Eran las tres de la tarde, sin embargo, dentro de la cabaña ya ardía un nuevo fuego de la fogata que alumbraba toda la estancia. Mientras tanto, Grainne preparaba la comida que consistía en conejo al vino blanco y verduras cocidas al vapor.
—¿Lo ves, Antonina? Con las recetas de tu madre, no necesitas ir a un buen restaurante. Hasta en medio del bosque se puede saborear un rico platillo.
—¡Qué chistoso! —Grainne frunció los labios— Te aviso que están por acabarse los víveres.
—Si. —Jarlath disfrutó del bocado—Robert vendrá pronto para surtir la lista. —Él se quedó quieto, observando el plato— ¡Oye! pero… ¿Qué le has puesto a esto? Está delicioso.
Grainne se alzó de hombros.
—La clave es el vino blanco. —contestó ella.
—¿Y qué más? —Jarlath escudriñó divertido, el rostro de su hermana.
—Pues…
—¡Ya lo sabía! —Intervino sonriente, Antonina— Mi madre ha olvidado la receta.
Grainne alzó una ceja.
—No veo por qué tengo que recordar tantos ingredientes. Les aseguro que hasta el mejor cocinero revisa las recetas en su libro de cocina.
—¡Mi madre ha olvidado la receta! –rio Antonina− ¡Y la acaba de hacer!
—Ya…−Grainne miró duramente a su hija.
Entonces Antonina se puso seria y bajó la mirada, para seguir comiendo. Jarlath no perdía detalle y cruzó una mirada con Grainne, negando con la cabeza. Ella sabía a qué se refería su hermano con ese gesto, pero lo ignoró.
—Mamá, ¿Puedo pasear un rato? —Preguntó Antonina, después de terminar su comida— Te prometo no alejarme mucho.
—No.
—¡Anda! —Antonina puso cara compungida— Sólo unos metros, ¡Si quieres puedes verme!
—He dicho que no. —Grainne dijo de manera tajante.
Antonina se volvió hacia Jarlath.
—Tío, ¡Di algo! Desde que llegamos no deja que salga para nada, dime, ¿Qué caso tiene que vivamos en el bosque y no pueda pasear en él?
—Grainne…
—No cambiaré de decisión, Jarlath. —Ella lo miró, muy seria— Además, tiene que leer su lección de historia. Que no vaya a la escuela, no significa que no pueda estudiar aquí.
Se hizo un silencio tenso. Antonina tenía la mirada incrustada en su plato.
—Tendrás que cazar a diario, si siguen comiendo así. —dijo Grainne, para cambiar de conversación.
Sin embargo, Antonina ya no levantaba la vista.
—Cazaré un oso, si con eso cambias tu actitud. —le dijo Jarlath.
Ambos intercambiaron una mirada dura.
—Con un venado estará bien. –repuso ella.
Otro silencio. Grainne se levantó y recogió los platos, mientras tanto Jarlath y Antonina continuaban callados.
—No dejo de escuchar esos golpeteos. –Habló Grainne, cuando estaba de espaldas lavando la vajilla.
Jarlath no contestó, pero sabía que se refería a su queja habitual de todos los días. Desde que habían llegado a vivir al bosque, Grainne aseguraba oír el sonido de unos golpes a mitad de la noche.
—Mamá, no es nada. Sólo es tu miedo por estar aquí en el bosque. —Antonina habló serenamente.
—Gracias por recordármelo. —Grainne suspiró hondo y volvió a sentarse en la mesa.
La niña dejó el cubierto sobre el plato y miró a Jarlath con alegría.
—Tío, ¿Me leerás otra vez el libro del bisgosu aventurero?
—Sí, Antonina. —Jarlath le sonrió con tristeza.
—Sabes que no me gusta que leas ese cuento, ¡Es escalofriante! —intervino Grainne, malhumorada.
—Mamá… ¡Son las hadas y sus amigos! —Antonina puso los ojos en blanco— No me da nada de miedo.
Dicho esto, Antonina se puso de pie e hizo a un lado su plato, fue directamente a su cama y se echó boca abajo. El crujir de los leños repiqueteaba en ese momento, mientras el silencio se adueñaba del ambiente.
—¿Sabes lo que estás haciendo? —murmuró Jarlath, colocando una mano sobre la mesa.
Grainne le envió una mirada, luego intentó ponerse de pie, pero él se lo impidió, agarrándola del hombro. Grainne se quedó quieta y pensó que lo que menos quería era pelear con su hermano, como hacían cuando eran niños. Antonina era su hija y ella decidiría cuál sería su mejor educación. Eso lo tenía claro.
—Sólo la estoy protegiendo. —musitó ella, mirándolo fijamente.
—La estás asfixiando. Sólo es una niña. —Jarlath la reprendió con la mirada— Ella no tiene la culpa de nada.
—No discutiré eso contigo, pues no tiene nada que ver.
Acto seguido, Grainne se incorporó y fue a guardar la vajilla. Jarlath ya no quiso insistir y se quedó callado. Miró a su sobrina que parecía haberse quedado profundamente dormida y sintió pena por ella. Su hermana estaba tomando un camino equivocado en cuestión a la relación entre madre e hija, y él estaba decidido a intervenir. No iba a dejar que Antonina sufriera la amargura de su hermana. Ella no tenía la culpa que su padre las hubiera abandonado por otra mujer.
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Editado: 23.10.2024