Ya que renegar por la incómoda sensación de la seda sobre mi piel mojada no iba a solucionar nada, aceleré el paso para llegar a mi habitación y deshacerme de la pegajosa prenda, tomar una ducha rápida e ir a la cocina por algo de comer.
Mi visión periférica detectó una silueta en la cocina. Agudicé la vista pero el muy cobarde dueño de la silueta se subió al ascensor antes de que pudiera distinguirlo.
No me preocupaba que el desconocido me hubiera visto en paños menores sino que fuera el indicio de un comité de última hora. Si era ese el caso, mis días de aislamiento se iban a ver interrumpidos por el desfile de testosterona en el castillo. Especímenes de al menos seis pies de altura yendo y viniendo por los corredores. Sus voces graves planeando estrategias. Esos cuerpos ejercitándose en el gimnasio. No era tan mala esa posibilidad de estar en medio de mares de hormonas. El problema es que esa parte de mi vida estaba clausurada temporalmente.
Me burlé de mí misma y seguí con la marcha.
Volví la mirada al lago estando frente a la puerta.
Jörmita tenía algo que decir. Estaba segura porque la generosa gigante no se aparecía si no era para hipnotizarte con sus ojos y llevarte al pasado.
El pasado puede doler tanto que quieres correr hasta el final del mundo para que no te alcance, mas hay algo más espeso que las aguas donde habita nuestra amiga reptil: la sangre. Ese precioso líquido que recorre todo nuestro cuerpo para distribuir nutrientes también lleva consigo la historia de como llegamos a este mundo: las tragedias, anécdotas, verdades sin filtro que enmarcan a quienes somos en el ahora. Basta con mirarse al espejo para encontrarse con quien solíamos ser. Ver a Jörmungandr a los ojos era saltar al vacío y caer sobre la dura realidad del pasado.
El sistema me escaneó y abrió la puerta. ''Bip''
Negándome a dejarme llevar por el existencialismo, di un par de pasos largos hacia el ascensor.
Un momento…
¿Una tula en la cocina?
Encogí los hombros.
Me cercioré de que no había moros en la costa.
''No es de buen gusto husmear pertenencias ajenas''. La voz de Lady Barbosa, mi nada curiosa abuela, me reprendía en vano por adelantado. SI hubiese heredado esa maravillosa cualidad viviría más tranquila pero no, resulta que al final de cuentas no era una Barbosa sino una Harkönnen-Lesser, provenía de un linaje de gatos curiosos que viven al borde de la muerte por andar olfateando posesiones ajenas, misterios que no deberían ver la luz.
Era solo una tula que probablemente contenía ropa ensangrentada de alguno de nuestros hombres que al igual que yo necesitaba reparar su cuerpo y alma y quién era yo para negarle asistencia a un pobre hombre musculoso cuyos bien formados músculos precisaban de un masaje cuerpo a cuerpo con aceites hidratantes.
Maldito celibato autoimpuesto sin justa causa.
Pese a que la voz de mi abuela hacía eco en toda la habitación, di pasos sigilosos hacia la tula.
La escaneé con la mirada y no vi nada que indicara que era de mi padre, hermano, madre, o Ulbrecht. No tenía ninguna marca. Así que no era de uno de nuestros hombres pues las tulas donde guardaban sus pertenencias durante los viajes o misiones tienen bordado el escudo de su familia o de la división a la cual pertenecen en hilo de rodio que tiene nano sensores que permiten al sistema localizar el objeto.
Un hombre o una mujer común.
Me incliné hacia adelante para ver mejor y quizá...
''Lady Harkönnen desea dirigirse a su recámara?''
Hasta el sistema estaba a favor de que dejara de ser curiosa.
''Sí, gracias''.
''Nivel 3''. Afirmó el sistema operativo.
Asentí.
Mis ojos seguían clavados en la maldita tula mientras me desplazaba de espaldas al elevador.
''Tienes acceso total al sistema''. Dijo el pequeño homúnculo con cuernos sentado sobre mi hombro derecho.
La puerta se cerró.
''Requiero inventario de los huéspedes actuales del castillo''. Feeling like a boss.
''Hasta el momento sólo Herr Holopainen y Lady Harkönnen se encuentran registrados en el sistema''.
No sería mucho problema tener a nuestro amado poeta. Dos almas creativas llenarían cada rincón del castillo: Lauri con su tormenta de ideas para construir la historia del nuevo álbum y yo atando cabos como un detective. Pensándolo bien, la edificación era minúscula comparado con el contenido que podía emanar de estas dos mentes complejas.
Lo bueno es que no tendría una crisis de pánico si oía a Temil, pues Lauri era alguien quien podía tocar las teclas del sublime instrumento, sentirlo. No había duda de que en una de sus vidas fue testigo de la amarga historia de Taneli y Emil.
Una vez abierto el ascensor en la tercera planta decidí olfatear como un sabueso las quince recámaras de la planta.
Corrí hasta el extremo este antes de olvidar el olor de la tula.
¡TA-DA! Pan comido.
Mi querido amigo estaba en el otro extremo de mi habitación.
Típico de él escoger una vista al bosque. El perfecto lienzo sobre el cual podía dibujar sus temores más profundos, siendo aniquilados por Keijus cansadas de ser seres hermosos llenos de amor. Ahora querían vengar a la maltratada conciencia de su señor.
Corrí de vuelta a mi cuarto para secarme y ponerme algo seco. Mis entrañas necesitaban algo que digerir.
La alcoba, ahora bañada de los colores del atardecer, era el lugar en donde quería estar. Debía recluirme en estas cuatro paredes y dejar que cada amanecer con su atardercer iluminara el camino de la búsqueda que estaba a punto de emprender. Sin presiones. No había fechas límite para llevar a cabo mi tarea.
Mis ojos se hicieron agua.
Si mi condición seguía progresando, solo podría ver atardeceres. No más amaneceres en mi vida. Sería uno de esos seres abominables a los que Chelsea temía. ''Los vampiros son demonios Lilith, ¿no sabes que ellos se alimentan de nosotros? Hay un demonio que hace eso''. Fueron las palabras exactas de Chelsea cuando descubrió que escribía relatos sobre los amigos del conde Drácula. Querida madre, ahora sabes que Lilith es nombre de ese demonio que vivía de la sangre de los infantes.