El precio de la inmortalidad

Capitulo 22

Antes de ir al salón de baile, donde pensaba que nos dirigíamos, hicimos una pequeña parada en la Sala del conocimiento. En aquella habitación en la que había pasado tanto tiempo, me esperaba el árbol genealógico que había captado mi atención durante innumerables horas. Aunque había cambiado un poco desde la última vez que lo vi: junto a la hoja en la que estaba dibujado el nombre de Mihael, salía una ramita que acababa en otra hoja, de alegres colores verdes, con la que jugaba una cría de fénix que estaba empezando a volar. En aquella hoja estaba escrito el nombre de "Contessa".

Mihael se arrodilló frente a mí, tomó una de mis manos para besarla con delicadeza mientras yo intentaba ahogar los sollozos de alegría:

—Bienvenida a la familia, pequeña —Sonrió.

A pesar de que no quería estropear el maquillaje, no pude evitar soltar alguna que otra lágrima de felicidad. Era oficial, era parte de la familia. Era una Blaire.
 

Volvimos a subir las escaleras y esta vez sí, nuestro destino fue el salón de bailes que ya estaba más que listo para recibirme. No solo el salón, sino que todo el castillo había sido decorado con flores y telas, en las que estaban bordados el escudo y el lema de la familia. Como si se tratara de un castillo de cuento de hadas que celebraba la llegada de su nueva princesa.

Cuando cruzamos las puertas de nuestro destino, Mihael anunció mi presencia delante de todos los invitados que se giraron en nuestra dirección.

—Mis queridos amigos, gracias por haber esperado tanto tiempo. Tengo el placer de presentarles formalmente a Contessa Blaire.

Mi conde se hizo a un lado y yo entré con paso tembloroso a aquella sala en la que tantas veces había estado. Mi amado salón de baile parecía otro: tan decorado y a rebosar de invitados que rezumaban elegancia, brillaba como nunca, luciéndose orgulloso sirviendo al fin para el propósito para el que había sido creado. Aceleré mis pasos para caminar junto a Mihael hacia la marea de invitados que sonreían, ardiendo en deseos de conocerme.

La inseguridad me comía por dentro sintiéndome rodeada de todas aquellas personas tan elegantes, no como yo, que solo pretendía ser como ellos. Estaba muy agradecida a todo lo que había aprendido para poder vivir en una sociedad tan diferente, así me sentía más preparada para afrontar mi presentación. Por no decir que con mi espectacular vestido podía mimetizarme en la fiesta como una más sin llamar la atención más de lo que ya lo hacía.

El tsunami de vampiros que me abordó, se convirtió en una masa de manos que me saludaban, intentaban abrazarme, besarme y que me hacía tantas preguntas a la vez que no era capaz de contestarlas todas, pero sí que intentaba dar lo mejor de mí esbozando una cálida sonrisa que dejaba ver mis colmillos.

Aún con bastante miedo en el cuerpo y cuando aquella avalancha empezó a disolverse, me quedé disfrutando de la estampa festiva que se desarrollaba a mi alrededor. Mi primera fiesta y, a pesar de todas las inseguridades que me atacaban, seguía sintiéndome muy emocionada. Ver a tantos immortales bailando, cantando o simplemente charlando con una copa en la mano, me hizo empezar a sentirme más a gusto en aquel ambiente. Después de la expectación principal al verme, todos habían vuelto a lo que les estaba entreteniendo antes de que apareciera. Mientras no fuera el centro de atención, estaba bien. Me sentí más tranquila y así podía respirar un poco.

Conforme se desarrollaba la fiesta y cada vez hablaba con más personas, entendí la insistencia de Mihael desde que empezó a educarme en lograr que dominara el latín más incluso que mi propia lengua madre: Cualquier immortalis con el que hablábamos, se dirigía a nosotros en ese idioma. Y es que, desde que se escribieron los primeros codices, en los tiempos del Imperio romano, el latín se había convertido en la lengua universal de nuestra sociedad. Así, donde fuera que viviéramos, siempre nos entenderíamos entre nosotros. Nunca estaríamos solos.

Caminé junto Mihael a lo largo de toda la fiesta, mientras me iba presentando a algunos de sus conocidos. Demasiadas caras nuevas, demasiados nombres en exceso complicados como para poder recordarlos todos. Aun así, intentaba esforzarme por recordarlos cuando hablábamos con ellos. Estábamos entonces con un numeroso grupo de personas cuando un penetrante olor a perfume de rosas se abalanzó sobre nosotros.

—Mihael, querido. —La voz sobreactuada de una mujer cortó nuestra conversación—. ¿Acaso hay que hacer cola para poder conocer a esta jovencita?

Todos nos giramos hacia ella y pude percibir un atisbo triunfante en su sonrisa. Aquella mujer se moría por llamar la atención de todos. Tanto su vestuario, innecesariamente recargado; como el jardín que parecía tener en el pelo; además del prominente escote que amenazaba con dejar salir sus pechos a cada paso que daba; dejaban claro que aquella mujer no podía pasar desapercibida ni pretendía hacerlo. Parecía no gustarle nada que yo fuera el centro de atención en mi propia fiesta.

—Claro que no es necesario, querida —respondió Mihael mientras se intentaba zafar educadamente de los excesivos tocamientos de aquella mujer—. Te presento a la señora Sauvage.

Di un paso adelante, separándolos y la saludé:

—Un placer conocerla, signora. Soy Contessa Blaire. —Le dediqué la mejor de mis reverencias como había estado tanto tiempo practicando.

—Vaya, vaya. ¡Que señorita más educada! El placer es mío, señorita Blaire.

Y se marchó no sin antes estrujar mis mejillas y dejar una visible marca de carmín en una de ellas. Tuve que aprovechar una oportunidad en la que nadie se fijaba en mí para que Ileana me quitara aquel manchurrón.

El resto de la noche continuó con tranquilidad. Incluso tuve la oportunidad de, por fin, poder bailar con Mihael por primera vez. Cada vez me sentía más cómoda en aquel ambiente nobiliario. ¡Si es que yo he nacido para la nobleza! Mi duro entrenamiento había servido para hacerme sentirme más segura de mí misma conforme las horas pasaban, ya que notaba que mi presencia no resultaba incómoda para los invitados. Aquella noche conocí a muchas personas, todos parecían muy interesantes y, aunque las conversaciones que manteníamos no eran más que cosas banales y palabras de bienvenida a la que veía como una gran familia, pasamos una velada maravillosa.




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