—Su abuela la odia a más no poder y si eso cambiara, -El dragón chasqueó la lengua− entonces sí que yo estaría intranquilo, porque entonces mi vida correría un poco de peligro.
Luza seguía petrificada. Setuh empezó a dar pasos lentos hacia un lado.
—Mira, para que entiendas bien, −el dragón la miró− Sólo la conjugación de tres condiciones sería mi perdición. La primera, es el amor sincero que pudiera sentir un hombre terrenal hacia la princesa Alpha.
Setuh hizo un feo gesto y escupió a un lado.
—¡Puaf! Me carcome la boca por sólo mencionar esa palabra cursi. La segunda, la princesa tendría que hacer una obra buena. –Setuh volteó los ojos y exhaló con resignación− Creo que me dará algo, porque me causa náuseas sólo por estar hablando de esto y por último….
Pero Setuh se calló de pronto, recordando que sólo él y la reina de las hadas sabían las tres condiciones para que la condena de Alpha finalizara. Y no sería muy inteligente de su parte si lo decía a todo el mundo.
—Casi…casi, te digo la tercera condición. −el dragón le guiñó el ojo− Es que también a mí me gusta el chisme, pero no te la diré. Sólo entérate que hay tres posibilidades muy remotas, que amenazarían mi existencia. Pero eso es imposible que pase, mi inútil hada.
Silencio. Luza enarcó una ceja al darse cuenta que Setuh inconscientemente ya le había dicho también la tercera condición. La reina debía amar a su nieta.
—¿Y si la salida de Alpha es una prueba de que está cerca tu fin? –preguntó ella, mirándolo fijamente.
Setuh se quedó pensativo por un momento, después fulminó con la mirada a Luza, pensando que esa esquelética hada tenía un buen punto a su favor.
—Eres lista.
—¡Ayúdame mi señor y seré tu fiel servidora! –Luza le rogó, con el rostro compungido.
—De eso sí estoy seguro, porque no saldrás de aquí.
—¿Qué?
El dragón chasqueó la lengua y la miró detenidamente.
—Yo no hago favores y te acepto la información. Inmediatamente mandaré a espiar a Alpha, por si las dudas.
—¡No, déjame salir de aquí!
En eso se oyó un retumbo muy fuerte. Piedras y tierra cayeron alrededor de la enorme gruta.
—¿Qué fue eso? –preguntó Luza, con evidente temor y miró hacia las paredes de roca.
Setuh y Luza intercambiaron una mirada.
—Se ha cerrado la entrada de la caverna. –dijo él.
—¡No!...Yo te serviré de espía señor del abismo, pero por favor, déjame salir.
—Ya me has servido y en agradecimiento, te daré compañía, porque adivino que eso es lo que te ha motivado para ser tan estúpida y venir a mi presencia. Quieres am…bueno, −dijo el dragón, llevándose la garra a la boca− No lo puedo decir otra vez, es más, esa palabra la prohíbo desde ahora. ¡No la quiero escuchar!
Luza estaba sumamente espantada.
—Pero te daré lo otro…−Setuh la miró, malicioso y mostró todos sus dientes, como si sonriera− ¡Es más placentero!
Dicho esto, el señor del abismo se dio vuelta y se escabulló por donde había venido, ignorando los gritos de súplica de Luza, que seguía en el centro de la gruta. De pronto, se escuchó un fuerte galope. Luza ahogó un grito y comenzó a retroceder cuando vio venir a un monumental sátiro. Esa criatura de la que había oído hablar mucho y no conocía, pues no tenían buena fama.
De la cintura hacia arriba, era un hombre con melena negra, larga y rizada. Su cabeza era del tamaño normal de un terrenal. Su torso musculoso brillaba, como si se hubiera bañado de aceite, la otra mitad pertenecía a un cuerpo de un carnero, con cola de cabra. Luza se quedó perpleja al notar que ese animal tenía un parecido extraordinario con el terrenal que adoraba. En dos grandes zancadas, el sátiro llegó a Luza y jadeó de manera sugerente sobre su rostro.
—¿Tú eres mi premio?
Luza estaba presa del pánico. El sátiro soltó una risotada fuerte y ella cerró los ojos al sentir ese aliento, que le quemaba la piel.
—Serás mía…hadita.
Ella no pudo articular palabra y siguió contemplando ese rostro. Sí, el parecido era increíble… ¡No podía ser! Y rato después, mientras el sátiro la tomaba entre sus brazos y la desgarraba internamente, Luza sólo podía cuestionarse la razón de esa coincidencia sorprendente. No estaba del todo mal, pensaba mientras recibía esas potentes embestidas y cerraba los ojos para experimentar las sensaciones más fascinantes en toda su aburrida vida.
El sátiro la complació de todas las maneras, y ella ignoró el dolor que experimentaba su cuerpo. No quería saber cuánto tiempo él la tendría cautiva, ni cuando la dejaría en paz, pues sólo quería seguir sintiendo esas caricias que ese salvaje le prodigaba y que le estaban provocando un deseo inigualable.
—¿Puedo decirte algo? –preguntó Luza, cuando al fin la soltó.
El sátiro, de nombre Jorsa y Luza, yacían recostados sobre el suelo de tierra. Él se volvió y la miró embelesado, para emitir una exhalación sobre la piel húmeda del cuello de ella. Cerró los ojos, pensando en todo el tiempo en el que no había aliviado su fuego interno. No podía interesarle nada de lo que ella le dijera, pensó enfadado. Él sólo quería seguir poseyéndola por toda la eternidad. Alzó una mano para posarla suavemente en el pecho desnudo de Luza, Jorsa alzó su rostro grasiento y la miró.
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Editado: 23.10.2024