El precio de la inmortalidad

Capítulo 10

Y aquel día llegó. Sí, finalmente llegó.

Ese día, mi cuñada y yo estábamos atendiendo en la tienda, como siempre, cuando entró la chica que me había hecho el uniforme. Verla dentro de la panadería me hizo intuir el motivo de su visita. Algo dentro de mí me empujó a apartar sin miramientos a mi cuñada para ser yo la que atendiera a aquella esperada visita.

—Te esperan mañana en el palacio —anunció casi con la misma alegría con la que yo recibí la noticia.

Desde que mi conde se fue había coincidido algunas veces con aquella chica y, sin quererlo, acabé contagiándole mi preocupación. Había empatizado mucho conmigo y me había asegurado que alguna vez había preguntado por el signore Blaire en el palacio. No es que fuéramos amigas, pero sí que se había creado un vínculo muy bonito entre las dos.

Cuando la escuché dándome la buena noticia no pude evitar saltar el mostrador para precipitarme sobre ella y estrecharla entre mis brazos bajo la atónita mirada de mi cuñada que nunca antes me había visto expresar la más mínima muestra de cariño hacia nadie. No te puedes ni imaginar lo feliz que estaba de poder volver a palacio.

Como habíamos acostumbrado, el signore Blaire quería su encargo de siempre, del que ya hacíamos poco caso, antes de que saliera el sol. Al fin podía volver al palacio. Por desgracia, dentro de mí sentía que algo me seguía haciendo sentir incómoda. Todo el tiempo que le había estado esperando me había hecho darme cuenta de que no quería volver a lo que tenía antes de conocerlo. Por nada del mundo podía permitirme perderlo otra vez. No quería. Aquel hombre había significado un cambio tan brusco a mi vida que no me imaginaba volver a vivir sin lo que él me había brindado. Estaba decidida a hacer todo lo posible para no tener nunca más esa horrible sensación en el pecho.

Durante la noche que quedaba antes de mi vuelta al palacio, la emoción y la incertidumbre no dejaban de ahogarme. Estaba deseando volver a verlo y retomar las clases mientras que, a la vez, la sombra de una separación inevitable no dejaba de atormentarme mientras contemplaba el cielo estrellado de aquella noche.

Lo que tenía más que claro era que no quería volver a lo que había tenido antes de conocerlo. Lo que ese hombre me había permitido conocer me había cambiado. No es lo mismo soñar con una vida mejor que vivirla y que luego te la quiten. Mihael me había abierto las puertas a un mundo en el que deseaba vivir con toda mi alma. Unas puertas que no permitiría que se volvieran a cerrar.

La mañana llegó y, con una sonrisa en el rostro y las piernas temblorosas, me encaminé de nuevo hacia el palacio. Como si el tiempo no hubiese pasado por aquellas paredes empedradas, la mantequilla y la cara de enfado de Leonetta me estaban esperando cuando llegué. Para serte sincera, hasta me hacía cierta ilusión volver a verla e incluso tuve ganas de darle un fuerte abrazo, pero me contuve. Ese gesto me podría costar la vida.

Me encaminé a la biblioteca con andares saltarines y cuando llegué, ahí estaba. Una parte de mí seguía temiendo que todo fuera un sueño y que él realmente no había vuelto. Pero ahí estaba, exactamente igual que el día que se fue. Elegante, hermoso, perfecto... Como si no se hubiera ido realmente y se hubiera pasado esos meses esperándome, sentado en aquel sillón.

Lo había estado esperando tanto tiempo que no pude evitar soltar toda la tensión que se había ido acumulando durante aquellos eternos meses de espera. Me apresuré para correr a su lado con los ojos inundados y abrazarlo para asegurarme de que era él y no un cruel producto de mi imaginación.

—¿Qué te pasa, pequeña? —me preguntó visiblemente extrañado por mi reacción.

—¡Me dijo unos meses! —le grité desconsolada mientras le daba golpecitos en el pecho—. ¡Unos meses no es casi todo el año!

Él dejó que me desahogara todo lo que necesitara hasta que finalmente logré calmarme y me guio hasta uno de los sillones. Me acompañó, sentándose en el sillón de al lado.

—¿Tanto me has echado de menos? —Yo asentí aún entre lágrimas—. Siento haber tardado tanto en volver. —Alcé la vista sorprendida. Ni me esperaba ni necesitaba una disculpa por su parte—. Tuve que ir a ver a una amiga y en este tipo de visitas uno nunca sabe cuándo va a volver.

Le miré con curiosidad. Me hablaba como si yo entendiera cómo funcionaban las visitas entre los nobles. A veces parecía olvidarse que yo no era más que una panadera con aspiraciones de futuro que en aquel entonces solo podía fantasear con lo que él me contaba. Conmovido por mis ganas de aprender, Mihael empezó a contarme cómo había sido su viaje.

—La hija de mi amiga ha cumplido la mayoría de edad y organizó una fiesta para todos sus conocidos. Hacía mucho que no veía a muchos de mis queridos amigos y, entre amigos, el tiempo pasa volando.

Me quedé embelesada escuchando cómo narraba cada detalle de la fiesta, los lugares por los que había pasado y las personas con las que se había relacionado. Narraba de forma tan vívida que parecía que yo había estado allí, conociendo aquellas personas que para mí eran habitantes de un mundo de ensueño. Era todo tan fascinante, tan nuevo y tan lejano que no podía dejar de beber cada una de sus palabras, ansiosa por saber más.

Al acabar su historia, llegó la hora de volver a casa con el sueldo que tanta ilusión sabía que le haría a mi familia. Para evitar problemas, mi conde me dio más de lo que debía para que yo me pudiera ahorrar las previsibles quejas de mis padres.

A la semana siguiente, estaba más que feliz de poder volver a mi rutina a pesar de encontrarme por sorpresa con un inesperado examen al atravesar las puertas de la biblioteca.

—Veamos cuánto has estudiado en mi ausencia. —Me retó en cuanto me acomodé en el sillón.

Realmente sentía que no había estudiado tanto como hubiera querido. No había tenido tiempo. Pero no había sido mi culpa, era que no me dejaban casi ni un segundo de libertad para dedicarle el tan preciado tiempo que pensaba que merecían mis estudios. Me enfrenté a aquella prueba con cierto miedo, sin estar segura de lo que podía pasar si no cumplía sus expectativas. Pero, para sorpresa de ambos, lo hice todo a la perfección. Los conocimientos habían habitado mi cabeza de forma inconsciente. Era la prueba de que todos mis esfuerzos hasta ahora habían valido la pena.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.