresa la escena.

   Quizás por miedo a que el fuego se extendiese por toda la biblioteca, Sebastián tomó la jarra con lo que quedaba de agua y corrió hacia el fuego. Vertió el contenido de la misma, pero esto no hizo más que avivar el pequeño incendio. Retrocedió unos pasos asustado y el viejo Al se apresuró a llegar hacia donde estaba el muchacho. El hombre se quitó el tapado negro que llevaba y lo arrojó sobre el fuego. Las llamas se extinguieron por completo, dejando tan solo una densa nube de humo gris en el ambiente, lo cual provocó que algunos comenzaran a toser. Natasha se dirigió a los amplios ventanales y los abrió de par en par para ventilar el lugar.

    Después de que el humo se disipó, volvimos a reunirnos todos en la mesa. El viejo Al tenía el semblante sereno, como si nada hubiese sucedido. Sasha se veía incómodo y los demás nos movíamos con la cautela de alguien cercano a las fauces de un lobo.

   —¿Quién de ustedes puede decirme qué elemento acabo de controlar? —preguntó el anciano y bebió lo que quedaba del contenido de su copa.

   Los cuatro guardamos silencio.

   —¡Vamos! Incluso el más obtuso de los individuos es capaz de elaborar por lo menos una pequeña hipótesis —nos animó y sonrió con amabilidad fingida.

   —Es fácil —dijo Sasha recuperando un poco la confianza—. Controla el fuego. Las salamandras mostraron su apoyo para que el agua se encienda.

   —¿Todos están de acuerdo? —preguntó Al mirándonos uno a uno.

   —No —aventuró Natasha, casi con timidez.

   —¿Qué elemento estaba controlando, preciosa? 

   El tono del viejo cambió notablemente al dirigirse a mi compañera. Sentí cómo el vello de mis brazos se erizaba. A mi lado, Sebastián apretó los puños y alzó levemente los hombros. Natasha aclaró su garganta y respondió:

   —Controla el agua, señor. Fueron las ondinas quienes optaron por tomar al fuego como parte de ellas.

   —Buen intento, pero no. Por cierto ya te dije que me llames Al. Así me llaman mis estudiantes y según recuerdo me pagan una importante suma para que te enseñe cosas, preciosa.

   Natasha estaba notablemente incómoda con la forma en la que el anciano la observaba. Sebastián habló completamente tenso. Se notaba que no le gustaba en absoluto la atención que el anciano ponía en su amiga.

   —Aire. El fuego no puede persistir sin oxígeno. No quiere decir que los silfos lo apoyen, tan solo cuando arrojó su prenda sobre el fuego, este se quedó sin oxígeno y se extinguió.

   —Me decepcionas un poco, Sebastián Koiné. Después de todo, podría decirse que eres más hijo de Andrés que el mismo Esteban, ya que te crio —agregó con saña el viejo.

   Sebastián me miró apenado. 

   —No controlas nada más que la ilusión, viejo —contesté con la calidez de un témpano de hielo.

   El anciano comenzó a aplaudir muy lentamente y me miró con cierto dejo de orgullo.

   —Quizás, puedas ganarte el amor de tu padre uno de estos días. —sonrió develando unos espantosos dientes amarillentos y agregó—: ahora que la sangre de su sangre ha regresado, me pregunto a quién de ustedes preferirá. Esto se pondrá muy entretenido. Solo el tiempo lo dirá. Por mi parte, no tendré favoritismos con ustedes. Les enseñaré a ambos y, llegado el momento, al igual que los espíritus elementales, elegiré al más fuerte.



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En el texto hay: brujas, romance adolecente, paranormal suspenso

Editado: 17.07.2020

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