Llegamos al hotel justo cuando los últimos rayos del sol se iban desvaneciendo en la profundidad del firmamento. Luego de amarrar el barco en el muelle, Sebastián revisó su celular y maldijo por lo bajo.
—Tengo un montón de llamadas perdidas de Andrés. Seguro que sabe que salimos —explicó algo incómodo.
—¿Qué tiene de malo? ¿Acaso estamos prisioneros? —preguntó medio en broma Natasha, aunque en el fondo así lo creía al igual que todos.
—Claro que no, pero me llevé su barco sin permiso y fue claro en que era mejor que Esteban no se expusiera —dijo, mientras escribía un mensaje de texto.
—¿Por qué Teby es tan importante? ¿Acaso está en un programa de protección de testigos o algo así? —preguntó Sasha, al tiempo que me observaba con los ojos entrecerrados.
El pelirrojo miró a su hermana. Era más que evidente que el misterio que me rodeaba les molestaba. Sin embargo, mi vida dependía de ello. Los comprendía, pero al mismo tiempo sabía que si mi padre y Sebastián no les habían revelado toda la verdad, debían de tener sus razones. Tal vez no podía confiar en ellos.
—Es complicado —se limitó a decir Sebastián sin apartar la vista de su teléfono.
—¿Cómo pudo saber que nos fuimos de la isla? ¿Se lo dijo Ailén? Esa chica nunca me agradó —interrogó Natasha y su rostro se puso tenso.
Me preguntaba por qué a mi amiga no le agradaba la recepcionista. Siempre había sido amable con nosotros y Tamara incluso se había vuelto bastante cercana a ella.
—Lo más probable es que haya revisado las cámaras de seguridad —respondió Sebastián.
—¿Dónde están las cámaras? ¿Andrés no estaba en Buenos Aires? —le preguntó Tamara al muchacho sumándose al interrogatorio.
—Sí. Está en Buenos Aires, pero las cámaras de seguridad que están ocultas por toda la isla le envían las imágenes directamente a su celular. Nos vemos más tarde, chicos. Voy a llamar a Andrés —se despidió Seb con una sonrisa tensa y se marchó dando grandes zancadas.
El enojo de mi padre, la actitud de Sebastián y saber que había cámaras escondidas por todo el hotel no hacían más que confirmar que estaba atrapado en la isla. Tal vez si hubiera tenido efectivo disponible o algún lugar a donde ir, hubiese huido. Sin embargo, lo quisiera o no, aquel sitio se había convertido en mi prisión, pero también era mi hogar. Amaba y odiaba aquel lugar con la misma intensidad.
Una vez en la recepción, Sasha y Natasha se despidieron de nosotros y subieron a su habitación. Miré a mi alrededor tratando de adivinar en dónde estaban las cámaras que Sebastián había mencionado, pero no se veían a simple vista.
—Tienen que ser más cuidadosos —dijo Ailén acercándose a Tamara.
La miré extrañado. No entendía a qué se refería. Siempre actuaba de forma muy enigmática y quizás por eso no le agradaba a Natasha.
—Esta isla obviamente está protegida, pero cuando usan sus poderes quedan huellas en el plano astral. Sé que es necesario que no te rastreen y realmente espero que no sea demasiado tarde. Quizás sientan que el señor Rochi exagera, pero me habló sobre su antiguo aquelarre y realmente creo que es mejor que no captemos su atención —dijo Ailén, pero un crujido en uno de los ventanales de la entrada la detuvo.
Una rajadura comenzó a ramificarse por el vidrio. Los tres nos alejamos lo suficiente como para no hacernos daño si se rompía. Me pregunté si se trataba de una advertencia o si quizás era una amenaza. Algo en mi interior me decía que no podía tratarse de un simple temblor.
Tomé a Tamara del brazo de forma instintiva. Quería protegerla de lo que fuera que se avecinaba. Esperaba que no hubiéramos atraído la atención del grupo de Amaia. ¿Qué sucedería si por nuestra imprudencia nos rastreaban? Aún nos faltaba muchísimo por aprender y sentía que solo mi padre era capaz de protegernos, pero en ese momento se encontraba muy lejos.
—Solo estén atentos y tengan cuidado. Es mejor que no hagan magia. Por lo menos hasta que regrese Andrés —dijo Ailén con la mirada perdida en el cielo amenazador.
—Dijiste que esta isla está protegida... —comencé a decir, pero Tamara me detuvo.
—Ailén tiene razón. No se puede posponer eternamente lo inevitable —explicó y apretó mi mano con más fuerza.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo y no pude evitar recordar la profecía de Ailén: “Cuando en la noche oscura, desde lo profundo del lago, luces tenues y tenebrosas surjan cual ánimas que vagan y las aves del bosque huyan. Cuando ya ni los grillos canten, un temblor de la tierra anunciará su llegada. Nada bueno traerá, solo el mal en su mirada”. Las luces que vimos emerger del lago y aquellos temblores que sentimos tenían que estar relacionados con ella. ¿Quién llegaría? ¿Se trataría de Amaia o quizás sería algo o alguien más?