El acto de dormir representa una recompensa después de una larga jornada, una obligación para darle la oportunidad al cuerpo de generar energía, un castigo si se sabe que este acto trivial trae consigo escenas pasadas de las que queremos huir o a las que queremos quedar anclados.
Para Lauri, cerrar sus ojos era quedar totalmente expuesto a las fauces de las bestias que, o bien querían vagar a su lado o devorarlo.
Mientras que iba más profundo con la mujer, su cuerpo se sentía menos pesado.
Sus besos ahora eran espuma.
Le aterró saberse solo en la inmensidad del océano.
Abrió los ojos y la espesa melena castaña de su amante se alejaba sobre él. Ella iba hacia la luz mientras que él se hundía entre medusas brillantes.
Gritaba pero de su boca sólo salían burbujas de sangre.
Ella seguía nadando hacia la superficie como una sirena.
Desesperado, agitó sus brazos frenéticamente hasta que parecía fueran a desprenderse de su torso.
Despertó cubierto en lágrimas y sudor frío.
Esa presencia lo perseguía de nuevo. Dejándolo con nada más que un vacío en su ser.
Le dolía pensar que por ese y otros fantasmas su vida con Essi ya no era un sueño. Tenía que alejarla de su oscuridad o la arrastraría con él y esa abominable criatura que lo dejó entre medusas.
Era su deber encontrar a la artífice de tantas dulces pesadillas y aniquilarla.
Pero antes tenía que engullir todo el contenido de la nevera.
Fue al baño a drenar toda el agua del océano y darse un baño para quitar de su piel la sensación pegajosa del agua salada.
Probablemente no estaba solo en el castillo así que decidió ponerse una sudadera que estaba en...
Sí, en la tula que había dejado en la cocina.
Tendría que ir en toalla hasta la cocina y vestirse allí contra reloj.
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Entré de puntillas a la cocina esperando no encontarme con Lauri. Sería raro verlo en estas circunstancias cuando las únicas ocasiones en las que nos veíamos era en reuniones familiares o sesiones de entrenamiento ocasionales.
Si bien teníamos una buena relación, no sabría de qué hablar con él si no hubiese nadie más en millas a la redonda. Si por alguna razón coincidiera con Lauri en la misma habitación- algo casi imposible considerando las ciento quince habitaciones y teniendo en cuenta el hecho de que solo eramos los dos- tal vez le propondría que fueramos por una caminata por los alrededores a buscar hongos para ir en uno de esos viajes hilarantes que tanto disfrutan los universitarios con poco presupuesto para alucinógenos.
Tenía tanta hambre que no sabía qué comer así que abrí el amplio refrigerador para encontrar toda clase de quesos, helados, pasabocas, y los infaltables huevos. Un omelette de queso fontina y cebolla china.
Seis huevos y un cuarto de libra de queso serían necesarios para satisfacer mis necesidades nutricionales según mi juicio.
El crack de cada cascarón roto era un paso más cerca a ese suculento plato lleno de colesterol.
Tic-tac, tic-tac, tic-tac.
Tal era el silencio que envolvía la preparación de la cena que hasta se oía el sonido del reloj interno del castillo.
''Necesito música''. Le hablé al único ente que me podría oír, el sistema operativo.
''¿Qué música desea escuchar?'' Preguntó la melodiosa voz. ''Reproduce ''Favoritos'' ''.
Y enseguida el sistema de sonido comenzó a reproducir Wrap your Troubles in Dreams de The 69 Eyes. Aquello me hizo viajar en el tiempo.
Noviembre 27 de 2009. Un viernes común de Introducción al inglés y literatura y una cita de revisión de ensayo con el excéntrico profesor Blackall. Alrededor de las cinco de la tarde ya estaba libre de todas mis ocupaciones. Llamé a mi querido Andrew Bright para quedar por una o dos pintas de cerveza.
Resulta que fueron cuatro pintas cada uno. Era impresionante que dentro de la menuda figura de Andrew cupiera tanto alcohol. Pero en contra de todo pronóstico, no estábamos ebrios sino felices porque nos teníamos. Eramos dos almas gemelas.
Al salir del bar, fuimos caminando. No era apropiado manejar el Audi de Andrew ni mi moto.
Como dos típicos borrachos de Reading, decíamos cosas sin sentido y liberábamos carcajadas. Todo esto ambientado por la música que amabamos.
Después de caminar un buen rato, decidimos detenernos en un pequeño parque diagonal a la casa de los Harkönnen. Era un parque oculto a la vista de los transeúntes debido a que debes bajar unas veinte gradas para llegar al redondo terreno.
Allí escuchamos y cantamos hasta el cansancio una decena de canciones de The 69 Eyes. Entonces Andrew se parecía mucho a Jyrki 69 por su contextura delgada, ojos levemente rasgados y labios voluptuosos.
Nos dimos cuenta de que era o muy tarde o muy temprano cuando aparecieron dos personas mayores con sus perros. El hedor de los desechos de los caninos nos hizo espabilar. Andrew me acompañó a casa y cuando nos estábamos despidiendo comenzó a caer sobre nosotros una lluvia moderada. Nos abrazamos y nos despedimos. Andrew se fue caminando bajo la lluvia.
Un par de años después Andrew se mandó tatuar el logo de la banda en la ingle y después yo, en la cara interna de mi muñeca derecha.
El sistema debió oírme cantar a todo pulmón ''Just wrap your troubles in dreams
It ain't that hard it seems''. Porque la siguiente canción fue Don't Turn your Back on Fear. Di un salto de júbilo. Era una de las tantas canciones que tío Emil había dedicado a su perdida Taneli.
''Am I not scary enough for you?'' Una voz de tenor cantó a mis espaldas.
Dejé caer la espátula sobre la deforme tortilla.